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La última razón del rey

Superiberia

Sentí a Michoacán entre dos tipos de ilegalidad. La muy obvia de una delincuencia muy inaceptable y la de una autoridad que se toma como propia la aplicación constitucional.

Para Daniel Cabeza de Vaca, en esta mala hora.

 

Como todos los días algo nos inquieta, hemos llegado a un estado de analgesia donde ya no todo nos alarma. Pero, por lo mismo, cuando algo nos sobresalta los ciudadanos debemos reflexionar con mucho cuidado y los gobernantes atenderlo con mucho esmero.

Ello me sucedió esta semana cuando me enteré que, para combatir a la delincuencia michoacana, las Fuerzas Armadas habían “tomado” Lázaro Cárdenas, ciudad y puerto. Creo que, desde la batalla de Zacatecas hace casi cien años, nuestros ejércitos no habían tomado nada excepto, claro está, la toma de la Ciudad Universitaria, en 1968.

Me preocupó mucho el contenido de la información. Más o menos decía que las Fuerzas Armadas desarmaron a toda la policía municipal. Hasta allí el dato. No dice si el gobierno de Michoacán lo solicitó, como lo marca el artículo 119 constitucional, o si la Federación actuó por su propia iniciativa. Supongo que fue lo segundo y ello, aunado a otras medidas de legalidad muy dudosa, me llevó a una reflexión.

Sentí a Michoacán entre dos tipos de ilegalidad. La muy obvia de una delincuencia muy inaceptable y la de una autoridad que se toma como propia la aplicación constitucional. Desde luego que, entre una ilicitud y la otra, tomo bando decidido por la ilicitud del gobierno que no por la de los sicarios. Además, yo soy de los que cree en la “razón de Estado” y, por ello, soy de los que justifica que, llegado el momento, un Estado queda autorizado políticamente para mentir, para encarcelar y, si fuera necesario, hasta para matar con la ley, sin ella o en contra de ella. No soy de los legalistas inflexibles que creen que la ley deba salvarse aunque perezcan los hombres y las sociedades.

Esto me recordó el episodio histórico cuando el cardenal Richelieu, en tiempos de Luis XIII, instaló en las piezas de artillería la frase latina ultimae ratio regum, “esta es la última razón del rey”. Tenía razón. La Fuerza Armada debe usarse sólo cuando ha fracasado todo lo demás. Es un principio de prudencia política pero, asimismo, es una advertencia de ultimátum. No se usará de inicio, pero se usará si llegare el caso. Cuando todas las razones fallaron, ha llegado el momento de utilizar la última. Es razón, pero es la última. Es la última, pero es razón.

Desde hace años varios políticos cercanos al tema ya sentíamos el temor de que nuestros gobernantes le hicieran un daño irreversible a nuestras Fuerzas Armadas por haberlas involucrado en una lucha que todavía no sabemos si se podrá ganar. Que en ello quedaran expuestas, por lo menos, a tres acosos muchas veces invencibles: el de la intriga, el de la corrosión y el de la desunión. Que, por su obligado mutismo, tuvieran que sufrir en silencio y en sumisión. Y que, a la postre, muchos altos jefes de la clase política mexicana se desentendieran de su compromiso moral de abogar por ellas.

En la década de los setenta se había iniciado su participación en la erradicación de plantíos. El acoso no se hizo esperar. Ya para los ochenta la opinión pública nacional y extranjera no se cansó de molestar la imagen de los altos jefes militares, incluyendo en ello al entonces secretario de la Defensa Nacional. En los noventa se dio otro paso erróneo. Un alto jefe militar dirigió la lucha contra la delincuencia organizada, concluyendo en la cárcel. Ya en este siglo las instituciones civiles fueron colmadas de militares y creció el acoso contra la milicia. Por último, en el anterior régimen la fuerza militar fue llevada a la calle a perseguir malandrines. Apenas estamos empezando a pagarlo.

Creo que estamos arriesgando a una de las mayores reservas de valores. México cuenta con un Ejército invariablemente leal a las instituciones. Ejército formado por el pueblo, que no se distingue de él y que a él está plenamente asimilado. Su perfil ha sido modelado como una síntesis de nuestra geopolítica y de nuestra historia. Nuestras vecindades, los reacomodos de la política posrevolucionaria y otros factores más, han determinado su profesionalismo, su clasismo, su institucionalidad, su lealtad y su patriotismo. 

En los tiempos actuales son incontables los méritos que acumula de manera cotidiana. La lucha contra el narcotráfico. La participación en momentos de desastres. Su concurso en campañas sanitarias, alfabetizadoras y reforestadoras. El auxilio a la población en diversas circunstancias. Todo ello  lo ha hecho un muy apreciado y muy respetado Ejército de paz. Su disciplina, su organización, su sistema educativo y su desarrollo tecnológico lo han hecho un muy reconocido y muy confiable Ejército de guerra.

Cuando a los pueblos se les ha sometido al batidillo de la infesta y de la inmunda tienen que volver los ojos hacia sus grandes reservas nacionales. No gastarlos de inmediato sino hasta cuando nos reconozcamos ya vencidos y sin otro remedio. Por eso, para el bien de México, su valioso Ejército debe ser la última razón del rey. 

 

 *Abogado y político. Presidente de la Academia Nacional, A. C.

w989298@prodigy.net.mx

 

 Twitter: @jeromeroapis

 

 

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