AGENCIA
Nacional.- Daniel tiene 3 años, su color favorito es el rojo y sueña con ser Superman. Todas las noches, antes de dormir, lee un cuento junto a su mamá. Para muchos, su rutina sería la de un niño mexicano común, pero para él, esos cuentos se imaginan dentro de otro contexto: uno entre rejas y rodeado de mujeres privadas de su libertad.
“Dani” vive con su mamá en prisión, en un entorno que no está adaptado a sus necesidades ni a las de otros 523 niños que crecen en centros penitenciarios del país. La situación es aún más preocupante cuando se conoce que solo una tercera parte de estos menores tiene acceso a espacios adecuados para su desarrollo. De los 300 penales en México, apenas 27 cuentan con espacios de educación temprana, tres tienen ludotecas y solo cuatro bebetecas.
El coordinador de la organización Tejiendo Redes Infancia en América Latina, Juan Martín Pérez, señala que estos niños crecen en “infancias olvidadas” y que sus futuros son inciertos sin una intervención adecuada. La calidad del vínculo madre-hijo, especialmente durante los primeros años de vida, es fundamental, pues es ahí donde se forjan las bases emocionales y cognitivas. El entorno en el que viven, lamenta Pérez, debe ser seguro, alejado de los riesgos que las cárceles implican, como la violencia o el autogobierno de grupos criminales.
Aunque en 2016 se establecieron derechos específicos para las mujeres privadas de su libertad y sus hijos en la Ley Nacional de Ejecución Penal, el avance en la implementación de políticas públicas es limitado. Las únicas 18 cárceles exclusivas para mujeres en el país son insuficientes para albergar a todas las madres y sus hijos, y muchos niños quedan fuera del sistema educativo que requieren.
Alejandra Acevedo, presidenta de Grupo Pro Niñez, explica que la maternidad en prisión es diferente: hay sobreprotección y una estimulación cognitiva insuficiente para los niños. El impacto de una ludoteca o un espacio de juego bien diseñado puede ser terapéutico para los niños, ayudándolos a procesar emociones, reducir ansiedad y fortalecer su autoestima, lo cual es esencial para su desarrollo.
Organizaciones como Reinserta están luchando por mejorar las condiciones de los niños en prisión. A través de bebetecas y talleres, trabajan con las madres para enseñarles sobre estimulación temprana y cómo crear un ambiente emocionalmente seguro para sus hijos. Sin embargo, también enfrentan desafíos como la alimentación inadecuada y la falta de recursos.
La realidad de los niños que crecen en prisión no es aislada. Juan Martín Pérez destaca que los hijos que quedan fuera de las cárceles, muchas veces con menos de 16 años, enfrentan la estigmatización y el abandono. Estos niños a menudo crecen sin el apoyo emocional de su madre, en entornos que los ponen en riesgo de abuso, abandono escolar y, en algunos casos, de caer en trayectorias criminales.
A pesar de los esfuerzos por sensibilizar a las autoridades penitenciarias sobre la importancia del vínculo materno y el desarrollo infantil, las políticas públicas aún son insuficientes para asegurar que estos niños tengan un futuro con dignidad. La necesidad de una visión de Estado más progresista y centrada en los derechos humanos se hace cada vez más urgente.