Uno de los principales problemas de ciudades de gran dimensión, como lo es la Ciudad de México, es, por supuesto, el tránsito. Cada vez somos más, cada día hay una mayor demanda de los servicios que se encargan de transportarnos. Con ellos llega también la histeria. Aquella que viene con quien debe ir de norte a sur y utiliza las redes del Metro o Metrobús, asegurando un viaje de al menos hora y media, si bien le va. Pero también está aquel que va de la Condesa a Polanco en su automóvil, quejándose del tráfico siendo parte de él.
Todos tenemos el derecho. Todos, también, deberíamos tener la conciencia. Y el gobierno, por supuesto, la obligación de hacer de esta ciudad una en la que el flujo vehicular no fuera un dolor de cabeza. Y no sólo por el tráfico —que es de todos los días—, sino por las otras tantas consecuencias: la contaminación y todo lo que eso implica en la salud de los habitantes. De hecho, esta fue la justificación cuando en 1989 se echó a andar el programa Hoy No Circula. Para disminuir los índices contaminantes. Por eso pasó de ser un programa temporal a uno permanente; por eso también en 2008 se incluyó al sábado como otro más de los días en que algunos vehículos no podrían circular.
Las modificaciones que se anunciaron hace unos días y que tanto conflicto han provocado apuntan a una dirección: justamente, los más castigados son los autos más viejos. Y con ello entendemos la implicación económico-social que esto implica. Así como han rezado algunas de las protestas que se han visto estos días, el nuevo Hoy No Circula es un programa que beneficia a sectores de la población con posibilidades de cambiar su auto cada año y así hacerse de uno con calcomanía doble cero. El mismo sector para el que se construyeron los segundos pisos, y eso que AMLO decía tener una política de “primero los pobres”.
Durante la jefatura de Gobierno de Marcelo Ebrard, además de una Línea 12 (hoy a medio funcionar) se destinaron más kilómetros de Metrobús que, evidentemente, han resultado insuficientes, pero en algo han ayudado a que las vialidades se desahoguen un poco.
Usted, lector, ¿cuántas nuevas edificaciones ha visto en los últimos años? Y no sólo me refiero a centros comerciales, sino también a unidades habitacionales, edificios corporativos o residenciales. Todos ellos generan miles de cajones de estacionamiento para vehículos que eventualmente circulan por algún lado de la ciudad. Lamentablemente, esos nuevos espacios de estacionamiento no vienen acompañados por nuevas vialidades o ampliaciones de las que ya existen. Al contrario, se suman al caos. Más gente, más autos y más contaminación. Y parecería, también, menos conciencia. Y de ambas partes: sociedad y autoridades.
¿Cuánto duró la ciclopista que se instaló en Paseo de la Reforma a la altura de Chapultepec? Un par de días, que bien podrían contarse en horas. “¡Qué barbaridad! ¿Cómo le restan espacio de tránsito a los vehículos?”, era lo que se escuchaba en aquel entonces, a sabiendas —porque era evidente— de que los últimos movimientos en cuanto a políticas públicas con respecto a la vialidad habían sido en su mayoría en beneficio de los vehículos particulares.
A la mala planificación del crecimiento de una ciudad como ésta se le suma la falta de cultura, ya no digamos vial, cívica. ¿Cuántos de nosotros nos detenemos sobre el paso peatonal porque pensamos que le ganaríamos al semáforo? Y los peatones esquivando autos, y pobre de él si la luz pasa de roja a verde antes de que llegue al otro lado, porque el automovilista no se espera, lo que quiere es avanzar. Y no, no todos, pero estas señales de lo mal que entendemos el concepto vialidad están a la vista en cualquier crucero. Y entonces sí, pareciera que somos todos.
En otras partes del mundo (sí, allá, en el primer mundo —¿dónde más?—) las políticas de vialidad le dan prioridad al uso del transporte público, generando así también ciudades transitables hasta a pie. Aquí seguimos al revés: primero los autos, y mientras más nuevos, mejor. Estudios y especialistas han dicho que los beneficios de programas como el Hoy No Circula quedaron más en la expectativa que en la realidad.
Las autoridades tienen la obligación de crear programas que modifiquen la cultura vial para que vaya en beneficio de todos, pero también la de estructurar y controlar mejor el crecimiento de una ciudad como ésta, y nosotros, por supuesto, la de crear conciencia sobre el uso de nuestros automóviles. Y es por todo lo que explico aquí que programas como el Hoy No Circula quedan por completo rebasados.
Addendum. Y así como hemos dicho aquí sobre la escasa renovación que los partidos políticos han llevado a cabo al interior de sus filas, también decimos que, afortunadamente, existen personajes jóvenes que van destacando en medio de complicados escenarios políticos. Marcela Castillo Atristain es una joven de apenas 23 años que se ha destacado como consejera titular nacional del Consejo Ciudadano de Seguimiento de Políticas Públicas del Instituto Mexicano de la Juventud (Imjuve). Es una joven promesa que también ha sido parte del Parlamento Juvenil. Un rostro nuevo y con una joven, pero muy nutrida carrera política a la que no habremos de perder de vista.