AGENCIA
Colombia.- Yeison Sánchez, un exsoldado colombiano de 31 años, emprendió un viaje que pocos se atreverían a realizar: dejó Medellín para enlistarse como voluntario en la guerra en Ucrania, motivado por la promesa de un salario mensual de 19 millones de pesos colombianos (unos 4 mil 300 dólares). Antes de partir, compró un seguro de repatriación y preparó a su familia para lo peor. Sin embargo, tras seis meses de lo que describe como abusos y engaños salariales, decidió desertar.
“Me sentí engañado”, afirma Sánchez, quien relata que sus superiores lo trataban como a un prisionero. “Nos castigaban si hablábamos en español y nos obligaban a hacer flexiones de madrugada. Éramos voluntarios, no rehenes”, recuerda. Ahora, de vuelta en Medellín, evalúa nuevas ofertas, como trabajar para cárteles mexicanos o en proyectos en África.
Sánchez no es un caso aislado. Miles de exmilitares colombianos han encontrado en el mercado internacional de mercenarios una vía para mejorar sus ingresos, tras retirarse del ejército con pensiones insuficientes y pocas habilidades para la vida civil. Estos veteranos son reclutados para desempeñar tareas en países en conflicto, como Ucrania, Sudán o Yemen, o para labores de seguridad privada en Emiratos Árabes Unidos y México.
Para muchos, la promesa económica es irresistible. Dante Hincapié, quien sirvió en la Armada colombiana durante 21 años, se convirtió en mercenario en 2014 tras sentirse frustrado con su pensión. Trabajó como comandante de comunicaciones para un batallón en Emiratos Árabes Unidos y posteriormente escoltó buques en el peligroso golfo de Adén. “En tres años gané casi 70 mil dólares, mucho más que lo que habría acumulado con mi pensión”, asegura.
El fenómeno de los mercenarios colombianos ha generado preocupación a nivel internacional. Según estimaciones de la Cancillería colombiana, al menos 300 nacionales han muerto en la guerra de Ucrania. Empresas como Global Security Services Group (GSSG) y A4SI lideran el reclutamiento, a menudo aprovechándose de la vulnerabilidad de los exmilitares.
“Muchos llegan bajo engaños”, explica Jaime Henao, un exsargento que trabajó en Afganistán y Emiratos Árabes Unidos. En 2021, fue contratado por A4SI para escoltar a un expresidente afgano asilado en Abu Dabi. Sin embargo, otros han sido enviados a zonas de conflicto como Sudán, donde las condiciones son mucho más precarias.
Jovana Ranito, presidenta del grupo de trabajo sobre mercenarios de la ONU, advierte sobre la necesidad de regular esta actividad. “Sin legislación nacional efectiva, es difícil combatir este fenómeno”, señala desde Ginebra.
El auge de los mercenarios refleja un problema estructural: la falta de apoyo para los veteranos. Según Alfonso Manzur, fundador de Veteranos por Colombia, el aumento del pie de fuerza en los años 2000 dejó a miles de exmilitares con pocas opciones al retirarse. “Si no se les ofrecen alternativas, seguirán en esta industria”, advierte.
El Gobierno colombiano ha presentado un proyecto de ley para prohibir el mercenarismo y crear programas de reintegración para los veteranos, pero las medidas llegan tarde para muchos. “El dinero lo hace mover”, admite Sánchez, quien planea trabajar en México. Mientras tanto, Henao continúa como instructor militar en Libia, ganando hasta 4 mil dólares al mes. Hincapié, aunque retirado, sigue defendiendo los derechos de los veteranos: “Ser soldado es un compromiso de por vida”.
La industria de los mercenarios sigue en auge, impulsada por las necesidades económicas y la falta de opciones para los exmilitares colombianos, atrapados en un ciclo que parece no tener fin.