Irán, como México, ha pagado caro por su orgullo nacionalista. Nuestro orgullo en materia energética nos ha restado competitividad y nos ha rezagado frente al mundo.
A los iraníes, el nacionalismo en materia nuclear les ha costado económicamente carísimo.
Hace cuatro años Estados Unidos, la Unión Europea y otros socios occidentales decidieron imponerle sanciones económicas a Irán en tanto este país, entonces presidido por el tristemente célebre Mahmoud Ahmadinejad, no diera muestras claras de para qué estaba llevando a cabo su programa de enriquecimiento de uranio.
Ahmadinejad argumentaba que se hacía con fines pacíficos, para avanzar en su capacidad de generar energía nuclear. La comunidad internacional no estuvo de acuerdo en que esto sucediera sin la supervisión de inspectores de la Agencia Internacional de Energía Atómica, para asegurarse de que Irán no estuviese buscando construir una bomba nuclear.
Israel era el principal interesado en dejar esto en claro dadas las amenazas vertidas por Ahmadinejad de destruir a ese país.
Al anunciarse las sanciones económicas hubo mucho malestar internacional, ya que es bien sabido que estas medidas cuestan mucho a la población civil y poco a los tomadores de decisiones.
La experiencia iraquí así lo demostró. Cuando a Irak se le impusieron sanciones económicas, los civiles sufrían hambre y escasez mientras Saddam Hussein y sus allegados seguían viviendo en palacios con todo lujo a su disposición.
En el caso iraní, la población también ha sufrido por los efectos de las sanciones económicas. En una encuesta reciente de Gallup, 85% de los iraníes admiten que las sanciones les han afectado.
La escasez se siente por doquier. Cosas básicas como el pollo, aceite y arroz son escasos, y lo poco que hay es carísimo.
Y cómo no van a estar así las cosas. Si bien Irán, con las segundas mayores reservas de gas y las cuartas de petróleo, debiera ser una superpotencia energética a la par con sus vecinos árabes, el aislamiento internacional ha dejado obsoletas sus instalaciones extractivas y de procesamiento de los hidrocarburos.
Además, desde principios de 2012, las sanciones han reducido sus exportaciones de petróleo en 60%, con la consiguiente disminución de ingresos.
Pero aun así, dos de cada tres iraníes defienden que su país mantenga su programa nuclear. La mayoría ve como no sólo discriminatorio sino hipócrita que no se les permita desarrollar un programa nuclear civil cuando sus vecinos India, Pakistán e Israel tienen ya bombas atómicas. El nacionalismo por encima de la razón.
Pero la salida de Ahmadinejad y la entrada de su sucesor, el mucho más pacifista, Hassan Rohani, ha abierto la puerta a la cordura. El fin de semana los ministros de Exteriores de Irán, Estados Unidos, China, Rusia, Reino Unido, Francia y Alemania firmaron un primer acuerdo que implica que Irán suspenda inmediatamente sus actividades nucleares más controvertidas.
Con este acuerdo se levantan algunas sanciones que tanto le han costado a los iraníes.
Israel y los halcones en EU están escépticos del compromiso real de Irán. El tiempo dirá quién tiene la razón. Lo que resulta indiscutible es que en el caso iraní, las sanciones económicas sí llevaron a las autoridades a la mesa de diálogo y hoy se abre la puerta al regreso de Irán al redil de los compromisos internacionales.
@AnaPOrdorica