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La pluma-Ojo del pavorreal

Superiberia

 

Para muchos, el reciente enroque -que no cambios- realizado por el gobernador Javier Duarte de Ochoa en su gabinete, sólo fue una estrategia distractora para  calmar las turbulentas aguas en la opinión pública local, nacional y hasta internacional por el secuestro y asesinato del reportero Gregorio Jiménez de la Cruz, que se sumó al rosario de sucesos  aciagos en el gremio periodístico estatal. 

Con sus movimientos, el mandatario,  intenta  demostrar a los veracruzanos  si tiene carácter y don de mando. Sin embargo, lo que subyace es que Javier Duarte tiene prohibido quitar a los fidelistas y rosistas que le incrustaron en su administración y no le queda otra que recurrir a la forzada tarea de  reacomodo, toda vez que ninguno de los personajes que gravitan en su entorno  desde que le apadrinaron su proyecto político, está dispuesto a dejar su hueso por nada de ese mundo, porque se sienten con derechos inalienables.

Fuera de lo acotado que se ve el gobernador en sus decisiones, lo que al menos agradecen los periodistas críticos   que a diario analizan con lupa el comportamiento público del grupo adherido a Javier Duarte,  es ya no tener  que soportar el desprecio al que los tenía sometidos la ex Coordinadora General  de Comunicación Social, Gina Domínguez Colío, a quien siempre se le vio tremendamente dulce y obsequiosa con los inefables y hedonistas dueños de los medios de comunicación estatales (y nacionales), beneficiados con jugosos convenios publicitarios y espléndidas prebendas, mientras que era  terriblemente grosera y distante con los  humildes y mal pagados columnistas y reporteros que se atreven a revelar en  los  entrelineados de sus notas o en  sus géneros de opinión, cualquier aspecto  que irrita al círculo duartista.

Como responsable de la comunicación social del Gobierno estatal, lo que   lamentablemente Gina reflejó fue la imagen de un Javier Duarte que no ve, ni  oye y hasta le pinta su raya  a quienes lo critican. En su afán de  servidumbre, la periodista le endosó al mandatario sus  fobias y filias hacia ciertos  comunicadores que cotidianamente   discriminaba por sus líneas críticas, su  interpretación a contra corriente de la acción gubernamental, o simplemente descalificaba, sin que ella propiciara un acercamiento o un diálogo para construir puentes de comunicación que permitieran un equilibrio o acaso  atemperar el comportamiento mediático  que, por su errónea conducta pública y su falta de ubicación con respecto a su cargo, se fue convirtiendo en una  opinión pública adversa. Gina, no calibró  el poder de las redes sociales y del internet que presenta el comentario rápido y oportuno de los hechos de una manera más gráfica, sencilla y atractiva. La gente ya casi no lee periódicos (esa cuestión la discutimos con mi amigo Pepe Robles Martínez) y menos cuando  las noticias presentan un formato anacrónico y  convencional que  revela el  compromiso de publicidad  pagada. 

Domínguez Colío, por comodidad o indolencia,  apostó   por   invertir  el  nunca suficiente presupuesto, en el voraz elitismo oficioso de los medios locales,   que con su discurso falso ha pretendido  pintar de dorado hasta las acciones más ruines -que justo es decir-   involucran, no sólo al gobierno sino también a la sociedad. Desesperada por quedar bien con la superioridad, Gina  abandonó a la  infantería y al  final  esa fue la que la tumbó de su pedestal. ¿Y los dueños de los medios que tantos regalos y   concesiones  recibieron de su parte? Ya los están visitando para nuevos tratos.  

Ayer, era en verdad preocupante ver la falta de asesoría hacia el Gobernador en materia de comunicación social: un ejemplo; en una entrevista con el diario español El País, Duarte sostuvo respecto a la asesinada periodista Regina Martínez: “Es el caso de una periodista que no se dedicaba al periodismo policial, era una periodista ética, profesional, que no se metía con nadie; sus artículos eran artículos políticos y ni siquiera eran incisivos, no eran artículos que tuvieran que ver con una investigación…”.

