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La libertad humana

Superiberia

Por: Gilberto Nieto Aguilar / columnista

El ser humano es libre de actuar, de pensar e influir en su propio sentir. Esa facultad le otorga el libre albedrío desde donde puede aprender y desaprender, hacerse y rehacerse, construirse y crearse, recrearse y modificar conductas ampliando su visión del mundo y de la vida. Nace con una herencia y crece entre ataduras que a lo largo de la vida serán su apoyo o un estorbo permanente, según cada quien decida.

Sin libertad tendría que aceptarse como inevitable el determinismo del destino, el libro escrito de la vida que se tiene que seguir como un guión, aunque nadie lo haya redactado. Únicamente habría que sentarse a esperar lo que depara el destino porque la voluntad no cuenta. No habría diferencia entre un hecho heroico y sentarse a comer, porque ambos no serían producto de la voluntad ni de la facultad de decidir. No habría gran diferencia entre un humano y un chimpancé, no se podrían asimilar las experiencias y no tendría razón de ser el aprendizaje.

Otro aspecto del determinismo deja fuera la visión personal de la vida y el libre albedrío, y le concede todo el peso a la genética, la crianza y el entorno. Todo es producto de su naturaleza, su estructura física, sus hormonas, su crianza, su educación, sus circunstancias (Ignacio Ovalle, Evolución de la conciencia, De bolsillo, México, 2010). Pero la realidad nos otorga la oportunidad de escoger otras conductas creyendo en el libre albedrío para crecer evolucionando en los embrollos de la naturaleza humana.

Sin embargo, dice Ovalle, “no es fácil determinar cuál es el ámbito de ese libre albedrío, dado que nos movemos en una infinita red de condicionamientos que acotan nuestro comportamiento”. En un mundo radicalmente determinista no hay espacio para la libertad. Sin libertad no hay responsabilidad ni tiene sentido alguno hablar de moral o de ética, del bien y del mal, de valores humanos, de acciones sensibles y admirables.

Algunos piensan que todo está escrito. Dios o la naturaleza tienen la aburrida tarea de escribir el guión de cada vida o el hilo de los sucesos cotidianos, pues todo está escrito por anticipado. Sin embargo, aceptando los condicionamientos a que está sujeta la conducta (genética, sexo, hormonas, situación económica, trabajo, educación, etcétera) cualquiera experimenta la existencia de la libertad personal, la capacidad de elegir en las cosas triviales y de tomar grandes decisiones.

Para fundamentar su ensayo, Ovalle recurre a estudiosos de la conducta humana, aun cuando su tendencia sea determinista como es el caso de Freud quien nos ofrece una rendija al control de la propia vida a través del psicoanálisis. Carl Jung, quien no concibe que seamos marionetas atadas a la biografía infantil, sino presente activo y generador de nuevas circunstancias.

La Gestalt afirma que la realidad es un todo continuo, inseparable, que se fragmenta y jerarquiza según las necesidades dominantes. Los conductistas, que ponen a la libertad de pensamiento en crisis, y suponen que no hay libertad sino sólo una ilusión o una sensación de libertad. Viktor Frankl, en cambio, a través de su propia experiencia, describe situaciones al límite y dice al respecto: “Aún en las circunstancias más adversas y coactivas no desaparece la libertad humana de elegir la actitud personal frente a lo que nos ocurre”.

Cuando se elimina la libertad del escenario se elimina también la responsabilidad de los propios actos, de las propias decisiones. No fue casualidad que Erich Fromm haya titulado a uno de sus principales libros “Miedo a la libertad”. Por último, ejemplos de coraje y decisión son Jean-Dominique Bauby, quien quedó totalmente paralizado en 1995, pero intacto de sus facultades mentales. Postrado, el único movimiento que tenía era el de su ojo izquierdo, con el que dictó el libro “La escafandra y la mariposa”. Otro ejemplo muy conocido son los muchos libros de Hawking, quien no aceptó perder su libertad de pensamiento.

gilnieto2012@gmail.com

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