Mucho se habla de diversas reformas en México cuando ni siquiera hemos resuelto la manera en que el jefe del Ejecutivo federal le rinde cuentas al Poder Legislativo. Me refiero, desde luego, a la ceremonia del Informe Presidencial. Es increíble que el Presidente no pueda ir al Congreso a presentarlo. Cada vez estamos más lejos de eso. Tan lejos que ahora el presidente Peña, por la amenaza de los maestros de la CNTE, lo hará en una zona militar: el Campo Marte.
El supuesto evento republicano no ha dejado de ser un dolor de cabeza para nuestros gobernantes. En las épocas del autoritarismo priistas, era el Día del Presidente con todo ybesa manos en Palacio. La verdad es que este espectáculo no tenía nada de republicano. Su propósito era ensalzar la imagen presidencial.
De eso pasamos a la grosería y finalmente a la expulsión del Presidente del Congreso. Todo comenzó en 1988 cuando el entonces senador Porfirio Muñoz Ledo interpeló al presidente De la Madrid durante la lectura de su mensaje. A partir de entonces comenzó una nueva etapa de los informes con cada vez más interrupciones, pancartas, chiflidos y porras.
En 2001 por vez primera en 70 años llegaría a la cita un mandatario no priista. Los primeros informes de Fox fueron más bien decepcionantes. No quedaba claro para qué servirían en los nuevos tiempos democráticos. El mismo Presidente se vio incómodo. El escándalo se hizo presente una vez más conforme se acercaba el fin del sexenio foxista. En 2006, el Presidente ya no pudo entrar al Congreso. Entregó un informe por escrito en el vestíbulo de San Lázaro ante la negativa de muchos legisladores a que entrara al Pleno.
Durante el primer año de gobierno del presidente Calderón, legisladores panistas y funcionarios gubernamentales presentaron una propuesta para cambiar la fecha y el formato del Informe. El Ejecutivo entregaría al Legislativo su informe por escrito el primero de febrero cuando se iniciaba el segundo periodo ordinario de sesiones del Congreso. Los legisladores tendrían 20 días para revisarlo, hacer preguntas por escrito y enviarlas al Ejecutivo. El primero de marzo, el Presidente acudiría al pleno del Congreso a responder oralmente las inquietudes de los legisladores.
La propuesta parecía razonable. Al cambiar el Informe a febrero, los congresistas podrían concentrar su atención a la discusión del paquete económico (Presupuesto y Ley de Ingresos) durante el periodo ordinario que comienza en septiembre. Además, el Ejecutivo rendiría cuentas de todo lo ocurrido durante el año fiscal y no de ocho meses como actualmente ocurre. Finalmente, habría una mayor interacción entre el Presidente y el Congreso en la sesión de respuestas a las dudas de los legisladores.
No obstante, ni el PRI ni el PRD apoyaron la propuesta del PAN para cambiar el formato del Informe. En cambio, en 2007 se modificó la Constitución para que el Presidente ya no tuviera la obligación de asistir al inicio del periodo ordinario de sesiones del Congreso que comienza en septiembre. Desde entonces, el Ejecutivo sólo está obligado a enviar un informe por escrito. Esto le permitió a Calderón reinventar la ceremonia del evento político. A partir de entonces, el secretario de Gobernación se presentó al Congreso a entregar el informe por escrito. Un día después, el Presidente daba su discurso en Palacio Nacional. El resultado fue favorable para el Ejecutivo. Calderón decidía a quién invitaba. Nadie lo interpelaba y los medios de comunicación hacían una cobertura extensa del acto. Por su parte, el Congreso salió perdiendo: ya no gozó de la misma atención mediática que antes. Ni los legisladores escandalosos ni los bien portados salían en la televisión.
No sorprende, entonces, que cada vez haya más congresistas que propongan el regreso del Presidente a las cámaras para que con él lleguen las otras cámaras. Pero el Ejecutivo no tiene nada que ganar con esta propuesta más que exponerse, una vez más, al insulto. Por eso supongo quePeña ha seguido el ejemplo de Calderón. Va a presentar su Informe por escrito al Congreso y luego se va a ir a dar su discurso con sus invitados y los medios de comunicación. La diferencia es que ahora no lo podrá hacer en algunas de sus sedes —Palacio Nacional o Los Pinos— sino en el Campo Marte, una zona militar, para que no lleguen los maestros a impedir el acto o insultar a los presentes.
En conclusión: estamos cada vez más lejos de resolver lo que debería ser un acto republicano de rendición de cuentas del Presidente al Congreso.