Hace poco más de un año, Henrique Capriles daba batalla, aunque tal vez no fue suficiente para lograr bajar al chavismo del poder. Tras la muerte de Hugo Chávez, lo único que quedó fue ese remedo de líder que en menos de 12 meses, ha llevado a Venezuela al colapso. Se veía venir una crisis como ésta desde que la salud de Chávez comenzó a agravarse, más aún cuando se supo que su sucesor sería Nicolás Maduro.
Resulta curioso cómo las versiones oficiales de lo que ocurre en varias ciudades de aquel país, son minimizadas. Es curioso porque, afortunadamente, las redes sociales han fungido como el mejor vehículo para enviar información, testimonios y actualizaciones de lo que ocurre. Por esto también, es que los cortes al servicio de internet se han ido materializando. Ayer se reportaba que en San Cristobal, la capital del estado de Tachira, amaneció sin internet; lo que sí tuvo fue la llegada de 606 miembros de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana —del Ejercito venezolano, pues— después de que el alcalde fuera acusado de formar parte de los líderes que promueven las manifestaciones, sólo por cuestionar las medidas de seguridad que el gobierno ha ejecutado en algunas partes del país.
Y es que la constante en el gobierno de Nicolás Maduro es el acusar a ciertos líderes (opositores a su gobierno, por supuesto) de ser quienes “alborotan”; jamás ha declarado que, en realidad, todo ha sido iniciativa de estudiantes y ciudadanos hartos de un gobierno injusto y que tiene a su país en medio de una de las peores crisis: política, económica y, claro está, social.
De ahí la entrega a las autoridades que hizo de su propia persona Leopoldo López, uno de los principales líderes opositores a Maduro. Se entregó, está preso y la fiscalía pide al menos diez años de prisión para él, se le acusa de conspiración. En la lógica del gobierno venezolano, con él en la cárcel tendrían que acabarse (o al menos reducirse) las manifestaciones. Por supuesto, no pasó así. La llegada de López a la cárcel militar, después de su detención tras una manifestación a la que él mismo convocó y a la que lo acompañaron miles de personas, ha calentado más los ánimos.
Leopoldo López es hoy la voz de la oposición. Ha rebasado el lugar que ocupaba hace un año Capriles, quien moderó su posición frente al gobierno. A López se le reconoce su pragmatismo, pues ha servido para evidenciar la intolerancia y represión por parte del gobierno. Tan así que hoy está preso.
Es claro que Maduro no posee cualidades políticas para gobernar. Es claro que lo único que le queda al Presidente venezolano es hacer del aniversario luctuoso de Chávez —el 5 de marzo— una suerte de bote salvavidas para su gobierno, optar por el sentimentalismo de un país convertido, gracias a él (aunque también como parte de la herencia de Chávez) en un caos. Su nula capacidad de negociación con la oposición ha llevado a su país a este momento. No sabe qué decir a las críticas, no quiere siquiera tenerlas. Y es que al final —y tristemente— está la nota al pie de que Maduro es un presidente que fue electo vía democrática, por lo que a la oposición no le resta más que actuar para lograr una mesa de negociación, aunque con un presidente que no saber escuchar.