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Mamá Rosa y Atlixcáyotl: hechos y discursos

Superiberia

 

En muchas ocasiones pareciera que importan más las opiniones que los hechos, lo preconcebido que la realidad. Sucede con casi todo, desde los datos que certifican la necesidad de la Reforma Energética, hasta en temas tan evidentes como el albergue de Mamá Rosa, de esta mujer llamada Rosa Verduzco, que fue ocupado por la PGR esta semana.

Lo que sucedía en el albergue es contundente: los testimonios de las víctimas, la gran mayoría niños y niñas, no deja lugar a dudas sobre los abusos de todo tipo, incluyendo los sexuales, el hacinamiento, la explotación de los menores y de las personas ahí recluidas. Hay madres despojadas de sus hijos, se incentivaba la reproducción entre los recluidos, se ponía a mendigar a niños para obtener recursos. Las imágenes y los relatos sobre el hacinamiento, la suciedad, la convivencia con animales ahí están. No son parte de ningún complot: son proporcionados por las autoridades y por personajes de la sociedad civil que han participado en desmantelar toda esta operación en torno al albergue.

Y nadie debería sorprenderse: no hay un verdadero control público sobre este y otros tipos de albergues. He conocido albergues en el propio Michoacán, en Morelos y en Chihuahua que podían tener desde fuera una imagen con una apariencia religiosa y hasta comprometida con la sociedad y que eran en realidad, centros de operación y de reclutamiento para narcomenudistas y hasta sicarios.

Lo que me asombra es que personalidades como mi muy admirado Enrique Krauze o Jean Meyer, que el expresidente Fox o su esposa Marta, que el exgobernador Godoy, que ignoró las denuncias, salgan en defensa de Rosa Verduzco pasando por sobre los hechos y basándose en visitas que realizaron a zonas del propio albergues destinadas precisamente a ese fin: a recibir a quienes promovían el apoyo a esa institución.

Algo similar ha sucedido con los hechos ocurridos el pasado 9 de julio, con motivo del bloqueo de la autopista Atlixcáyotl, en Puebla, donde se interrumpió la circulación por más de cinco horas y que derivó en acciones violentas que fueron emprendidas por los propios manifestantes. Ante ello, hemos visto declaraciones y escritos de todo tipo que llegan hasta invocaciones a Díaz Ordaz, en muchos casos fruto de evidente manipulación, pero para mi asombro algunos presentados por personajes absolutamente respetables.

El problema es que es parte de una falsedad cuando se denuncia la represión y la violación a los derechos humanos. Primero, el bloqueo de autopistas es un hecho ilegal, más allá de quién sea el que se manifieste. Segundo, en este caso el bloqueo se extendía por horas. Tercero, los manifestantes buscaron el enfrentamiento cuando fueron advertidos de que serían desalojados. E iban preparados para ello: llevaban y utilizaron bombas molotov, palos, tubos y piedras, cohetones que fueron arrojados con lanzaderas de aluminio y pvc. Fueron lanzados 200 cohetones con un poder tal que destrozaron cascos y escudos de los policías. El saldo fue de 46 policías lesionados y al menos dos civiles, algunos de ellos de gravedad. Hay un niño gravemente lesionado, Luis Alberto Tehuatlie Tamayo, pero no fue agredido por balas de goma como se ha dicho, balas que no se utilizaron porque no las portaban los policías, sino por uno de los cohetes lanzados por los propios manifestantes, como lo certifica la parte médica luego de la intervención quirúrgica que le fue practicada esa misma noche. De todo lo ocurrido hay imágenes, fotos y testimonios.

 ¿Qué hicieron las fuerzas de seguridad? Utilizar gas lacrimógeno para dispersas a quienes los estaban agrediendo e incluso así el enfrentamiento se prolongó porque los manifestantes estaban preparados para esa reacción.

Nadie lo puede desear, pero ante los hechos de vandalismo y de agresiones tan violentas cualquier autoridad debe reaccionar para proteger a la ciudadanía. Nadie tiene derecho a la violencia indiscriminada. Esos son los hechos que van más allá de los discursos.

No vivimos de lo mismo

Escribe mi amigo, siempre así lo he considerado, Federico Arriola, que López Obrador vive de lo mismo que un servidor, de escribir. Pues no vivimos de lo mismo: un servidor hace una columna, un noticiero de radio y un programa de televisión diarios, además de libros, conferencias, presentaciones. Trabajo para dos grandes empresas de comunicación. Hago mi declaración de impuestos y los pago. Andrés Manuel ha escrito tres libros en los últimos cuatro años, ninguno, según las ventas reportadas, especialmente exitoso, cuyo precio al público oscila entre 69 y 104 pesos. Un  autor recibe diez por ciento de regalías o sea entre siete y diez pesos por ejemplar vendido. ¿Cuánto pudo haber ganado?

Pero más allá de eso ¿qué le cuesta a un hombre que quiere ser Presidente decirnos de qué vive, cuáles son sus ingresos?  No creo que Andrés Manuel sea un ladrón, pero no es verdad que los dirigentes de Morena vivan de escribir una vez a la semana en algún periódico.

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