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La Iglesia militante y purgante

Superiberia

Con la fiesta de todos los santos y la conmemoración de los fieles difuntos que acabamos de celebrar el pasado uno y dos de noviembre respectivamente, nos perfilamos en la recta final del ciclo litúrgico que se concluye con la solemnidad de Cristo Rey. Entre la Iglesia triunfante, formada por los bienaventurados que gozan de la presencia de Dios en el cielo, y la militante que integramos los que aún tenemos que ganarnos el pan con el sudor de la frente y jadear para alcanzar un séptimo piso por las escaleras, se encuentra la Iglesia purgante, que no conviene dejar fuera por la cuenta que nos trae.  La pregunta capciosa que los saduceos plantearon a Jesús sobre la mujer que estuvo casada con los siete hermanos nos ayudará a repasar cada una de ellas.

¿Qué hay del cielo? El preparar equipaje para la otra vida y no irse con las manos vacías ha sido una inquietud milenaria. Ya los egipcios, 3000 años a.C. se habían dado a la tarea de partir un poco mejor provistos de cómo llegaron al mundo, no en vano construían sus pirámides y se hacían enterrar con sus armas, sus representaciones e incluso, junto con sus esclavos para viajar acompañados. El hinduismo percibía lo mismo, pero en su caso se extendió la costumbre de la quema de las viudas, que hasta hace relativamente poco tiempo aún se seguía practicando. El hombre buscaba en el mito y la filosofía el camino del más allá, pero gracias a la revelación de Cristo, sabemos que el cielo es un estado de dicha plena donde los beatos gozan del amor de Dios (Lc 20,38). El cielo no es algo aburrido como algunos se imaginan, es entrar en la eternidad con quien sabemos que nos ama.

¿Y el purgatorio? Es el estado del alma que tiene que purificarse para gozar de la presencia de Dios. Esta realidad nos interpela para ayudar con nuestras oraciones y sacrificios a los difuntos a través de las indulgencias plenarias.  

La indulgencia es el sufragio que ofrecemos por el alma del difunto. Si me permiten la comparación, es como cuando llegas a la caja del supermercado y te das cuenta que no te alcanza el dinero para pagar la mercancía. Te sientes confundido, abochornado, ya no hay forma de devolver los artículos y cuando está a punto de llegar la policía para obligarte a que pagues, el amigo que espera paciente en la fila saca su billetera y te extiende los dineros que te hacían falta. A través de las limosnas a los pobres, las obras de misericordia, la oración y los sacrificios es como ayudamos a los justos que aún aguardan el encuentro con Dios.

Finalmente estamos “los de abajo”, los que reñimos, cantamos y festejamos; los que compramos, vendemos y nos endeudamos; los que se casan, engendran y se separan; los honrados, pillos y desvergonzados; los enmascarados que vamos representando cada día nuestro mejor papel, pero cuyo verdadero rostro se refleja en el nítido cristal de nuestra conciencia. Ahora soñamos que soñamos, pero algún día veremos lo que esperamos. 

Twitter.com/jmotaolaurruchi

 

JosÈ Manuel Otaolaurruchi, L.C.

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