En términos taurinos, se denomina como querencia al lugar en el que el toro se siente tranquilo y seguro dentro de una plaza. El lugar por el que entró, en el que percibe los olores de otros toros y, por supuesto, el extremo del redondel, las tablas. Esos, también llamados terrenos del toro, son normalmente evitados por el torero, quien tratará de llevarlo fuera de sus querencias para poder lidiarlo adecuadamente.
La naturaleza lleva al toro a los lugares en los que se siente más cómodo, y desde ahí trata de presentar batalla. Este comportamiento, en realidad, no es privativo de los animales. Los seres humanos, también, procuramos refugiarnos en las querencias, definidas por los antecedentes y la personalidad propia, ante una amenaza que se percibe como seria.
Es ahí, en su particular querencia de las tablas, en donde pretende guarecerse el antiguo presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Genaro Góngora Pimentel. En días pasados, y tras el escándalo desatado por los hechos que rodean su vida familiar, envió a la periodista Carmen Aristegui y, por su conducto, a la opinión pública, una carta repleta de falacias discursivas, deficiencias sintácticas y errores ortográficos, con la que pretende convencer a la nación entera de la rectitud de sus actos.
El ministro en retiro pasó décadas enteras como secretario de Estudio y Cuenta, juez de distrito, magistrado, ministro y, finalmente, presidente de la Corte, desentrañando el sentido de la ley y escuchando los razonamientos de las partes en conflicto, en la búsqueda de hacer justicia. Sin embargo, la carta de referencia es, en sí misma, una colección de falacias que resulta increíble, y preocupante, sean utilizadas por alguien que asumió las responsabilidades del señor Góngora. Comienza, ad misericordiam, haciendo alusión a la precariedad de su salud y su edad avanzada. Ignoratio elenchi, habla de que nunca quiso afectar a la madre de sus hijos y reconoce que se dejó llevar por sus emociones. Ad verecundiam, nos recuerda que es un partidario de la justicia, causas sociales, y opositor a la corrupción y tráfico de influencias.
La carta prosigue, entre halagos a la destinataria y argumentos de dudosa validez lógica, y que no explican nada sobre el fondo del asunto. Y es que son los actos personales, en la última etapa de su vida, los que demuestran que la máxima que afirma que “justicia sin misericordia es fuente de crueldad” no formaba parte de su ideario. Góngora vuelve, una y otra vez, a justificar sus decisiones aludiendo al proceso, la vía legal, la justicia como él la entiende. Sus terrenos son los del iuspositivismo a ultranza, y es ahí donde encuentra la justificación, y explicación, a su propia miseria humana.
Góngora establece una frontera muy clara entre la moralidad y la legalidad de sus actos. La privación de la libertad de la madre de sus hijos no es un punto que considere en cuanto a la afectación que les provocará a los niños, quienes por otro lado padecen autismo. Las cantidades que pretende destinar para la manutención de los mismos está perfectamente argumentada, como si se tratara del precio negociado en una transacción mercantil y, a la vergonzante lista, que desglosa los kilos de tortillas y las trusas que está dispuesto a comprar para ellos, obviamente se añade la comparativa con el total de ingresos de quien es uno de los servidores públicos con una jubilación más generosa.
Ofrece disculpas, y lo remarca poniéndolo en mayúsculas. Duda de haberle fallado a sus hijos, y por eso plantea la mera posibilidad entre paréntesis. Reitera una invitación para que “restablescamos la colaboración (sic)” a la hoy indiciada, y expresa su apoyo, en su carta de descargo, a la autoridad ministerial para que la madre de sus hijos se reincorpore al hogar y pueda brindarles toda la atención, el amor, el cariño y la comprensión que merecen. Claro, y lo dice textualmente, esta reincorporación se dará “en el momento procesal oportuno”.
Sería injusto, cierto es, juzgar la carrera de uno de los juristas más destacados de México por los actos de mezquindad que indudablemente comete en su vida personal. Dudar de su capacidad de análisis de argumentos, por las deficiencias de las que él mismo utiliza cuando de defenderse se trata. Sin embargo, en un país que clama por legalidad y justicia, en el que el Estado de derecho no es sino una quimera que se vive tan sólo para unos cuantos, la conducta de Góngora no hace sino arrojar más dudas sobre un sistema judicial que premia el conocimiento sobre la humanidad, la letra sobre el espíritu de la norma, las influencias sobre la razón. Y esto, tras las dudas generadas por la populista decisión de liberar a una secuestradora por errores procesales, no abona en absoluto al respeto por las instituciones que están encargadas de traer, más que la legalidad de Góngora, justicia verdadera.
Son muchas las tareas que enfrentamos en la construcción de un México mejor, más próspero, más justo. En el plano político, las diferencias se dirimen en el marco del diálogo y la negociación. En el empresarial, las tareas pasan por la búsqueda constante del desarrollo y la productividad. En el terreno judicial, sin embargo, la labor del juzgador no puede ceñirse a la aplicación a rajatabla de leyes que en muchos casos son injustas. Se necesita, indudablemente, de más humanidad. Humanidad que, por lo visto,Genaro Góngora no posee.
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