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Los mismos “Si quieres que las cosas cambien, no hagas siempre lo mismo” Albert Einstein

Superiberia

Es Tabasco, es Aguascalientes, es Coahuila, es Michoacán, son los Pronósticos Deportivos, la Estela de Luz, las delegaciones de la capital, los partidos, todos, rebasando los topes de campaña, los legisladores federales ocultando información. Son los tricolores, los azules, los amarillos, los verdes y de todos los colores. Y qué decir del ex ministro Góngora o de la magistrada congelando una demanda que afectaba los negocios de su esposo. Pero también los funcionarios de la Sedesol desviando recursos públicos. Es en el Norte, en el Sur, en el Este o el Oeste. No hay ideología de la pureza, no hay geografía de la pureza, no diferencia por género, tampoco por edades.

Hay, eso sí, una pérdida generalizada de referentes éticos. Peor aún, los que se dicen o se decían defensores de una nueva ética, los azules, los amarillos, demuestran que pueden ser igual de pillos que los tricolores y cometer las mismas mañas en las elecciones. ¿Y el elector?, pagando las credenciales con N candados, pagando al costoso IFE, al cual le hemos cargado funciones y más funciones, como si fuera la única salvación, la única isla de integridad del país, lo hemos sobrecargado tanto en cuestiones que no están en su origen que corre el riesgo de un mal desempeño. El organismo “ciudadanizado” (todos somos ciudadanos) está en manos de las cuotas de los partidos, los cuales –a través de sus legisladores– se dan el lujo de hacérnoslo ver sin el menor recato. No nombramos consejero electoral porque todavía no nos ponemos de acuerdo de a quién le corresponde, le pertenece.

Pero no sólo es el sector público, ¡bueno fuera! Los privados se las gastan a sus anchas. Presionan y corrompen jueces y magistrados, abren así expedientes para dañar a sus enemigos, sean ellos empresas o instituciones como la Bolsa Mexicana de Valores. Los dineros, el antaño llamado “chayote”, sigue estando presente en columnas financieras que agarran campañas en contra de X para dañar su prestigio y su precio accionario. Buscan las mejores fórmulas –no de planeación fiscal, que es legal– sino de evasión. Pero eso es lo más burdo y banal. Lo más elaborado es la llamada “captura”, yo, laboratorio, te invito a un congreso anual, te alojo a ti y tu mujer en el mejor hotel con todo pagado y, como sé que te gusta el golf, pues da la casualidad de que tienes a tu disposición un campo de 18 hoyos o los que necesites. De postre un espectáculo con algún artista de moda. De pasadita te presento mis nuevos productos y, sin decirte nada, te pido que no cuestiones por qué la presentación es de 8 cápsulas cuando el tratamiento es de 10, así que tu paciente o la institución de seguridad social, el Estado o las aseguradoras, tendrán que comprar dos cajas.

¿Y por qué en México hay un porcentaje tan alto de cesáreas? ¿Será acaso por una deformación de las mujeres que, a diferencia de otros países, no están fisiológicamente preparadas para el parto natural? O quizá hay otra explicación, no será que para el médico es más fácil establecer, de acuerdo a sus intereses, la fecha de la cesárea. Entramos allí a la llamada “zona de confort”, me va bien, sé que hay irregularidades –por llamarlas de la forma más amable– pero mejor no me meto en líos. No importa que mi actitud oculte algo y, a la larga, agrave la situación, calladito te ves más bonito. Pero eso sí, después viene el reclamo, este país de porquería no tiene remedio. ¿Y tú, qué hiciste para mejorarlo? Y la sociedad civil tampoco se escapa, las vanidades subdividen causas provocando una absurda competencia que debilita a la ciudadanía, se come a sus pares. Seguimos siendo los mismos.

En esto el parteaguas es la conciencia –¡Hegel estará feliz!–, una situación es suponer y otra saber. Si el médico jugando golf en la Riviera Maya no se ha dado cuenta del juego que trae el laboratorio, pues es inocente y, de pasada, un ingenuo. Pero si se percata de la trampa del empaque y no actúa, se vuelve cómplice. La creación de ciudadanía y por ende de una sociedad más íntegra, más transparente y más justa, pasa por la conciencia. De allí la necesidad de la denuncia sistemática en contra de las irregularidades, marrullerías y corruptelas. Pero ese camino también puede caer en una zona de confort. Como cualquier empresario, el “vendedor de moral” ambiciona tener una porción mayor del mercado y, al final, desea quedarse con el monopolio, el monopolio de la moral. Allí la frontera es muy sutil pero dramática: de la denuncia fundada a la siembra de sospecha por mercadotecnia hay un abismo ético. Unos prueban, otros especulan o juegan a otros intereses. ¿Cómo queremos que las cosas cambien si seguimos siendo los mismos?

Durante casi 20 años he tenido la oportunidad de encontrarme con mis lectores en este espacio. Fui “bavoceador” como decía el querido Germán Dehesa, pero ha llegado el momento de transitar. Ya nos reencontraremos. Adiós a Reforma.

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