Orizaba.- Con las mejillas quemadas por el frío, los “hijos” del volcán caminan a orillas de los barrancos. Se cubren con ropa terrosa, holgada o pequeña, dependiendo de los inviernos que han pasado sin ver una cruzada benéfica. La naturaleza, dicen, reverdece el alma, aunque en su estado más primitivo reclama su cuota de soledad. No quiere intrusos, no les da nada.
En las faldas del volcán Pico de Orizaba, hay alrededor de 27 mil habitantes retando el ascetismo de esa montaña. En total 49 aldeas (entre Puebla y Veracruz), distribuidas por las laderas volcánicas, con hombres y mujeres que viven como pueden. Una parte de ellos abandona las montañas para buscar fortuna en el norte, otros cultivan flores, luchan contra la tala ilegal o se suman a ella; la mayoría, ve cómo el viento o el frío acaba a menudo con su cosecha de maíz. Contagiados por el silencio volcánico apenas hablan, no creen en la necesidad de la palabra.
Los lugareños elaboran cajas de carga en un proceso en el que participa toda la familia, desde la abuela que acarrea en alforjas las ramas taladas, hasta el niño que dedica las tardes a cortar leños y pulirlos. “También cultivamos maíz…”, dicen, “cuando no lo tumba el viento”.
Las cifras apenas han cambiado en los últimos 15 años: 90 por ciento de la población en situación de pobreza (según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, Coneval), elevados índices de migración, deserción escolar e incidencia de enfermedades respiratorias agudas (Iras). Comunidades como Miguel Hidalgo y Costilla, a tres mil 400 metros, viven más de la mitad del año bajo temperaturas extremas.
El volcán sigue reclamando su cuota de soledad, y el gobierno se la da gustoso, olvidando que hay cerca de 30 mil almas viviendo a sus pies. “Los ejidos están en áreas inhóspitas. Apenas reciben el programa Oportunidades porque no son grupos étnicos. Es una guerra perdida”, afirma Ricardo Rodríguez Deméneghi, miembro de la dirección nacional de la Cruz Roja durante 18 años y actualmente titular de Turismo en Orizaba.
No hay un criterio uniforme sobre el origen de estas comunidades. Algunos cronistas locales se remontan a la época colonial y al desplazamiento de indígenas hacia las laderas volcánicas. Otros opinan que una parte fueron campesinos procedentes de Oaxaca, Guerrero o del propio estado de Veracruz, quienes ocuparon esa zona en los años treinta, al ser beneficiados con tierras durante la Reforma Agraria.
Actualmente, de los 27 mil habitantes distribuidos a los pies de la montaña, aproximadamente dos tercios habitan en la parte administrada por el estado de Puebla; el resto, en Veracruz. Las comunidades orientales, de entre 300 y 600 personas, concentran los mayores índices de pobreza y desidia administrativa. “Hay consultorios médicos caminando a dos horas. Sin comida ni otras opciones, la gente empieza a talar para ganarse la vida. Con un hijo enfermo, no hay mucho que pensar”, afirma Héctor Rojas, subdirector en la zona de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp).
Los diputados son especialistas en hacer campaña en la región llevando lapiceros y cuadernos a escuelas sin aulas ni aseo; cuando pasan las navidades, o lo tiempos de campaña electoral, los niños vuelven a vagar a orillas de los barrancos. La naturaleza más adánica, la original, no admite corbatas, y sí parece engalanarse con la desnudez y las botas sucias, como las del general retirado de la Revolución, Rodolfo Lozada.
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