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Los Tratados de Córdoba, la Historia Nacional y un payasito llamado Pablo Gómez Álvarez

Superiberia

 

El próximo 24 se conmemora el 193 aniversario de los Tratados de Córdoba, que fueron firmados en el año de 1921, en el histórico edificio del portal de Zevallos entre Agustín de Iturbide, Jefe del Ejército Imperial de las Tres Garantías (Primer Gefe del Ejército Imperial Mejicano de las tres Garantías) y don Juan O’Donojú y O’Ryan, que no fue el último virrey de la Nueva España, pero sí el Jefe político superior de la Nueva España (Teniente General de los Ejércitos de España), y traigo a colación este tema porque en marzo de 2008, el día 11 para ser exactos, el pleno de la Cámara de Senadores desechó la minuta de la bancada del Partido Acción Nacional, que por conducto del que en ese entonces era senador, Juan Bueno Torio, presentó para que se reconociera como fecha histórica el 24 de agosto de 1821, para muchos -entre ellos el que esto escribe- la fecha de la consumación de la independencia de México.

La propuesta fue atacada feroz y gandallamente por Pablo Gómez Álvarez, quien la descalificó con algo que podríamos catalogar como medias verdades y medias mentiras, y al decir esto último, que conste, estoy siendo demasiado generoso con este político vividorsillo. Y es que miren, como veracruzano y cordobés a mí me da igual y la verdad me tiene sin cuidado que no se quiera reconocer el peso que deberían tener en realidad los Tratados de Córdoba en la Historia Nacional, ¿Que fueron o no el acto de consumación de la independencia de nuestro país?, pues allá quien diga lo contrario y quiera o no darles ese estatus.

En aquella ocasión ante el debate parlamentario que se generó a partir de la iniciativa panista, el mixtificador de Pablo Gómez, fiel a su estilo teatral, en exceso sarcástico y haciéndose pasar como muy ducho en Historia Nacional cuando en realidad es un típico agarra tontos, argumentó en contra envolviéndose en la Bandera Nacional diciendo, “que más allá de ser de ‘izquierda o de derecha’, México es un país republicano desde 1823 y no era (ese momento) para andar haciendo homenajes a ideas monárquicas…” Como siempre, algunos personajes de la izquierda con sus interpretaciones ideologizadas, sesgadas y trasnochadas de la historia de México, ya lo veo gritando el próximo 24 de agosto en el zócalo de la ciudad de México y a todo pulmón: ¡Muera el emperador Agustín I!

Pero se atrevió a más en su visión parcial de la historia al “explicar”, según él, “que España nunca reconoció los Tratados de Córdoba ni dio facultades plenipotencias al virrey O’Donojú (sic) para firmarlos, además de que Agustín de Iturbide nunca fue comandante del ejército insurgente”, y ante la afirmación que momentos atrás había afirmado Bueno Torio de que “O’Donojú había entregado el mando de las tropas a los mexicanos”, Gómez ironizó: “¡Ay don Juan, cómo va a entregar el mando de unas tropas que no tenía…”. ¡Bueeeno!, si nos atenemos a la definición más sucinta de lo que es la historia, es decir, la sucesión sucesiva de sucesos sucedidos sucesivamente, nada, ¡pero nada absolutamente! es desechable en la historia de los pueblos, ni los hechos buenos, ni los hechos malos, todo cuenta y todo contribuye a la construcción del discurso histórico. La consumación de la independencia de México se dio a partir de dos hechos históricos indisolubles como indiscutibles, más allá de lo que diga el ignorante de Pablo Gómez, con el Plan de Iguala, firmado el 24 de febrero de 1821 en la población del mismo nombre del estado de Guerrero, y los Tratados de Córdoba, firmados el 24 de agosto de 1824 en la ciudad veracruzana.

