por: Catón / columnista
“Las cosas tienen alma”.
Esa insólita declaración hizo don Cucoldo al llegar a la mesa del café con sus amigos. Pensaron ellos que su compañero había empezado a hacer estudios filosóficos, o que pertenecía ahora a alguna religión naturalista o inclinada al panteísmo. Uno le preguntó: “¿Por qué dices que las cosas tienen alma?”.
Explicó don Cucoldo: “Llegué a mi casa en hora desusada y hallé a mi esposa sin ropas en la cama, poseída por singular agitación. Algo había presentido, seguramente, porque en ese mismo instante estalló un formidable incendio.
Los dos salimos corriendo de la habitación. En ella hay un ropero grande, antiguo, y clarito alcancé a oír que pedía con suplicante voz: “¡Salven los muebles!”… La señora detuvo su automóvil ante el semáforo en rojo.
Cambió la luz a verde y no arrancó pese a los bocinazos de los conductores que estaban atrás de ella. Se puso en ámbar el semáforo, de nuevo en rojo y otra vez en verde y la señora no avanzaba.
Los automovilistas arreciaron sus protestas con el claxon. Acudió el oficial de tránsito y le preguntó a la mujer: “¿Qué sucede, señora? ¿No le gusta ninguno de los colores que tenemos?”… Extraña parajoda, que es algo más que paradoja: el Presidente más autoritario que hemos tenido en México desde Porfirio Díaz no muestra a veces ninguna autoridad.
Eso se evidenció con los actos vandálicos que vimos en la recordación del 2 de octubre, y volvió a ponerse de manifiesto en los intolerables atentados cometidos contra la ciudadanía por un grupo de taxistas, abusos no tuvieron ninguna respuesta por parte de quienes están obligados a proteger a la sociedad contra los excesos de quienes perturban la vida comunitaria para obtener provecho personal o de facción.
Desde luego Andrés Manuel López Obrador dirá que en ambos casos la aplicación de la ley correspondía al gobierno local, pero sabemos bien que en la Ciudad de México no se mueve nada si no lo determina el dedito que todo lo decide.
Con el pretexto de evitar la represión se permite que grupos minoritarios atenten contra la mayoría. Así el caos y la impunidad toman el sitio de la legalidad y el orden.
Una cosa debe saber AMLO: su actitud omisa ante violencias como las que se han visto en los días últimos está demeritando con rapidez su imagen.
Se le empieza a ver como un mandatario que a fin de no perder el apoyo de su clientela política deja librados a los ciudadanos a su propia suerte, y en vez de protegerlos deja hacer y deja pasar. Excesivos fueron los excesos cometidos por los taxistas para oponerse a algo que es imposible resistir: el progreso tecnológico.
Tan graves fueron sus abusos que uno de sus representantes ofreció disculpas a los afectados.
Quienes en verdad deberían disculparse son aquéllos que teniendo autoridad no la ejercitan, y teniendo obligación de cumplir y hacer cumplir la ley no hacen ni una cosa ni la otra… El papá de Pepito lo llevó con un psicólogo.
Al parecer el chiquillo había despertado demasiado pronto a la cuestión del sexo y pensaba demasiado en esas cosas.
El especialista dijo que le iba a hacer al niño unas preguntas. Empezó: “¿Qué es lo primero que el hombre le introduce a la mujer cuando se casan?”. Respondió sin vacilar Pepito: “El anillo”. Le preguntó el psicólogo: “¿Qué se le agranda a la esposa con el matrimonio?”.
“El nombre” –contestó el muchachillo de inmediato. Inquirió luego el facultativo: “¿Qué tiene el Papá que no usa?”.
Respondió Pepito: “El nombre también”.
En eso intervino el papá del niño. Le dijo al psicólogo: “Mejor examíneme a mí, doctor. Yo soy el que piensa demasiado en la cuestión del sexo”… FIN.