Raymundo Riva Palacio
Columnista
Las acciones y declaraciones del próximo secretario de Comunicaciones y Transportes, Javier Jiménez Espriú, son un creciente irritante para una creciente parte de la sociedad. La expresión más nítida de esta molestia la expresó Macario Schettino la semana pasada en El Financiero, donde describió las ocurrencias y la incapacidad del próximo gobierno de Andrés Manuel López Obrador, con énfasis en el futuro funcionario. Cuesta trabajo creer que el ingeniero Jiménez Espriú sea tonto como sugirió Schettino, aunque tampoco se entiende, salvo que tenga intereses creados para sabotear la construcción del nuevo aeropuerto en Texcoco, cómo puede decir tantos disparates.
No se entiende que Jiménez Espriú, en desacato de la instrucción de López Obrador para ser imparcial en la discusión sobre dónde construir el nuevo aeropuerto, insista en desinformar a la sociedad, salvo que en realidad sea por ignorante. El último episodio, explotado en público, fue la manipulación que hizo del informe de la Organización de Aviación Civil Internacional, que afirmó decía que la Base Militar Aérea de Santa Lucía y el Aeropuerto Internacional “Benito Juárez” de la Ciudad de México podían operar de manera simultánea. Tramposo el ingeniero. Lo que realmente señalaba es que la alternativa de Santa Lucía “a largo plazo, y aún en combinación con el AICM, se consideraría insuficiente e invalidaría la opción”.
La OACI certificó, en cambio, el diseño de tres pistas de operación simultánea en Texcoco, donde participó la Corporación Mitre, con sede en Estados Unidos, que es la autoridad mundial en seguridad aérea, que Jiménez Espriú creía era una empresa argentina. Tampoco se entienden los dichos del futuro secretario de Comunicaciones y Transportes cuando dice que de seguir la obra en Texcoco, el aeropuerto estaría listo hasta 2024, porque según el cronograma de la obra dos pistas estarán listas a finales del próximo año, y la terminal para 2020, cuando dejaría de operar el AICM. O miente con dolo, o es un alcornoque.
Jiménez Espriú dijo que más allá de cuál sea la opción final, habría que resolver la saturación de vuelos en la Ciudad de México, apoyándose en el aeropuerto el “Adolfo López Mateos”, de Toluca, cuya operación simultánea, afirmó, permitiría dar cabida de 48 a 50 millones de pasajeros anuales. Se le olvidó que el año pasado el AICM tuvo casi 45 millones de pasajeros, y en los ocho primeros meses de este año hubo 31 millones y medio de pasajeros, un incremento de 5.7 por ciento con respecto al mismo periodo en 2017. Sin Toluca, la cifra será probablemente rebasada para 2019.
La rehabilitación de los dos aeropuertos para aliviar la saturación supondría una inversión de cinco mil millones de pesos, aunque hay otras dificultades. Jiménez Espriú adelantó que se ampliarían las terminales en el AICM, pero no caben más junto a la Terminal 1. Para ampliar la Terminal 2 tendrían que tirar el Hangar Presidencial –si López Obrador vende el avión presidencial, no sería problema–, pero también el de la Marina –si como afirma el presidente electo también venderá las aeronaves de la Marina, tampoco habría problema–, así como la terminal de la aerolínea privada Aeromar.
Con ligereza, Jiménez Espriú dijo que rehabilitar Toluca generaría entre 10 y 14 millones de pasajeros anuales, como resultado de un “sistema aeroportuario con mayor eficiencia, capacidad y mejor tecnología”. El informe de OACI que cita parcialmente, estudió la red aeroportuaria propuesta en el gobierno de Vicente Fox por el entonces subsecretario de Transporte, Aarón Ditter –hoy asesor de Jiménez Espriú–, y concluyó que ninguno de los aeropuertos del sistema metropolitano o la combinación de varios de ellos, “representa una solución con garantías suficientes para complementar la demanda no atendida por el AICM”. Es decir, Toluca no resuelve la saturación, Cuernavaca tiene un aeropuerto que no sirve, Puebla ayudaría parcialmente y Querétaro está muy lejos. Santa Lucía, en combinación con el ACIM, tampoco.
Es cierto que Jiménez Espriú la planteó como temporal, mientras está el nuevo aeropuerto. Pero no se entiende, negándose uno a aceptar que sea tonto, como sugiere Schettino, que desconozca tanta información. La operación en Toluca se desplomó porque las aerolíneas de bajo costo –que normalmente operan desde aeropuertos secundarios– encontraron que era inviable, financiera, logística y operacionalmente trabajar desde esa terminal, y se mudaron al AICM.
Jiménez Espriú tampoco ha dicho –esta es la principal dificultad que ve la industria a sus dichos– cómo dividiría el nuevo gobierno las operaciones aéreas entre los dos aeropuertos, lo que hace suponer que se trata de una ocurrencia. Además, ignora o esconde que Toluca es la principal terminal privada de América Latina, por lo que una operación de gran escala como la que plantea –entre 100 y 300 por ciento más de su capacidad histórica– generaría otra saturación de vuelos.
Toluca presenta, además, dificultades climatológicas, y por temporadas está cerrado por niebla cuando menos una vez a la semana, por lo que desde 2007 se tuvo que instalar un servicio de localización categoría 3 para apoyar a los pilotos, que tendrían que ser capacitados. La altura es otro problema. El costo de combustible en Toluca incrementaría el costo para las aerolíneas en 15 por ciento, y cuando la mayor carga de combustible se combina con altas temperaturas los vuelos se complican. Por ejemplo, cuando hubo una ruta directa a Madrid hace unos 10 años, se dieron casos en que por alta temperatura los aviones tuvieron que hacer escala para llegar a España.
Son demasiadas las inconsistencias de Jiménez Espriú, quien ha dado muestras suficientes para que se dude de su capacidad de comprensión y conocimiento. Ciertamente el ingeniero, en el mejor de los casos, es un incompetente.