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La infancia herida por b@la$ perdidas en Veracruz, el impacto invisible

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AGENCIA

Veracruz.- Primero sintió el ardor. Luego, la sangre en el piso. Y después, el pánico. Una niña jugaba en su casa en el fraccionamiento Torrentes, en Veracruz, cuando una bala perdida atravesó la ventana y se alojó en su pierna. Su hermano fue testigo del horror. Los policías que la encontraron no esperaron una ambulancia; la subieron a la patrulla y la llevaron al hospital con la sirena encendida.

El impacto de estos hechos va más allá de la niña herida. Su hermano sufrió una crisis nerviosa. Su hogar ya no es un refugio seguro. En Veracruz, 33 niños fueron alcanzados por balas en un solo año, según un informe de la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim). El estado se encuentra entre los que más menores lesionados por armas de fuego registraron en 2024.

A nivel nacional, entre enero y diciembre de 2024 se reportaron 775 homicidios con arma de fuego en menores de 0 a 17 años. De estos, 90 fueron mujeres y 685 hombres.

La violencia armada no distingue edades. En el fraccionamiento Torrentes, el viento de la costa arrastró la bala hasta la ventana. Nadie sabe quién disparó. Quizá nadie quiera saberlo. En Veracruz, los disparos al aire encuentran víctimas sin rostro.

Los datos son alarmantes. Guanajuato encabeza la lista con 125 niños heridos; le siguen Nuevo León (102), Estado de México (95), Jalisco (71), Ciudad de México (69), Michoacán (45) y Veracruz (33). Un mapa del miedo, donde los niños ya no temen a monstruos imaginarios, sino a sicarios reales.

No siempre es una ejecución. A veces, es un disparo que alguien hizo sin pensar. Las balas que se pierden nunca están realmente perdidas: encuentran una vida que mutilar, un sueño que destruir.

La Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes establece en su artículo 16 que tienen derecho a la paz y a no ser privados de la vida. Pero las leyes son promesas, y las cifras, realidades. Desde 2015, más de 7 mil menores han muerto por armas de fuego en México. Este año, en los primeros tres meses del nuevo gobierno, ya suman 182.

Los niños de comunidades marginadas de Veracruz crecen sabiendo distinguir el sonido de un disparo. Saben cuándo agacharse, cuándo correr, cuándo callar. Saben que sus casas no siempre los protegen. Y que el peligro no necesita anunciarse: llega sin avisar, disfrazado de rutina.

En el fraccionamiento Torrentes, la bala dejó algo más que un agujero en la casa. Dejó miedo. Dejó una familia rota. La niña se recupera en el hospital, pero su hermano sigue con los ojos hinchados de tanto llorar.

La violencia no se mide solo en cadáveres. Se mide en los niños que sobreviven con cicatrices invisibles. En las familias que entierran a sus muertos mientras los asesinos siguen caminando. En un país donde las balas viajan más rápido que la justicia, y los cementerios se llenan de nombres que nunca deberían estar ahí.

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