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Lo que está en juego

Superiberia

 Por: Beatriz Pages  /  columnista

Escuché hace poco decir a alguien: “Lo que hoy está en juego no es una elección, sino un destino”.

También seguí con atención las palabras de una legisladora del Parlamento Iberoamericano que alertó sobre la guerra que viene entre populismo y república.

Ricardo Anaya, José Antonio Meade y Andrés Manuel López Obrador ya no deben ser leídos, calificados u opinados desde los frívolos parámetros de la mercadotecnia tradicional. Qué importa si son feos o bien parecidos, si tienen carisma o son aburridos o si sus spots están bien o mal logrados.

Lo que debería estar a debate es lo que representa cada uno para las libertades, la paz y el crecimiento del País. Que Anaya, Meade o López Obrador sean de izquierda, centro o derecha es lo de menos. El riesgo no está en lo que dicen ser, sino en lo que realmente son.

Anaya y López Obrador son dos tiranuelos embozados. Sólo quieren sentarse en la silla presidencial para luego ser igual o peor que los más peores. Están vacíos, no tienen propuestas, lo que llaman proyecto de nación son meros golpes de propaganda para hacer crecer el voto del rencor.

Pocos, casi nadie, ni siquiera los políticos y periodistas más avezados se han dado cuenta de ello. Padecen una especie de aletargamiento, como les sucedió a los alemanes en la época nazi o a los venezolanos con Hugo Chávez.

La música y los malabares antisistema del populismo los tiene hechizados, sin querer ver o aceptar que el riesgo de que se aposte en el País una verdadera dictadura —y no la de Mario Vargas Llosa—, existe, de verdad, por primera vez.

¿Entenderán esto la senadora Gabriela Cuevas, los académicos, científicos y empresarios deslumbrados con las candilejas y la parafernalia del Mesías?

Anaya y López Obrador —¿por qué no reconocerlo? — han sido hábiles. Han sabido envolverse en el manto de la democracia para legitimar sus posiciones. Se han parapetado y escondido detrás de ella, se reivindican como demócratas para engañar a la gente y ocultar sus verdaderas intenciones.

López Obrador lo hace utilizando a los pobres. Anaya manipulando a una clase medida resentida y enojada.

El historiador español Florentino Portero describe el populismo con gran tino: es —dice— “el atajo por el que se juega con las emociones e ilusiones para prometer lo que es imposible, aprovechándose de la miseria de la gente, dejando fuera la razón y la lógica en la toma de decisiones”.

Ahí está, como ejemplo de ese “atajo”, la principal propuesta del candidato  de la coalición Por México Al Frente, en materia de política social: “el ingreso básico universal”.

Anaya se comporta como el más primitivo de los demagogos, como el más abusador de la pobreza y la ignorancia, cuando promete regalar dinero a todos los ciudadanos por el sólo hecho de ser mexicanos.

Su oferta tiene su origen en el más puro populismo latinoamericano que sólo apuesta, para beneficio del tirano, a la multiplicación de la pobreza. Los autócratas, para ganar elecciones y preservarse en el poder, requieren necesariamente del voto de la ignorancia y del hambre.

Anaya recuerda al general Victoriano Huerta. Hay parecido en la fisonomía, en la pulsión por la deslealtad y por tener como víctima a un Madero, aunque ahora Gustavo Madero lo niegue.

Los dictadores muchas veces recurren a los mecanismos democráticos para legitimarse. Buscan llegar al poder por medio de elecciones, para después perpetuarse en él. Chávez en su momento y ahora el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, son el vivo ejemplo de quienes recurren a elecciones como una vía de simulación democrática para dar al final un golpe a las instituciones.

Hoy Maduro pretende reelegirse por tercera vez por medio de una Asamblea Constituyente impuesta por él, con una Constitución redactada por él y una división de poderes inexistente.

Eso es exactamente lo que haría un López Obrador en México. En Tabasco, su tierra natal, declaró hace pocos días que está dispuesto —de ganar la elección— a perdonar a Carlos Salinas de Gortari y a Enrique Peña Nieto.

¿Perdonar? Ni que fuera Dios. Además, ¿de qué los va a perdonar? ¿Y quién, en dado caso, sería él para pasar por encima de las instituciones que tengan que ver con algún tipo de exoneración?

El Mesías es un maestro de la marrullería. A lo inmoral, ilegal, mentiroso y arbitrario lo hace pasar por honesto y justo.

Voltear a ver a quien viene en el tercer carril comienza a ser un asunto de vida o muerte, de libertad o cancelación de derechos humanos para el País.

¿Qué Meade carga con los negativos del PRI? Sí, es cierto.  ¿Qué Meade viene de un Gobierno contra el que hay enojo e indignación? También es verdad.

Sin embargo, hay en todo esto algo paradójico. Meade, con todo y ser hombre del sistema, no es un tirano interesado en aplastar las instituciones para perpetuarse en el poder. No es un enemigo de la democracia.

Y esto refrenda lo dicho por alguien: lo que va a estar en juego el 1 de julio no es una elección, sino el destino de una Nación y sus libertades.

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