Chihuahua.- Como sacado de un libro de Stephen King, la historia erizó la piel a más de dos, al enterarse cómo una adolescente de 17 años, con la ayuda de su novio y un amigo, estrangularon a sus padres, les inyectaron en la yugular cloro con insecticida, después fueron a cenar hot dogs y bebieron cervezas.
La mañana siguiente acudieron a un lote baldío, rociaron gasolina a los cuerpos para prenderles fuego, luego salieron tranquilamente de compras y por la noche acudieron a una fiesta; todo esto según consta en las declaraciones del novio y la jovencita.
Luego del crimen, la menor reportó la presunta desaparición de sus padres, María Albertina Enríquez, de 68 años, y Efrén López Tarango, de 88; sin embargo, en las investigaciones de la Fiscalía, el novio de la jovencita, José Alberto Grajeda Bastista se quebró durante la entrevista y confesó el crimen que planeó junto con la menor y otro amigo de nombre Mauro Alexis Domínguez Zamarrón.
Cuando se enteraron de la noticia, varios de los conocidos de la joven entraron en shock; los amigos de Ana Carolina, principalmente cuatro; dos gemelos y otra muchacha, ahijada de las víctimas, no lo podían creer: “Ya no quieren volver a ver a la chica, están muy enojados con ella”, reveló en entrevista una fuente cercana.
Ana Carolina tiene 17 años, en febrero de 2014 cumplirá su mayoría de edad; desde pequeña fue dada en adopción, su madre biológica falleció por VIH-Sida hace cinco años, el padre murió hace tiempo, le sobrevive una hermana biológica pocos años mayor que ella.
Para quienes trataron a Ana la describen como tranquila, reservada, inteligente, no muy sociable y aunque se llevaba muy bien con sus cuatro amigos compañeros de escuela, señalan que en ocasiones se aislaba y era inexpresiva.
Siempre lucía uñas impecables “muy bien arregladitas de salón”, la mayor parte del tiempo llevaba suelto su cabello largo ondulado, usaba jeans o falditas cómodas, andaba bien vestida pero sin llamar la atención ni caer en la vanidad extrema, así describen la imagen habitual de la joven que cursaba el cuarto semestre de preparatoria.
En lo que a su desempeño escolar corresponde, Ana era buena estudiante, no le conocían problemas, ni con compañeros ni maestros, no faltaba a clases y era dedicada a cumplir sus tareas académicas.
Aunque ella siempre supo que era adoptada, el comportamiento de la menor hacia sus padres no mostraba nada fuera de lo normal: “En ocasiones discutía con la mamá por teléfono, pero como típica adolescente”, apunta la persona que describe a Ana Carolina.
“Nunca imaginé que fuera capaz de hacerle algo a sus papás, ellos le daban todo, cuando me enteré de la noticia y que era ella, yo lloré”, agrega la fuente cercana a la familia.
Efrén y Albertina daban todo lo que estuviera en sus manos a la jovencita, inclusive, aunque ella conducía el auto de la mamá, pronto le iban a comprar su propio vehículo e iban a pagarle lo necesario para cursar el siguiente semestre de estudios en Estados Unidos.
Pero los planes de Ana eran diferentes: Ella llegó a comentar entre sus amistades que ya quería casarse, tener hijos, para formar su propia familia “con hijos que sí fueran suyos”.
Cuatro meses llevaban de relación estable Ana y José Alberto, ya que previamente estaban juntos de forma intermitente, ya que cortaban y volvían.
A decir de gente que la conoció, el noviazgo parecía “sentarle bien” a Ana, puesto que antes de ser novia de José Alberto era muy geniosa, si algo no le gustaba se le notaba en la cara.
El amorío de la joven pareja dejó de ser bien visto por los padres adoptivos de Ana, quienes en castigo le negaron a José Alberto el acceso a la casa, luego de una discusión porque ella no iba a clases de natación por irse con él.
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