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“Los dolores que quedan son las libertades que faltan”

Superiberia

 

Manifiesto de la Reforma Universitaria de 1918. Argentina

 

Deodoro Roca, autor de la frase que da título a este artículo, es hoy un hombre poco conocido. Dirigente estudiantil, abogado, periodista y activista por los derechos humanos, influyó con sus ideas, publicadas en forma de columnas periodísticas, en grandes pensadores y pensadoras de América. Entre ellos, Vasconcelos, Lugones, Mistral.

Nos dice: “La anterior (generación), se adoctrinó en el ansia poco escrupulosa de la riqueza, en la codicia miope, en la superficialidad cargada de hombros, en la vulgaridad plebeya, en el desdén por la obra desinteresada, en las direcciones del agropecuarismo cerrado o de la burocracia apacible y mediocrizante”. ¡Uf!

Recomendaba a quienes debían redactar la Reforma: “¡Crear hombres (yo agrego mujeres) es la más recia imposición de esta hora! […] Por vuestros pensamientos pasa, silencioso casi, el porvenir de la civilización del país. Nada menos que eso, está en vuestras manos, amigos míos. En primer término, (contiene) el soplo democrático bien entendido. Por todas las cláusulas circula su fuerza”.

Quiero resaltar el siguiente punto, porque nos atañe: “En segundo lugar, la necesidad de ponerse en contacto con el dolor y la ignorancia del pueblo, ya sea abriéndole las puertas de la Universidad o desbordándola sobre él”. Centros de educación superior, estatuto que ya incluye a las Escuelas Normales, con todo el rigor académico y con la autonomía (en especial, en el caso de las Normales del sindicato) que requieren para cumplir el mandato de formar hombres y mujeres conscientes de su dignidad.

Concluye el Manifiesto afirmando: “Nuestros males, por otra parte, se han derivado siempre de nuestro modo poco vigoroso de afrontar la vida. Ni siquiera hemos aprendido a ser pacientes, ya que sabemos que la paciencia sonríe a la tristeza y que ‘la misma esperanza deja de ser felicidad cuando la impaciencia
la acompaña’”.

En este “modo poco vigoroso de afrontar la vida”, nos falta de manera desmedida, ejercer la justicia. Que en verdad, “no haya nadie por encima de la ley” y que la impunidad deje de ser la sombra que acompaña a quienes tienen en sus manos, los destinos de las y los ciudadanos.

Rafael Alberti escribió, a la muerte de Deodoro Roca, Elegía a una vida clara y hermosa: “Yo sé a quién preguntarle, a quién decirle/ cantos, cosas, razones de su vida;/ por qué altura de álamo medirle,/ por qué piedra indagarle/ la densidad de agua conducida,/ remansada en su río;/ por qué estrella llorarlo sin llorarle,/ por qué decirle nuestro y
por qué mío”.

De los 43 estudiantes de Ayotzinapa sabemos muy poco. Muchachos sin recursos económicos, sin porvenir a la mano, buscando cómo saciar hambres e ilusiones. Pero, con dolor y con esperanza, recordamos la frase muchas veces repetida: que su dolor no sea inútil. Que a partir de tan trágico episodio, seamos capaces de construir el país que ellos merecen, el país que les ha dado tan poco y se los cobra tan caro. Empezar por hacer justicia es el reclamo primero. Sólo con justicia, la igualdad y las libertades son posibles.

 

*Licenciada en pedagogía y especialista en estudio de género

 clarasch18@hotmail.com

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