Dijo León Felipe, poeta español, quien murió en la Ciudad de México justamente en 1968:
Voy con las riendas tensas
y refrenando el vuelo,
porque no es lo que importa llegar solo ni pronto
sino llegar con todos y a tiempo.
Quiero iniciar diciendo que me declaro en contra del uso absurdo de las dichosas “frases célebres”. Eso es literatura de la más barata, es sacar de contexto total lo dicho por quien se esforzó en describir algo más complejo que una simple frase. Y es un acto de deshonestidad intelectual pretender resumir el pensamiento en unas cuantas frases “bonitas”, que son usadas a diestra y siniestra de acuerdo al momento, como si se tratara de tomar la herramienta adecuada para resolver determinada situación. Debemos respetar al autor en su dicho; sacarlo de contexto, para bien o para mal, sólo ha generado toda una corriente que pretende no tener más conocimiento que el que se requiere para una plática de café o una sobremesa familiar.
Sin embargo, algunos autores, casi todos poetas, han logrado integrar en pocas palabras una sabiduría tal, que, esos sí, vale la pena citar. Las redes sociales están plagadas de aquellas baratijas, y han limitado al público a creer que de esa manera ya conocen y manejan conceptos profundos de Marx, Gandhi, Teresa de Calcuta, García Márquez, y un sinnúmero de etcéteras.
Dicho lo anterior, inicié con esta poesía breve pues describe perfectamente lo que a mi entender es uno de los graves problemas de nuestra sociedad actual: las competencias. Nuevamente me refiero a la tonta admiración que tenemos por quien, supuestamente solo, logra algo fuera de lo común. Alcanzar la punta del Everest, correr 100 metros en menos tiempo que nadie (al menos de los que estén inscritos en la competencia), ser el primero en la clase o el empleado del mes, abatir al equipo contrario, todas son acciones que fomentan el individualismo y por lo tanto rechazan el quehacer colectivo. Fomentar la competitividad individual es una reminiscencia de quienes creían en una raza aria, pura, fascismo disfrazado, selección genética de los más aptos.
Los zapatistas, sin ser yo un amplio conocedor de dicho movimiento social que inició hace 20 años, tienen muy claro esto: caminar al paso del más lento. Que nadie se quede atrás, avancemos todos juntos. Dar prioridad, antes que nada, al logro de consensos dentro de la comunidad, hacer que todas las voces se escuchen entre sí. Avanzan juntos en un ejercicio de autogobierno, logrando un acuerdo entre las y los compañeros, respetando y aún más, valorando las opiniones disidentes. Al contrario del lema olímpico que dicta: más fuerte, más rápido, más alto; los zapatistas enarbolan el estandarte siguiente: más débil, más lento, más bajo. Seguir fomentando en nuestros niños que el éxito se logra sólo cuando vencemos al supuesto oponente, es criar a la ignorancia. La competencia, ya sea laboral, de negocios, deportiva, sólo ha generado una bola de tramposos que requieren ser vigilados de cerca, pues harán todo con tal de ganar, aún humillando a quien se ponga en su camino.
Imaginen a un grupo de violinistas tocando el Vuelo del Abejorro, o mejor dicho del Moscardón, del autor ruso Rimski-Kórsakov, sin dirección alguna, empezando todos a la de tres, a ver quién termina más rápido. Se oiría horrible estaremos de acuerdo, pues cada uno ejecutaría su instrumento a una velocidad frenética, tan rápido como sus dedos y habilidad gimnástica se lo permitan. Pero si ejecutan todos ésta famosa pieza al ritmo del violinista más lento, seguramente el resultado será satisfactorio. Es una de las cosas que me gustan del arte, ya que nunca se trata de competencias, a excepción de La Academia o La Voz México entre otras pero eso ni a arte llega, pues sólo pretenden demostrar que cualquier cantante sin preparación puede tener éxito, siempre y cuando se adapte a los mediocres cánones que el mercado discográfico estipula. No vamos a disfrutar de una Ópera para comparar con otras, simplemente nos gustó el conjunto de las cosas o gustó poco. En el arte no hay competencia, es de risa cuando alguien es proclamado (o autoproclamado) el pianista más rápido del mundo, como si hubiese prisa. En el arte, como en la vida misma, se trata de lo bien que lo hagas, no de cuán rápido seas, y la mejor manera de hacer las cosas es de forma colectiva.