Y si algo tuvieron en común ambos sucesos históricos es que los dos fueron firmados por Agustín de Iturbide, nos guste o no nos guste, más allá de que sea uno de “izquierda o de derechas”, y más allá de sus afanes imperiales, que ese es tema de otra discusión, y es que insistimos, la historia es así, no discrimina, recoge hecho por hecho, sea bueno o sea malo, todo cuenta. Si uno revisa el listado de los Gobernantes de México, dependiendo de la etapa histórica, vamos a encontrar desde el Generalísimo Miguel Hidalgo y Costilla, pasando por Ignacio López Rayón, José María Morelos y Pavón, José María Liceaga hasta José María Cos. El primer imperio de Agustín de Iturbide, el gobierno provisional de Nicolás Bravo, hasta el de Guadalupe Victoria, a quien en la primaria nos enseñaron que fue el primer presidente del México independiente, pero en esta historia política de México lo mismo hemos tenido a un Antonio López de Santa Anna y las 11 veces que nos gobernó, a los conservadores Félix María de Zuloaga y Miguel Miramón, hasta Maximiliano de Habsburgo, finalizando con las 9 ocasiones, 5 reelecciones y los 30 años de gobierno de Porfirio Díaz.

Hay que reconocer que Pablo Gómez dijo en su argumentación algunas cosas ciertas, pero que sin embargo fueron contradictorias, por ejemplo, algo como que “aunque no se hubieran firmado los Tratados de Córdoba, México hubiera logrado su independencia de España porque su estatus jurídico no era precisamente el de una colonia más”, lo que es cierto, tenía otra calidad, se empezaba a gestar una nueva nación, en la que se empezaban a amalgamar lo mismo nativos, mestizos, criollos y españoles, sin dejar de lado que desde Hernán Cortés ya se venía fraguando la idea de un nuevo país, es decir, una nueva nación mexicana independiente de España, cosa que no obsta para que conste.

El Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba ahí están como dos hechos históricos relevantes mediante los cuales se sentaron las bases, incluso jurídicas, del México Independiente. Vicente Riva Palacio en su obra cumbre “México a través de los siglos (1884). Historia general y completa del desenvolvimiento social, político, religioso, militar, artístico, científico y literario de México, desde la antigüedad más remota hasta la época actual”, en su tomo IV, página 15, reconoce en estos dos documentos “el inicio del derecho público mexicano y a los pronunciamientos de Agustín de Iturbide como “la primera manifestación legal del hecho consumado”, es decir, la independencia de México.

En cuanto al valor de los tratados que México ha firmado con países extranjeros a través de sus gobernantes y políticos, ahí queda su valor jurídico, nuevamente en la Historia Nacional los ha habido buenos y malos, aunque hay que reconocer que en casi todos ellos hemos sacado la peor parte, desde el tratado de Guadalupe Hidalgo en 1848; el de la Mesilla en 1853; los de La Soledad (Veracruz) en 1853; el McLane-Ocampo de 1859, hasta el de Bucareli en 1923, por mencionar tan solo algunos. Pero ninguno, por muy perniciosos y costosos que pudieron haber sido para nuestro país, ¡ninguno!, se puede desestimar ni mucho menos descalificar como lo hacen Pablo Gómez y Ricardo Monreal con los Tratados de Córdoba, por un falso, y a destiempo, prurito anti imperial.

El próximo 24 de agosto hay que recordar a ese evento histórico como una etapa crucial y definitoria de nuestra historia. El peso que se le quiera dar depende de cada quien, ahí están los hechos y las circunstancias histórico y políticas que rodearon al hecho, lo que sí es cierto es Gómez no tiene la razón ni el peso de la historia de su parte.

Relevos australianos.- En el caso de lo último que se resolvió sobre la fallida villa centroamericana, sin duda tiene cosas positivas que hay que ponderar en razón de las economías que se pueden lograr con la medida, lo que puede sentar un precedente, no obstante ello, ¿para qué nos entusiasmaron y no tomaron esa decisión desde un principio?, falló la previsión.

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@marcogonzalezga

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