Martín Marmolejo, en “Globalización. Alcances e implicaciones”, impreso por Artgraph, Querétaro, 2010, nos comenta que, en la medida que exista el suficiente grado de libertad, y que el sistema social y económico premie la creatividad y el trabajo, en esa misma vía, en lo fundamental, se irá logrando el progreso social y económico de una empresa o, en su caso, de un país.
Se trata de exaltar y premiar el mérito, lo que más agregue valor a las actividades y al desempeño, de manera que, en esa misma medida, proporcionalmente, haya mejor remuneración. Este principio cada vez se asienta más en organizaciones, sociedades y países. Cuando una organización está obligada a tomar decisiones con consecuencias relevantes, estos principios son fundamentales. El objetivo último de la buena gobernanza es optimizar resultados y que éstos sean de calidad.
“Privilegiar la meritocracia es privilegiar el gobierno de los más aptos”, afirman los seguidores de estas políticas, cosa que en la práctica es difícil de concretar. Las sociedades enfrentan grandes retos para que algo así pueda ser realidad, sin excluir, sin discriminar, sin segregar a aquellos que no gozan de una vida escolar en condiciones apropiadas y de calidad, ya sea por razones geográficas, sociales o económicas, y que además quedan fuera de los avances de la sociedad del conocimiento.
A partir de la Ilustración, los conceptos de la meritocracia tomaron fuerza. El Estado que entonces diseñaron sobre autoridad limitada, poderes que se equilibran, constitucionalismo, partidos que compiten, alternancia en el poder, propiedad privada, mercado, meritocracia y competencia, circularon profusamente para sustituir el viejo régimen absolutista, con una vigencia que llega a la actualidad.
No solamente las treinta naciones más exitosas del planeta se comportan con apego a este modelo de Estado. La tecnología contemporánea, referente del desarrollo, ha focalizado aún más esta idea. La organización, el liderazgo, la creatividad, las grandes mejorías en sistemas, métodos y procedimientos, son algunas de las principales manifestaciones del capital intelectual.
Siempre existirá una enorme red de intereses creados no virtuosos en toda organización humana. Aún las organizaciones o países de excelencia tienen esas perniciosas redes. La tarea de deshacer estas prácticas deshonestas no es fácil ni rápida, pero es lo que se tiene que hacer si en verdad se desea avanzar, prosperar, destacar o salir de las situaciones críticas que las diversas formas de corrupción provocan.
De hecho, se trata del mayor desafío que cualquier organización o país puede enfrentar, sobre todo si se refiere a los países más rezagados o con mayores problemas para equilibrar o superar su economía. Mientras más avanzada sea una organización o país, los perniciosos efectos de esas redes de influencia no virtuosa son inhibidos y acotados de manera sustancial. El éxito de ese esfuerzo es lo más productivo que puede lograr una organización o un país.
Carlos Alberto Montaner ––periodista, escritor y político cubano, que además tiene la nacionalidad española y la estadounidense–– señala que bajo estas condiciones no hay contradicción al considerar la meritocracia no igualitaria y justa al mismo tiempo. También se puede considerar injusta y sin embargo deseable por otras razones: injusta, porque la habilidad de un individuo depende en parte de factores que no está bajo su control, como la inteligencia innata, la educación de mala calidad o un adiestramiento pésimo; sin embargo, es deseable de acuerdo con bases utilitaristas, ya que los incentivos para una mayor productividad aumentan el bienestar
de todos.
El gran debate de los dos últimos siglos gira en torno a las desigualdades económicas y a los diferentes desempeños de los individuos y, por tanto, de las sociedades. En “La riqueza de las naciones”, Adam Smith intenta explicar cómo y por qué ciertos países han conseguido abandonar la pobreza. Estados Unidos, según Montaner, echó las bases de un modelo diferente de Estado, basado en la igualdad de derechos, la competencia y la meritocracia, logrando que los privilegios sean mal vistos, y que todos queden sujetos al imperio de la ley y la autoridad de la Constitución.
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