Seguro le ha pasado que no sabe o no entiende el porqué de ciertas actitudes ajenas, seguro le ha pasado que de pronto usted se ha convertido en el centro de atención y diana de críticas y comentarios, normalmente fundados en razones a medias, que invaden la razón de muchos. Las críticas y comentarios son ese dejo de envidia reflectante que les ciega la inteligencia… y no los deja pensar ni razonar.
Lo cierto es que la envidia es así, una especie de ceguera voluntaria y momentánea o no, que invade la capacidad de valorar y reconocer que aquel que le ha puesto a usted en la diana de la envidia, envidia de usted una única cosa que sabe muy bien, que nunca tendrá…
La palabra envidia viene del latín y se refiere al deseo de obtener algo que posee otra persona y de lo cual uno carece. Se trata principalmente del pesar, de la tristeza o del malestar por el bien ajeno. Así la envidia construye el resentimiento, la amargura e incluso la ira de aquel que añora lo que es incapaz de esforzarse y lograr por sus propios medios.
Desgraciadamente pocas, muy pocas veces la envidia puede erradicarse, porque la envidia tiene una mezcla poderosa que hace sumamente difícil su desaparición. Esto ocurre, principalmente, porque aquel que envidia, no sólo envidia poseer aquello que usted posee, sino exactamente lo que es de su propiedad, es decir no quiere algo similar sino lo suyo. Y no sólo siente un terrible deseo por poseer sus pertenencias, sino también causarle un daño, y no siendo poco, además, lucha permanentemente para que ni usted ni nadie pueda jamás saberse conocedor de sus deseos, y todo esto a fin de que no tenga jamás que aceptar su envidia y aceptar al mismo tiempo sus vacíos y sus carencias.
Por eso el que envidia sufre y sufre como nadie, porque por increíble que parezca, el que envidia puede tener incluso más que uno, mucho más, puede tenerlo todo o no, pero como no tiene lo que usted posee, se siente profundamente miserable… Y sí, sufre y sufre mucho porque casi siempre lo que genera más envidia en el envidioso son aquellas pequeñas grandes cosas que ninguna riqueza puede comprar…
El que envidia, envidia la felicidad, ese es el problema más grave de aquel que envidia, porque la felicidad no viene de las cosas materiales, que si bien dan cierta seguridad, no ofrecen felicidad permanente. La felicidad permanente viene de la paz, de la tranquilidad, de las relaciones sanas, de los proyectos encaminados, de las ilusiones con miras reales, de los sueños alcanzables, de las sonrisas auténticas, de la belleza natural, del amor verdadero, de la salud, de los buenos amigos, de los trabajos justos, y de un sinfín de pequeños placeres, casi siempre sencillos, pero que nos hacen inmensamente grandes.
Eso que es para cada uno la felicidad es lo que en realidad envidia el envidioso… y eso es también lo que le critican…
Por eso hoy le invito a reconsiderar al envidioso y a reconsiderar al envidiado, porque en realidad, ni las críticas ni la envidia del envidioso le han quitado nada al envidiado, porque eso que quiere el envidioso nunca lo tendrá.
Simplemente porque la felicidad es propia, personal y muchas veces cambiante, simplemente porque cada uno con lo que es y tiene genera su propia felicidad, así que el envidioso por más que posea nunca podrá poseer al envidiado, porque nunca nadie podrá comprar ni poseer su personalidad ni su carisma ni tampoco su inteligencia ni sus sentimientos ni sus ideas ni sus deseos ni tampoco podrá proceder ni elegir lo que el envidiado elige…
Así que no tema ser envidiado, porque su misión en la vida es ser feliz y ser feliz, lo vale… ¡lo vale todo! Y sí, qué pena, mucha pena por el envidioso, porque no importa lo que tenga o deje de tener… él sabe tan bien como usted, que no tiene nada. Porque aquel que desea lo imposible también se imposibilita, así que dejémoslo en su imposibilidad y sigamos haciendo por la felicidad todo lo que sea posible. ¡Felicidades!