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Hoy lo espantoso. El insomnio. Mejor no estar

Superiberia

 

Tiempo horrible, descuadrado por la hora que es y no es; una esquizofrenia galopante inmerecida. El ser humano, lleno de emociones aún entra en el viscoso camino de la depresión. No es la desgarradora de vestiduras ni tampoco el grito heridor, sino la fatiga ahonda por el miedo, el insomnio súbito por más lucha para no pensar en el trabajo dejado atrás y volver a incursionar en el pasado. Por ejemplo: yo vivo en la casa donde nací enfrente del teatro Juárez de Guanajuato. Naturalmente no recuerdo de verdad el cuarto de los dos balcones pero recuerdo de verdad el cuarto de los dos balcones, la luz, los visillos, la camita de latón, la andadera y mi estar viendo tras las alas de las puertas mundo afuera, y a veces volver la mirada al de mis padres, el de mis hermanos, las recámaras conectadas una tras otra, y la fiesta en el jardín al cual íbamos a ir disfrazados los niños y yo veía crecer mi vestidito de holandesa, medirme los suecos, el sombrerito almidonado de picos napoleónicos, el mandil y la ilusión de ser la mejor y ganar el premio no se cuál… Me enfermé de las anginas, mi karma de niña, y desde arriba obligué a llevarme al balcón a mirar el desfile de los chiquillos emperifollados y yo hirviendo en calentura. Desde ese día no me sentaban a comer a la mesa si no me vestían con el vestido de holandesa. Niña consentida, caprichuda y terca en las necedades que se hacía eco mi padre.

De tanto cerrar los ojos borro eso que es mi novela y de paso el viacrucis del escándalo contemporáneo de la súbita desaparición de los cuarenta y tantos normalistas, y los otros, y el futbolista chiquito y así, los esperpénticos relatos del gober gordo y el criminal casado con la narcoesposa, y los queveres de la bonitilla con el gober de ocasión y éste diciendo a todo que sí porque es a todo dar tener una enqueridada —como dicen en Tabasco—guapetona y asequible. ¡Qué vergüenza¡, hasta para el placer hay que tener algo de pudor. Y el pueblo, nosotros, mirando nomás los desfiguros de tales corazones envilecidos, el intolerable dolor de padres y madres con hijos “desaparecidos”, ayer los bebés de la guardería incendiada. No, así nadie quiere jugar. Ignoro quien vaya a las urnas mañana. Yo de “mi depor mí” —como dicen en mi tierra— jamás he dejado de votar desde que la ley me lo permitió. Pero entiendo a los demás y lo del voto como castigo. Mis tías dirán “en sus tiempos” y yo estoy dispuesta al fin, cuando ya me voy a morir, a creerles, porque antes era cuestión de revuelta, revolución y muertos en el campo de batalla, había dignidad al entregar los tenis y blindar el sable, pero ahora ser joven no limpia tu presencia, es decir que sigues siendo peligroso aún en plena adolescencia. A esos muchachos les pasa lo que a mí y a un compadre querido: que no nos dejan terminar la frase, “o sea” como dicen, somos tan atrabancados y veraces al expresar algo que los otros —los compañeros, los amigos, los oyentes, los maestros interrumpen lo que echamos de nuestro ronco pecho y cortan la idea con la suya precisa y derechienta. A mí últimamente me pasa mucho eso, por tanto ya no voy a ninguna parte que no sea otra soledad, como la del grupo comandado por la arquitecta Andrea Césarman y sus magiosas casas de ensueño. Lo que nos ha sido negado

               *Escritora y periodista

                marialuisachinamendoza@yahoo.es

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