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La Patrona la esperanza del migrante

Superiberia

 

“¿Miedo a que me secuestren en las vías?”

Jeremías sostiene la mirada con los ojos negros muy abiertos.

“No, no… –encoge los hombros, como si no entendiera el por qué de la pregunta-. Aquí en la Tierra todos somos seres humanos: los que vamos ahí arriba del tren, los que se dedican a secuestrar, los delincuentes, los agentes de la migra… Todos somos de carne y hueso. Entonces -se palpa con los dedos la vena que le nace a borbotones de la articulación del codo y se ramifica por el antebrazo hasta llegar en minúsculos afluentes a la muñeca-, ¿por qué voy a tener miedo de una persona que está hecha de lo mismo que yo?”.

El centroamericano esboza una sonrisa cansada.

Apoya la espalda en la silla de plástico, tira la cabeza hacia atrás, y guarda silencio con los brazos cruzados.

“Miedo hay que tenerle a Dios –en sus ojos aniñados se dibuja una expresión fría, dura, como si más que una afirmación estuviera haciendo una advertencia-. Pero estando bien con él… no tienes nada que temer. Por eso hago mi camino tranquilo: porque sé que Dios está conmigo”.

Jeremías tiene dieciocho años y la madurez forzada de un joven adolescente que hace ocho meses abandonó el hogar de sus padres en Honduras, para tratar de cruzar los tres mil kilómetros que separan la frontera sur de México con Estados Unidos.

Tras el intercambio inicial de preguntas y respuestas, el hondureño se sienta a la mesa. Le sirven un plato de frijoles negros, arroz blanco y un par de tortillas,  y comienza a contar con un ritmo de plática melodioso pero pausado que tras cruzar de Guatemala a Chiapas por el Paso del Coyote prefirió tomar un autobús destartalado rumbo al estado de Oaxaca “para evitar a los pandilleros” de la Mara Salvatrucha y, sobre todo, a los sicarios del cártel de Los Zetas; un grupo criminal que, de acuerdo con la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), secuestra en promedio a unos 20 mil indocumentados al año en México.

“¿Miedo a que me secuestren en las vías? Miedo hay que tenerle sólo a Dios”

“Al comienzo del viaje todo estuvo bien -explica mientras se atusa de vez en cuando la camiseta naranja del Fútbol Club Barcelona que trae puesta con el número diez del astro argentino Lionel Messi a la espalda-. Los problemas -contrapone apesadumbrado-, surgieron “cuando el dinero comenzó a faltar”, y no tuvo más remedio que treparse a ese tren de mercancías al que los migrantes llaman La Bestia, para llegar hasta Medias Aguas, en Veracruz; estado que tiene en ciudades como Tierra Blanca, Coatzacoalcos, Orizaba, o la propia Medias Aguas, preocupantes focos rojos por secuestro de ilegales. 

“Poco después nos agarró la migración. Nos tuvieron dos horas retenidos, pero nos soltaron de volada y hasta suerte tuvimos porque no nos pidieron dinero. Aunque, de todas formas –se le dibuja una expresión divertida en el rostro, como quien confiesa una travesura-, sólo me quedaban doscientos pesos que traía escondidos en los tenis, así que tampoco me hubieran robado mucho”.

-Madre, denos pan que tenemos hambre.

Doña Leónida Vázquez, de 75 años y a la que llaman La Patrona Abuela, asegura que lo recuerda con claridad.

Era una de esas mañanas húmedas y calurosas que habitualmente transcurren en La Patrona; una ranchería –cuyo nombre oficial es Guadalupe- de poco más de tres mil habitantes perteneciente al municipio de Amatlán, en la zona Centro del estado de Veracruz, donde el cultivo de café era rentable en otra época, y por la que altísimos cañaverales aún se extienden hasta perderse a la vista por los alrededores del viejo ingenio azucarero San Miguel.

Aquel día varios de esos migrantes de las estadísticas, procedentes en su mayoría de Honduras, Guatemala, El Salvador, y Nicaragua, bajaron del tren aprovechando un cambio de vía rutinario. Caminaron varios cientos de metros a lo largo de la extensa línea recta que disecciona en dos esta población por la que, se calcula, transitan más de 150 mil indocumentados al año, y se encontraron con Rosa y Bernarda Romero.

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