AGENCIA
Culiacán.- El sitio era un lugar como lo es toda la zona, ubicado en una carretera sin mucho tráfico. Es la San Blas-Ocoroni, construida para comunicar comunidades que son entradas a la sierra; es una área con vegetación seca, nativa, arbustos por doquier, suelo de migajón. Moscos e insectos voladores que pican como moscos.
Nada es irregular, y pinta para una monotonía que nada parece romperla. Lo mismo durante años, lo mismo durante décadas; pero algo flotaba en el aire, un olor desagradable, citadino. Hule quemado y carne carbonizada era la mezcla.
El aroma parecía ser arrastrado por el viento, y nadie del colectivo Rastreadoras de El Fuerte parecía adivinar el origen, por eso se formaron duplas y se les dio superficie a rastrear. Palmo a palmo caminaron, cubierta la extensión, volvían a comenzar. Y así caminaron durante 4 horas; descubrieron deshuesaderos de vehículos y de motocicletas, y recolectaron algunas pistas que pudieran serviles para una vieja búsqueda suspendida.
Y así anduvieron, hasta que el camión se aparcó en un claro; al descender el grupo, vieron una brea que les provocó un latido extraño. Ellas, organizadas se adentraron en el monte. Y el aroma a caucho incendiado y a carne carbonizada se hizo más fuerte; conforme se metían en el monte, el aroma se convertía en hedor, paso a paso avanzaron, esquivando espinas, cardos y huizaches, hasta que el monte lo reveló.
Entre aros de alambre, y hollín de caucho y cenizas de leña, estaban aquellos restos blanquizcos, frágiles. Había un polvo blanco, y adherido como calcomanía a aquel acero, hueso y algo que parecía carne.
Aquello comenzó a tomar forma en los cerebros de esas mujeres entronas, valientes, que buscan a sus desaparecidos palmo a palmo en el monte.
Observaron los restos óseos que quedaron sin ser convertidos en cenizas, descubrieron parte de una clavícula y vértebras. La carne que vieron, en realidad eran los pulmones, y el hueso al que estaba adherido, una costilla.
Los trazos de lo que parecía carbón, era grasa humana, dispersa en ocho rollos de alambre. El cráneo no fue localizado, por lo que se desplegaron en media luna para encontrarlo. El rastreo no arrojó frutos. Mientras reportaban el hallazgo, las mujeres revivieron lo que allí había pasado, con base a su experiencia.
“Aquel desdichado lo acostaron sobre una capa de leña y llantas. Encima le pusieron otras ruedas, luego, lo incendiaron todo”, dijeron.
Las llamas y la humareda negruzca de aquella pira debió verse a kilómetros de distancia, pero nadie se inmutó por ello.
“Pretendieron desaparecerlo del todo, pero no lo consiguieron. La hoguera dejó restos humanos, que nosotras encontramos. El hallazgo nos produjo emociones encontradas. Alegría porque tendrá una sepultura, y porque no pudieron desaparecerlo del todo, e indignación porque ahora los están quemando para desaparecerlos por completo”, explicó Mirna Nereida Medina Quiñónez, la lideresa que fundó el colectivo Rastreadoras del Fuerte, pionero en la búsqueda de desaparecidos en México.
Las incineraciones clandestinas en el monte reaparecen de vez en vez. El caso más reciente data del 2021, cuando el colectivo “Jóvenes Rastreadoras” localizó una pira clandestina en Urbi Villa, y en el 2019, el grupo Rastreadoras por la Paz localizó lo que sería la carbonización de cuerpos masiva en una isleta del río de San José.
Claudia Rosas Pacheco, líder de esa agrupación, no pudo precisar cuántos cuerpos fueron reducidos a cenizas, pero consideró que fueron muchos, porque era una extensión como de un lote urbano, el que aún estaba caliente cuando llegó. Esta habría sido el horno crematorio rudimentario más grande
Ese mismo año, Medina Quiñónez había encontrado otros hornos crematorios a cielo abierto, justo a las afueras de Los Mochis; en la colonia Urbi Villa del Rey localizó piras con cinco cuerpos calcinados y poco después en Virreyes encontró una más con cuatro cadáveres semicarbonizados.
Hasta ahora, ninguno de estos casos ha sido criminalizado por la Fiscalía General de Justicia del Estado de Sinaloa.