Los ciudadanos de muchos países del mundo seguimos pagando las consecuencias de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2011 en Estados Unidos. Quienquiera que tenga que viajar en avión debe perder un tiempo enorme en filas y revisiones. Los costos de seguridad de la aviación comercial se han incrementado de forma exponencial.
No terminan ahí las consecuencias. Los cruces entre México y la Unión Americana se han alargado más que nunca, lo cual ha asestado un golpe brutal a la economía fronteriza. Las personas comunes y corrientes hemos perdido libertades conforme los gobiernos se han metido más en nuestras vidas con la excusa de combatir el terrorismo.
Nada más en los primeros 10 años desde los atentados del 11 de septiembre el gobierno estadunidense gastó un billón de dólares adicionales en seguridad de los que habría erogado de otra manera (John Mueller de la Universidad Estatal de Ohio y Mark Stewart de la Universidad de Newcastle en Australia). También emprendió dos guerras con la excusa de los atentados: una contra Afganistán, la otra contra Iraq. El costo de estas dos guerras ha alcanzado los 2 billones de dólares, más 260 mil millones de dólares en intereses de la deuda para financiarlas. Si contamos los gastos médicos y las pensiones de los soldados estadunidenses, el monto se eleva a entre 4 y 6 billones de dólares, lo cual contrasta con un presupuesto federal estadunidense de 3.8 billones anuales (Alan Zarembo, Los Ángeles Times, 29.3.13). Nadie ha empezado siquiera a calcular los costos para los pueblos de Afganistán e Iraq.
El atentado del maratón de Boston del 15 de abril no hará más que aumentar el gasto y las medidas preventivas. Los políticos decidirán que se necesitan más filtros de seguridad y más intrusiones en la vida personal y la libertad individual. Por supuesto votarán mayores presupuestos para los aparatos de seguridad. Nadie calcula el costo de desviar estas cantidades de actividades productivas.
Las posibilidades de morir en un atentado terrorista son, sin embargo, mínimas: apenas una por cada 9.3 millones de personas contra una por cada 18,585 de fallecimiento por accidente de auto (Zeeshan Usmani, The Express Tribune). Lo peor es que la experiencia nos dice que los atentados terroristas son realmente imposibles de evitar. Si alguien está dispuesto a cambiar su vida por la de alguien más, o si ataca sin remordimientos a inocentes, es muy poco lo que una autoridad puede hacer para evitarlo.
Los atentados del 11 de septiembre hicieron que se fortalecieran los filtros de seguridad en los aeropuertos, pero los siguientes atentados importantes en países desarrollados tuvieron lugar en la estación de trenes de Atocha de Madrid, el 11 de marzo de 2004, y en el metro de Londres, el 7 de julio de 2005. El atentado de este 15 de abril en el maratón de Boston está llevando a un nuevo endurecimiento de los protocolos de seguridad. El que se aplicará en el maratón de Londres este próximo domingo, 21 de abril, será sin duda más estricto que nunca; pero es imposible sellar una ruta de 42 kilómetros que recorrerán miles de atletas.
No debemos rendirnos ante los terroristas, pero tampoco cerrar los ojos a la realidad. Los atentados son inevitables, no el miedo irracional.
Los terroristas han querido debilitar a las sociedades democráticas y sus libertades. Han tenido éxito gracias a la ayuda de gobiernos como el de Washington. Por las acciones de los dos bandos hoy vivimos en sociedades con menos libertades y con un gasto en seguridad que rebasa con mucho el de productividad. Para colmo, eso no nos hace vivir más seguros.
ÓRDENES
La CETEG ha ordenado al Congreso de Guerrero que apruebe ahora sí una contrarreforma educativa. El PRD, que la rechazó hace unas semanas, la ha presentado nuevamente. Si no la ratifican los legisladores, la CETEG ha amenazado con nuevos bloqueos y agresiones a la sociedad.