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La mala crianza

Superiberia

A Martín Beltrán, porque el amor existe y él lo sabe. 

Violentados, los mexicanos esperamos el fin de la nota roja.

Como si fuera cosa exclusiva de la política y los gobernantes, esperamos que sus promesas se cumplan: oportunidades, prevención, seguridad con inteligencia.

Mientras tanto, guardamos silencio frente a cinturones, chanclas, mecates, ganchos de ropa, manotazos, gritos, ofensas que en nombre de la crianza, los padres levantan para “corregir” a sus hijos.

Ninguna depedencia federal se preocupa de esa violencia. Es desde la sociedad civil que ha surgido la señal de alarma: “es la hora de construir la paz desde la infancia”.

El llamado lo hizo este miércoles la organización Ririki Intervención Social al presentar su libro Detrás de la puerta… que estoy educando (Violencia hacia niñas y niños en el ámbito familiar en México), en la sede de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal.

Coordinado por la especialista en infancia Nashieli Ramírez, el trabajo de invetigación señala la brecha entre nuestra vida cotidiana y las aspiraciones de un marco jurídico internacional vigente que obliga a los Estados firmantes, como lo es México, a eliminar el uso de la violencia en la presunta formación y educación de niños y adolescentes.

Bajo la advertencia de que nuestra coyuntura “está ocultando lo que es la violencia que más afecta” a la población de entre siete y 12 años, Ririki alerta que ahí en la presunta esfera privada de la familia, el castigo corporal es generalizado, pero sin la visualización que se requiere para emprender el cambio cultural que lo penalice y elimine la idea de que los golpes educan.

Encuestas y grupos focales en el DF, Hidalgo y Sinaloa revelan que sólo una cuarta parte de los padres y madres no les pegan a sus hijos. El 75% piensa que las nalgadas, los pellizcos, los zapes, los jalones de cabello, el zarandeo, pues, resultan necesarios y que no está mal, porque los padres tienen la responsabilidad de corregir.

La investigación de Ririki muestra que si bien el 90% de los adultos piensa que debe buscarse el diálogo para resolver los problemas, el 40% cree que hay momentos en que los niños merecen ser golpeados, mientras el 70% parte del pretendido principio de que ellos no deben cuestionar las decisiones de los mayores.

Frente a estos datos y testimonios de padres e hijos que el libro compila, la socióloga y terapeuta familiarAdriana Segovia afirma que esa violencia tan normalizada e internalizada demuestra la vigencia del autoritarismo en nuestra cultura y en las familias. Y ahí donde se impide la expresión de las opiniones y de los sentimientos, el daño físico y emocional terminan reforzando esa estructura que no admite cuestionamientos.

Mediciones como la Encuesta Nacional sobre Discriminación reportan que el 26.6% de la población infantil señala que sus padres les han pegado. Esto significa empujones, puntapiés, tironeo de orejas, quemaduras…

Y al advertir que existe una correlación entre violencia familiar y violencia social,Nashieli Ramírez señala que resulta urgente que las políticas públicas del Estado, con el apoyo del Poder Legislativo, tomen acciones encaminadas a abolir los castigos corporales y a promover formas no autoritarias y participativas de crianza.

Las recomendaciones internacionales, se recuerda en el libro, se hicieron hace siete años: hay que promover la prohibición legal explícita de esos daños. Pero nada ha cambiado. Y el Código Civil Federal sigue permitiendo “la correción” de los niños, un concepto que los adultos asumen a su modo.

La transformación debe sustentarse en el reconocimiento a niños y adolescentes como titulares de derechos humanos, un enfoque que la diputadaVerónica Juárez Piña, presidenta de la Comisión de los Derechos de la Niñez, reconoció indispensable.

Pero la legisladora del PRD admitió que aún es abismal la distancia entre el discurso y una auténtica protección de la infancia.

El salto cultural de “educar con las puertas abiertas”, como lo propone Nashieli Ramírez, es decir, sin la comodidad de un Estado omiso, reclama la escucha como prácticas privada y pública indispensables para la resolución no violenta de los conflictos.

Por lo pronto, sin embargo, la mala noticia es un buen augurio, válido en las familias como en la vida nacional: casi todos los padres quisieran arreglar sus problemas de crianza mediante el diálogo y la comunicación. Pero en los hechos no pueden ni siquiera renunciar a la agresión verbal.

Y en un país donde los congresos comienzan a discutir iniciativas contra el maltrato animal, Ririki nos invita a “reconocer que una parte de nuestro infierno está detrás de la puerta de nuestras casas”.

Aceptarlo es tan políticamente incómodo como indispensable. Pero de eso depende el fin de la nota roja: de la conciencia de los violentados y de los violentos.

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