Por todo lo que hemos sufrido en Veracruz, hoy, significa un respiro de frescura la llegada de un político como    Alberto Silva Ramos a la responsabilidad de la comunicación social del Gobierno del Estado. Ya es bastante su disposición y su voluntad. Claro, viene tumbando caña diciendo que ya no le digan cisne sino pavorreal y que  “Yo lo que quiero es ayudar al amigo, no quiero ser nadie más que alguien digno de la amistad que él me ha dado. Es tiempo de ayudar al jefe y no de andarse cuidando”. Sus palabras suenan como que le hace un favor.

 Mientras, a Gina, la protegieron dándole una posición más discreta, aunque de  considerable importancia. El trabajo de secretario técnico tiene mucho que ver  con desempeño de la agenda del  gabinete en el cumplimiento del  programa  gubernamental. Además  se ocupa de las relaciones con los otros  niveles de gobierno (municipal y federal)   así como de organismos e instituciones públicas y privadas. También puede  incidir en políticas públicas en materia de comunicación social y en otros programas específicos. Recordemos que en el gobierno de Miguel Alemán Velasco   el entonces todoterreno Roberto López Delfín ejercía como secretario particular y secretario técnico y desde esa  posición, tomaba decisiones  importantes; se metía en todos los asuntos y operaba políticamente por  encima de la secretaria de Gobierno, Mimí Quirasco, ya que requería, convocaba e instruía a secretarios, subsecretarios y directores generales  mismos  que,  sin chistar le rendían pleitesía.   

En la historia política de Veracruz hay que  reconocer  que  los   mejores directores de comunicación social  del gobierno estatal no han sido periodistas (excepto el amable  Miguel López Azuara), sino políticos o publirrelacionistas. Los personajes que  desempeñaron un papel digno, mesurado y sin estridencias andan por ahí ya tranquilos y relajados. Con el tiempo y por la falta de colocación en puestos gubernamentales se  han visto  obligados a dedicarse al periodismo como Rafael Arias o Cecilio García, pero por ejemplo, suertudos como Antonio Nemi, Alfredo Gándara juegan a la simbiosis de comunicador a político o viceversa, según se den las condiciones de chamba. 

Respecto a  Alberto Silva,  ojalá  y sea cierta su primera intención expresada   de un acercamiento con todas las corrientes y posiciones del gremio periodístico veracruzano. Urge una actitud de calidez y respeto a este sector tan lastimado y está claro que desde las alturas del poder es obligatorio ser humilde y ofrecer, tal como prometió Silva “una política de puertas abiertas y diálogo para todos”.  En el sexenio de Fidel Herrera Beltrán era odioso tener  que esperar a Alfredo Gándara por horas afuera de su oficina y con suerte al final,  el funcionario recibía a los comunicadores (no importantes) aburrido y de mala gana, con monosílabos y  prisa. Era el gobernador Herrera quien tenía que resolver personalmente los asuntos de prensa. Con Gina fue de mal en peor; su poder era inconmensurable. Siquiera Gándara no hablaba. 

El Cisne-Pavorreal mira con su habitual  elegancia y con prudente distancia a FACICO. Ojo de pavorreal: el abanico  de Gina se mueve en esa institución como en una casa tomada por señoras  apoltronadas con peinado de salón y maridos tributantes.  En la  ceremonia de celebración de los 60 años de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la ¿autónoma? UV, apretaron la  programación  con un discurso retórico y dosificado; le impidieron a los estudiantes conocer y escuchar a  periodistas experimentados y sin oropeles, dignos egresados de la facultad de periodismo como María Elvira Santamaría, Luis Velázquez, Isabel Zamorano, Ada Hernández, Miguel Ángel Cristiani, Raúl González, Guadalupe López y otros, que sí escriben, conocen el trabajo periodístico y que podrían haber aportado mucho  más que lo  mero académico, oficialista o apantallante.

Silva tendrá que hacer una revisión de la agenda de la coordinación de Comunicación Social o como se llame esa estructura sobredimensionada que  el gobernador le permitió ensanchar a Gina Domínguez, en aras de hacer  crecer su egoteca. Entre más discreta, operativa y de bajo perfil sea esta área, menos problemas tendrá. Confiamos en  la naturaleza y el carácter de Alberto  Silva Ramos para darle el giro adecuado a esta dependencia tan visible y neurálgica y delicada que como en el poema de Homero: en la derrota el daño alcanza  a todos.

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