Por: Catón / columnista
Condones por aquí; condones por acá; condones más allá. El padre Arsilio visitó en su casa al cura del pueblo vecino, y se quedó estupefacto al ver por todas partes paquetes de condones.
Los había en la sala, el comedor y la cocina; estaban en la recámara, el baño y el estudio. Hasta en el garaje vio condones. “No piense mal de mí, padre Arsilio –le rogó el anfitrión al visitante.
Lo que sucede es que padezco un tic nervioso que me obliga a cerrar continuamente el ojo izquierdo. Sufro también jaquecas continuadas.
Cuando voy a la farmacia y le pido al dependiente un frasco de aspirinas ve él que cierro el ojo, me hace también un guiño y me da una caja de condones”… Capronio le confió a un amigo: “Mi hijo mayor no fuma; no bebe; no juega póquer; no se desvela con amigos; no anda con mujeres… Ya estoy dudando de que yo sea su padre”…
La señorita Peripalda, catequista, les preguntó a las niñas del catecismo: “¿A dónde van las niñas buenas?”.
“Al cielo” –respondieron las pequeñas a una voz. “¿Y las malas?”. Rosilita, equivalente femenino de Pepito-, se adelantó a contestar: “Las niñas malas van a Cancún, a Vallarta, a Acapulco, a la Riviera Maya, a Las Vegas…”…
La casa de la flamante parejita estaba recién pintada.
Aquella noche el marido puso la mano en la pared de la alcoba, que quedó marcada con su huella y por tanto necesitaría un retoque. Al día siguiente la recién casada le dijo al pintor que seguía trabajando en la planta baja: “¿Quiere venir a la recámara a ver donde mi marido puso anoche la mano?”.
“Lo haría con mucho gusto, señora –replicó el sujeto-, pero mi patrón no me permite intimar con la clientela”…
El marido salió de viaje y tardó más de la cuenta en regresar. Su esposa le puso un mensaje urgente, y él respondió con una pregunta: “¿Por qué me pusiste ‘Torna a Sorrento’?”. Contestó la señora: “No puse eso. El iPad me corrigió. Lo que yo escribí fue: ‘Tornas o rento’”…
En el Potrero de Ábrego es clásico el relato del hombre a quien su burro tiró al suelo con un súbito respingo. “Al cabo que ya me iba a bajar” –dijo mohíno a los que se reían de él.
Versión campesina es ésa de la antigua fábula de la zorra y las uvas. No las pudo alcanzar, y disfrazó su despecho mascullando con desdén: “Están verdes”.
Ambos relatos, el popular y el culterano, pueden aplicarse a Luis Videgaray, Canciller en vías de aprendizaje, quien declaró que no aspira a ser Presidente de la República. Claro: sabe muy bien que tiene las mismas posibilidades de ganar que tendría yo si me presentara como candidato a dirigir la ONU. (Aunque ahora que lo pienso…).
El señor Videgaray cargará toda su vida el sambenito de haber invitado a Trump a venir a México. Ese sólo hecho lo hace inelegible, y más si a sus pasivos se añade el estrecho vínculo que tiene con el presidente actual. He dicho varias veces, y lo repito ahora, que en la contienda del 2018 el PRI deberá conformarse con un modestísimo tercer lugar. Si Videgaray fuera su candidato quedaría en séptimo u octavo. Pero al cabo que ya se iba a bajar…
Dulcibel se quejaba con Susiflor del insaciable apetito sexual de su novio Pitorrango. “A todas horas quiere hacer el amor –le dijo.
Cuando se queda conmigo me despierta varias veces para eso, tantas que en la mañana batallo para levantarme e ir a trabajar. Y no se diga los fines de semana: quiere sexo a mañana, tarde y noche.
Lo bueno es que cada mes debe viajar por motivo de negocios, y eso me permite descansar un poco del insaciable erotismo que muestra cuando está conmigo”.
Preguntó Susiflor: “¿Cuánto tiempo está fuera?”. Respondió Dulcibel: “Apenas el suficiente para fumarme un cigarrito”… FIN.