Parece que la “tormenta perfecta” se avecina. La semana pasada, los integrantes de la CNTE desquiciaron la ciudad. No fue una protesta común y corriente: los movimientos planeados, los desplazamientos organizados, la importancia de los lugares que ocuparon. La parálisis institucional, y el aplazamiento de la Ley del Servicio Docente. Y por lo visto, van por todas.
La CNTE tiene al Estado de rodillas. Ya lo lograron con el Poder Legislativo, y no se detendrán hasta conseguir lo que quieren. El problema es que no sabemos a ciencia cierta lo que persiguen: es más que evidente que sus intenciones van más allá de combatir una reforma educativa que pudiera ocasionarles algún perjuicio. De otra manera, ¿por qué el despliegue de fuerzas? ¿Por qué la provocación, innecesaria, gravosa, del todo injustificada, de cercar el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México? Es sencillo: porque el mensaje no se dirigía tan sólo a la ciudadanía o a sus posibles simpatizantes, sino porque la intención es demostrar la poca fortaleza del Estado mexicano.
Y lo han logrado. Porque el Estado no se compone tan sólo de las instituciones, sino que es un concepto mucho más amplio: incluye también a la ciudadanía. Una ciudadanía que parece estar adormecida, aletargada, como si en vez de sangre le corriera lidocaína por las venas. Una lidocaína que le ha hecho perder sensibilidad y energía, que obliga a ver los acontecimientos con la fatalidad de lo inexorable. Como si ver a miles de vándalos apropiarse del espacio público fuera lo natural, porque “están ejerciendo su libertad de expresión”. Como si la contención, o represión en caso necesario, de quienes confunden el derecho a manifestarse con la comisión de delitos de toda índole, fuera un acto de barbarie. Cuando la barbarie la cometen ellos. Pero de eso no se trata todo esto, sino de definir quién gana con esta situación.
¿Quién está detrás de todo esto? Es difícil afirmarlo, aunque sencillo de especular. Basta con observar los tiempos que estamos viviendo. La semana pasada fueron el Congreso de la Unión, el Senado de la República, la Plaza de la Constitución y el Aeropuerto Internacional Benito Juárez. El próximo primero de septiembre es el Informe de Gobierno del Presidente Peña Nieto, con lo que podemos esperar más movilizaciones que de hecho ya fueron anunciadas. El 8 de septiembre, otra protesta, en contra de la reforma energética, y la posible permanencia de estos grupos en el Zócalo, misma que no hace falta demasiada perspicacia para prever, toda vez que la semana siguiente es el 15 de septiembre, y la consiguiente ceremonia del Grito de Independencia. Con más protestas anunciadas, por estos y otros grupos, dicho sea de paso. Y a estas fechas, todavía hay que sumar la aprobación de las reformas pendientes y las leyes secundarias correspondientes. Quien quiera que sea el demiurgo de la protesta está ejecutando sus planes con la precisión de un relojero, y con el sitio al aeropuerto se ha garantizado la atención internacional para sus siguientes movimientos y el desprestigio de la administración actual. ¿Y qué sigue ahora?
Lo que sigue, lamentablemente, es la escalada de actos en contra de la nación. Lo que sigue, en esta partida de ajedrez, es el sacrificio de algunos peones para tener un motivo más de afrenta y llevar el conflicto a otro nivel. Por eso la importancia de no caer en provocaciones, de mantener la calma, de que las instituciones actúen, más que nunca, apegadas a derecho. De no permitir el derramamiento de sangre. El Estado mexicano está bajo asalto, desde sus entrañas. Las reformas, las leyes secundarias, el petróleo, las evaluaciones magisteriales, todos los temas con los que se trata de justificar las manifestaciones, no son sino el Caballo de Troya, para construir el casus belli en contra del gobierno en turno. Y lo peor, de lo que no nos damos cuenta, es que la sociedad entera es rehén de un gambito temerario, maquinado por una mente sin escrúpulos que busca hacerse del poder, político o económico, a como dé lugar.
Podemos seguir perdiendo el tiempo en discusiones estériles mientras el enemigo está en nuestras propias puertas. Hannibal at portas, en palabras de Cicerón. O podemos darnos cuenta y actuar en consecuencia, con la solidaridad paradigmática de los mexicanos en momentos complicados. Nada bueno puede resultar de esta ofensiva, del intento palmario de desestabilización del país. El resultado sería el atraso inmediato, el retroceso económico, político y social. El imperio de los violentos. Estamos viviendo tiempos turbulentos, posiblemente los más comprometidos en la historia moderna del país, y el Estado entero será puesto a prueba en las próximas semanas, como nunca antes. Es momento de patriotas, y no de lidocaína en las venas. No les hagamos el juego a quienes no son sino traidores a la patria.