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La noche de Iguala: una verdad incómoda

Superiberia

Hay sectores de nuestra llamada izquierda que son fascistoides, inquisitoriales: no hay más verdad que la suya, aunque los hechos la refuten, y toda otra visión de la realidad debe ser, sencillamente, eliminada; no aceptan debatir porque quieren imponer, creen que los fines siempre justifican a los medios y terminan siendo, simplemente, una expresión del autoritarismo más cerril.

 

Hoy comenzará a exhibirse en salas de cines un docudrama, o sea un documental con algunas partes de dramatización, llamado La noche de Iguala. Allí hemos tratado de mostrar qué sucedió el 26 de septiembre del año pasado, cuando 43 jóvenes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa, fueron secuestrados, asesinados e incinerados por policías municipales de Iguala y Cocula, con el beneplácito y complicidad de las autoridades locales, en el marco de una brutal lucha por el control territorial de la zona de dos cárteles de la droga, los Guerreros Unidos y Los Rojos, cada uno de ellos con sus respectivas complicidades políticas.

 

Mostramos cómo, por qué y bajo qué responsabilidades se dio la masacre, pero también las complicidades que permitieron al matrimonio Abarca llegar a la presidencia municipal de Iguala; las historia de esos personajes y sus añejas relaciones con el cártel de los Beltrán Leyva; las relaciones de éstos con el ex gobernador Ángel Aguirre; cómo funciona el negocio de la heroína en el llamado pentágono de la amapola; por qué los autobuses de los jóvenes fueron desviados de Chilpancingo a Iguala; mostramos cómo fueron seguidos, detenidos y, finalmente, asesinados. Recreamos la pira que se montó en Cocula con base en los testimonios de los sicarios detenidos, confesos y juzgados por ese crimen. Hay dramatizaciones, menos de un tercio de la película, que dura una hora 20 minutos, porque hay momentos claves de toda la historia sobre las que no tenemos más que testimonios y no se cuenta por tanto con material visual. Y había que mostrar lo sucedido.

 

Hay muchas preguntas sin responder sobre lo sucedido en Iguala. Y esas respuestas, que intentamos proporcionar en el documental, pasan por explicar la rivalidad de los grupos criminales desde su origen, reflejada además en clientelas políticas que, mucho antes de la noche de Iguala, ya se habían cobrado, con sangre, las respectivas afrentas. No se criminaliza a los jóvenes asesinados, porque fueron enviados al matadero en forma, por lo menos, irresponsable. Se señala a los verdaderos responsables de ese crimen brutal, muchos de lo cuales, más de un centenar, están detenidos, confesos y juzgados.

 

Eso es parte de lo que verá quien acuda a La noche de Iguala. Pero eso es lo que algunos no quieren que se vea, se difunda y, mucho menos, se debata. Un buen ejemplo es lo que escribió ayer el respetado columnista de La Jornada, Julio Hernández, quien sostiene que “desde la presentación de la mencionada película se muestra una propensión tramposa a establecer esa historia como inequívoca. Los carteles publicitarios señalan de manera destacada y precisa que se trata de un documental, lo cual es genéricamente cierto, pues se basa en ciertos documentos, los emitidos por la PGR, pero no corresponde a la noción de realismo estricto que suele acompañar a esos trabajos”. Eso es lo que cree Julio que es un documental, pero o no es así. Vamos a Wikipedia: “un documental es la expresión de un aspecto de la realidad, mostrada en forma audiovisual. La organización y estructura de imágenes y sonidos (textos y entrevistas), según el punto de vista del autor, determina el tipo de documental. La secuencia cronológica de los materiales, el tratamiento de la figura del narrador, la naturaleza de los materiales —completamente reales, recreaciones, imágenes infográficas, etcétera— dan lugar a una variedad de formatos tan amplia en la actualidad, que van desde el documental puro hasta documentales de creación, pasando por modelos de reportajes muy variados, llegando al docudrama”.

 

El mismo Julio, y me parece lamentable en él, publicita y apoya una página de Change.org destinada a juntar firmas para “prohibir” que La noche de Iguala sea difundida.

 

Es una barbaridad, es regresar a la quema de libros: primero, y fundamental, porque ni Hernández ni los señores de las firmas han visto la película. Lo máximo que han visto es un tráiler publicitario de dos minutos. Pueden presentarse como quieran, pero no son diferentes a quienes se opusieron a que se presentara la película de El crimen del padre Amaro porque la consideraban blasfema, o a quienes boicotearon medios cuando se divulgaron los testimonios contra el padre Maciel, porque no aceptan que su versión de los hechos pueda ser confrontada con la realidad.

 

Tienen tanto miedo al debate que no quieren, siquiera, que esa realidad con la que no coinciden, se pueda mostrar. No vaya a ser que desmonte sus propias líneas argumentales. Piden, lisa y llanamente, que se censure lo que no les gusta.

Vea La noche de Iguala, forme su opinión. No verá una verdad histórica, apreciará una verdad incómoda.

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