Escribo estas notas desde Viena. Aquí se vive en dos mundos. Austria es un buen país, tan tradicionalista como progresista. Tiene un pie en su pasado y el otro en su futuro. Baste decir que sus ídolos musicales son Mozart y Beethoven, los cuales son del pasado y son del futuro. Los gozaron mis abuelos y los disfrutarán mis nietos.
Pero el misterio y el progreso me llevaron a pensar en la política y los secretos. Todas las actividades interesantes, igual que la vida misma, requieren ciertas dosis de misterio para poseer y conservar su atractivo y su atracción. Así son la política, la abogacía, el sacerdocio, la milicia y la diplomacia, por mencionar tan sólo algunas de las que apreciamos por misteriosas.
Pero, asimismo, es también la vida. Pensemos, por un momento, en un ser humano carente de secretos y, de inmediato, imaginaremos a una persona insípida y monótona. Incluso, hasta se ha desarrollado una especie de criptología o teoría de los secretos proclamada, entre otros, por José Ortega y Gasset, de la cual me confieso seguidor. En ella hay un teorema sobre el tiempo y la secrecía, los cuales difieren en el hombre y en la mujer.
Se dice que la mujer es discreta por naturaleza, mientras que el hombre es extrovertido por congénesis. Todo lo que vale en la mujer debe guardarse para que valga. Y todo lo que vale en el hombre debe mostrarse para que valga. Pero, quizá por eso, la mujer guarda sus secretos en el pasado y el hombre los guarda en el futuro. Y, por eso también, mucho se devalúan la mujer a la que se le conoce todo su pasado y el hombre al que se le adivina todo su futuro.
La mujer narrando su pasado y el hombre anunciando su futuro son zafios, vulgares y patanes. Ellos pierden su elegancia y su seducción. Ellas pierden su belleza y su decoro. Luis XIV decía que una jovencita de 16 años guarda más secretos del pasado que un jefe de Estado. Y yo diría que un hombre sin secretos es más elemental que la tabla del uno. En lo personal, yo puedo aburrir a mis escuchas platicándoles relatos de mis recientes 30 años. Pero jamás cuento mucho de mis futuros 30 días.
Eso no quiere decir, desde luego, que la mujer sea permanente vocera de su porvenir ni que el hombre no sea capaz de guardar secretos del pasado. Somos muchos los que hemos tenido la obligación, la disciplina o el disfrute de guardar secretos de Estado, de profesión, de grupo, de familia, de amistad, de amor o de circunstancia. Paradójicamente, el no decir todo nos hace más confiables a los ojos de los demás que si fuéramos totalmente transparentes.
Creo que, en mucho, eso sucede también con los gobiernos. No es bueno que nos oculten todo, pero en nada se ayudan si lo informan todo. Cuando el gobernante se anima a pronunciar dos discursos diarios, que son como 700 discursos al año, puede fatigar, puede molestar y puede aburrir. Para conservar su halo de misterio, que es una buena parte de lo que forma su cuenta de autoridad, queda obligado a la moderación y reñido con el exceso.
En la obra clásica El Inquisidor, este se entera de que Jesús quiere regresar y convivir con los hombres. De inmediato, lo previene y hasta se le opone. Le explica que si convive con los mortales, les habla, los escucha, se reúne con ellos y les da explicaciones, su religión queda condenada a perecer de manera inmediata. Le dice que la fe se alimenta de misterios. Ser “cuate” de Dios es disminuir su divinidad para convertirla en amistad, en simpatía o en mera popularidad.
Para sus creyentes, Dios no es líder, ni inteligente ni visionario, sino, simplemente, es Dios. Sus cualidades no son las de los hombres comunes, sino otras desconocidas, incomprensibles e inexplicables. En muchas creencias teológicas, sus virtudes se llaman potestades. Dios no es virtuoso, es poderoso. Lo seguimos no por lo que vale, sino por lo que puede. Allí empiezan a empatar la política y la religión.
Se me dirá que soy enemigo de los sistemas de transparencia. Nada de eso. Creo que el gobierno moderno debe tener la claridad suficiente de sus acciones. Pero esto debe ser un mecanismo institucional de comunicación y no un permanente discurso político.
Por otra parte, debemos prevenirnos de que la transparencia es navaja que corta por los dos filos y debemos manejarla con cuidado. Cuanto más abre un gobierno sus secretos ante los gobernados, más quieren saber de los secretos de ellos. El gobierno más transparente es el más intrusivo. Más informa y más espía.
Por cierto, hablando de secretos, un austriaco me preguntó si nos daba miedo vivir junto a Estados Unidos. No quise confesar con mi afirmativa ni mentir con mi negativa. Por eso, mantuve mi secreto contestando al preguntarle si a ellos, muchas veces, no les ha dado miedo vivir junto a Alemania. Con palabras que traduzco al “mexicano” me dijo algo como: “¡Carajo!, se siente re-que-te-feo”.
¡No que no!, pensé para mis adentros, donde ya había quedado guardado el secreto de mi respuesta.
*Abogado y político. Presidente de la Academia Nacional, A. C.
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