El hombre siempre ha buscado con afán e insistencia cuál es la verdad de su origen, y se ha planteado de mil formas la razón de su existencia. La religión y los mitos le dieron las primeras respuestas.
Con esas formas antiguas de pensamiento resolvió los problemas existenciales durante siglos, y sólo grupos selectos de individuos, en distintas épocas, tuvieron la flexibilidad y la osadía de pensamiento para cuestionar la filosofía del momento que les tocó vivir.
Gracias a esa eterna curiosidad de unos cuantos, se han escrito páginas esplendorosas a lo largo de la historia, y el resto de la humanidad ha logrado avanzar entre tumbos y tropiezos.
Desde mediados del milenio pasado, dentro del desarrollo de la cultura occidental, los avances de la ciencia comenzaron por arrebatar al hombre de las cómodas fantasías de los mitos y las creencias más arraigadas de la religión, de tal manera que primero resultó herido su ego al comprobar que no era el centro del universo; después quedó en entredicho su origen divino cuando un científico aseguró que descendía del mono, en un proceso de selección natural y evolución.
Más tarde, otro científico aventuró que ni siquiera era dueño de sus actos y reacciones, porque estaba influenciado por la crianza y las creencias inculcadas por sus ancestros.
La convivencia con sus iguales siempre ha sido difícil y complicada, más que nada por el afán de poder, egoísmo, ignorancia, falta de sentido común y la esclavitud que desde la forma más simple a la más sofisticada ha sido ejercida en el hombre por el hombre.
La imagen de un estado perfecto e ideal ha sido una utopía, pues para que exista la sociedad perfecta se necesita que la integren seres humanos perfectos.
Babel no desapareció. Sigue presente, mucho más allá de las formas lingüísticas, bajo nuevas expresiones y nuevos conceptos, pues a pesar de los avances de la ciencia y la cultura, el hombre sigue siendo el lobo del hombre.
Ha sido lamentable la dispersión y vaguedad de los razonamientos, la banalidad, la intolerancia, la barbarie, la resistencia a preocuparse por los demás, la facilidad para engendrar formas negativas de ser y de hacer, la falta de constancia, veracidad y congruencia en la gran masa humana.
La humanidad creó la historia de sus ideas para solazarse en secreto o en grupos pequeños, dentro de cuatro paredes y en ambientes restringidos y ficticios, donde todo es esencia volátil y regocijo intelectual de unos cuantos y pocas veces acciones que se ejercen para cambiar la realidad.
También hizo exhaustivos inventarios de sus avances culturales pero olvidó que todavía no conoce su origen ni cuál es su misión en este mundo.Después de miles de años de avances inseguros pero insistentes, encontró la manera de manipular a la naturaleza, imitar sus reacciones y romper sus leyes, con lo que logró alterar el ecosistema y poner en riesgo no sólo su existencia, sino todas la formas de vida del planeta, su casa común en eterna disputa, vagabunda en un cosmos infinito cuya comprensión marea su inteligencia.
Muchos grupos centenarios, cuasi secretos, poseedores de conocimientos capaces de hacer del hombre un ser superior, fueron perdiendo adeptos al límite de la extinción, dejando para siempre la duda sobre sus bondades.
Además, el hombre se sintió un ser supremo, más grande que los dioses que había creado, pero se ha vuelto dependiente de la ciencia y no ha sido capaz de percibir el hueco entre sus carnes ni la terrible orfandad espiritual en que ha quedado.
El hombre moderno perdió la capacidad de asombro Dejó de ser niño porque igual perdió la rebeldía que todo lo cuestiona, que problematiza con el limpio afán de resolver, de esclarecer y determinar su postura ante la vida, sentado ahora en un mullido sofá frente al televisor o con el celular en la mano.
Por eso es más común conocer a quienes dejan que las circunstancias de la vida los lleven y los traigan, o a los que buscan en el barullo ensordecedor como un espacio para evitar el encuentro molesto con sus propias conciencias.
No importan las teorías ni valen las doctrinas si no tienen como centro el desarrollo y bienestar de la raza humana.
Hemos sustituido la vieja bujía, la pluma y el tintero por una lámpara y una computadora. El mundo se ha hecho pequeño.
Pero a pesar de tantos milenios de evolución natural, cultural, científica e intelectual, no hemos sido capaces de construir formas civilizadas y armónicas de convivencia, ni organizaciones sociales donde se respete la dignidad de las personas y se busque el bien común, donde se cultiven los valores como forma de vida y se desarrollen las funciones superiores del cerebro para desterrar de una vez y para siempre los vicios que corrompen, que destruyen la esencia preeminente del ser humano.
Todavía hay quienes prefieren arrastrarse en lugar de desplegar las alas de su imaginación y creatividad para emprender el vuelo hacia regiones diáfanas, de amplios panoramas, mejores en calidad de vida, producción, expresión, dominio de la ciencia, relaciones y desarrollo del pensamiento humanista y constructivo… El hombre como especie está hecho para eso y mucho más.
Para ser grande en la sencillez, siempre ilimitado y abierto al conocimiento que transforma, que modifica la esencia negativa. Sus carencias, dudas y defectos, sólo son el pretexto para la superación.
gilnieto2012@gmail.com