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Masacre de Apatzingán: “fueron los federales”

Superiberia

Apatzingán.- Ninguno de los manifestantes tenía armas largas. Seis de ellos portaban pistolas registradas y las pusieron en el piso. Los demás cargaban palos y ramas de limonero, de acuerdo con diversos testimonios e imágenes que aparecen en este reportaje.

 

Todos cumplieron las indicaciones dadas por Nicolás Sierra, El Gordo Coruco, líder de su grupo G250, creado por el entonces Comisionado Federal de Seguridad en Michoacán, Alfredo Castillo, y que por ocho meses cazó en la sierra a Servando Gómez, La Tuta, cabeza del cártel de los Caballeros Templarios. Nadie disparó.

 

Sierra era uno de los siete hermanos conocidos como Los Viagra, temidos y odiados por acusaciones de ser ex templarios y de cometer atropellos, y apreciados por quienes refutaban lo anterior. Castillo tuvo a cinco de ellos en sus filas.

 

Los guardias rurales, hombres forjados en la pisca del limón, protestaban porque su grupo había sido disuelto por Castillo veinte días antes sin pagarles sueldo alguno, sin consumar su objetivo y porque enfrentaban nuevas incursiones de templarios en sus localidades.

 

Rubén, un elemento de la Fuerza Rural, escuchó la balacera y brincó de su camioneta, cuando un policía federal le vociferó: ”¡Levanta las manos y ponte de rodillas!”. Estaba por obedecer cuando a unos metros vio a otro hombre hincado, los brazos en alto, encañonado por los uniformados. Rubén atestiguó la ejecución: “Le dispararon estando de rodillas, rendido, sin armas”.

 

Testimonios grabados en audio de 39 personas que conocieron los hechos revelan que policías federales agredieron y dispararon a matar a civiles de-sarmados en dos eventos ocurridos en Apatzingán, el día de Reyes.

 

Según esta narración, seis horas después del primer ataque para aplastar al grupo de inconformes, a las 7:45 am, en el cruce de Av. Constitución y Plutarco Elías Calles, un comando de policías federales descargó sus ametralladoras M60 sobre una docena de vehículos que transportaban a guardias rurales y familiares iracundos por la agresión en el Palacio.

 

Castillo era la autoridad federal con mayor rango en Michoacán. Seis días después declaró a la prensa que en los dos sucesos el saldo fue de un atropellado y ocho muertos por “fuego cruzado”.

 

Los hechos se reconstruyen a partir de los testimonios de doce de los 44 detenidos y liberados del primer ataque (entre ellos un comerciante), siete sobrevivientes del segundo ataque (tres fueron hospitalizados), un representante legal, ocho testigos circunstanciales, ocho familiares de victimas, personal del Hospital General Ramón Ponce y empleados del Servicio Médico Forense (Semefo).

 

Por temor a represalias, las fuentes pidieron no ser identificadas con sus nombres pero la reportera cuenta con la grabación de las entrevistas realizadas a cada uno de ellos.

 

LA PRIMERA MASACRE

 

Días antes de la acometida del 6 de enero en el Palacio, al grupo le habían dado el pitazo de un inminente ataque templario al plantón. También temían un desalojo.

Esa misma noche habían tenido un zafarrancho con soldados de la 43 Zona Militar de Apatzingán a cargo del general Miguel Patiño. Los soldados intentaron desarmar la barricada que el G250 había levantado en Lomas de Hoyos para impedir la incursión de templarios.

 

Por esa razón, El Gordo Coruco se presentó a medianoche, en el plantón y les ordenó que no respondieran con armas ni piedras a ninguna provocación para no ser tratados “como delincuentes”.

 

Esa madrugada en el jardín central de Apatzingán familias deambulaban entre puestos de comida o ingresaban a los comercios que permanecían abiertos para la venta de Reyes. Algunos guardias rurales dormitaban en camionetas, otros charlaban en el jardín.

 

El convoy de la Policía Federal se estacionó en las calles traseras del Palacio.

 

Según un integrante del extinto G250, los uniformados, la mayoría con el rostro cubierto, otros vestidos de negro, alistaron sus armas largas: Galil calibre 308, Heckler & Koch G3 calibre 7,62, R-15 calibre 2.23.

 

El arribo federal fue por asalto. El ataque duró 15 minutos. Los manifestantes corrieron al jardín central a guarecerse tras las bancas. Cámaras de vigilancia registraron a decenas de personas de-sarmadas huyendo de un lado a otro.

 

Más policías federales entraron y sitiaron la plaza entera. Testigos presenciaron ejecuciones extrajudiciales por parte de los policías federales. Una de esas personas asegura que los uniformados dispararon contra los civiles cuando ya los tenían sometidos, de rodillas:

 

“Unos se salieron (de las camionetas) y les dijeron que no, que estaban desarmados, y los federales los hincaron y les dieron un balazo”.

 

En el estacionamiento, a un costado del Palacio, los policías federales balearon las camionetas y propinaron golpizas a sus ocupantes.

 

Tras su captura, otro de los guardias rurales, de nombre Artemio, presenció cómo la policía golpeó a una mujer que, a gritos, decía estar embarazada. Ellos le decían:

“¡Cállese, hija de Su puta madre, porque si no, la vamos a matar!”.

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