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Género y elecciones

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Esta semana Michelle Bachelet llegó por segunda vez a la presidencia de Chile. ¿Por qué hay tan pocas mujeres en altos cargos políticos? Una primera distinción es aquella entre cargos de elección popular, como las de diputados, gobernadores o alcaldes, y las llamadas designaciones, tales como los cargos en el Poder Judicial o la alta burocracia. En esta columna me ocuparé del primer caso.

Entre las posibles barreras que enfrentan las mujeres para obtener un cargo de elección popular se encuentran las siguientes. En primer lugar, una limitada oferta relativa de candidatas experimentadas. Ya sea para conseguir una nominación a una candidatura de mayoría relativa o bien una buena posición en las listas de representación proporcional, hace falta un conjunto de habilidades y experiencia política previa. El problema quizá no sea tanto la escasez de mujeres capaces, sino una marcada desigualdad entre las oportunidades que ellas reciben frente a los hombres: por ejemplo, las jóvenes mujeres interesadas hoy en hacer una carrera política enfrentan a varias generaciones de políticos hombres. Al igual que en el mercado laboral, estas brechas no desaparecen fácilmente.

En segundo lugar, los partidos políticos también pueden imponer barreras importantes a las mujeres. Si la mayoría de los líderes partidistas son hombres, o si éstos tienen prejuicios en contra de las mujeres, o bien no tienen información suficiente sobre las capacidades de sus propias potenciales candidatas, entonces puede suceder que pocas mujeres consigan candidaturas en demarcaciones competitivas electoralmente o bien que, habiendo conseguido una candidatura, reciban pocos apoyos durante sus campañas.

Una tercera posibilidad es que sean los mismos votantes quienes tengan prejuicios machistas o discriminen en contra de las candidatas. Desde esta perspectiva, los partidos políticos podrían disculparse por discriminar a sus potenciales candidatas: no son ellos, son los votantes. Sin embargo, la evidencia de un creciente número de países sugiere lo contrario: si bien los votantes perciben diferentes atributos y capacidades en candidatos y candidatas, en realidad no parecen penalizar tanto a las candidatas por ser mujeres como sí penalizan a los “malos candidatos” de cualquier género.

Una cuarta posibilidad tiene que ver con diferencias en la ambición política entre hombres y mujeres. Según una serie de estudios de Jennifer Lawless y Richard Fox, las mujeres de Estados Unidos muestran una menor ambición política que los hombres, es decir, son menos proclives a intentar hacer una carrera política, buscar una candidatura en el futuro, o simplemente muestran un menor interés en cargos de elección popular. Si bien dichos estudios no logran establecer de dónde vienen estas diferencias o cómo y en qué momento hombres y mujeres forman sus expectativas profesionales, esta evidencia no puede descartarse como una barrera más.

Otro tipo de barreras tiene que ver con el diseño mismo de los sistemas electorales. Así por ejemplo, la evidencia comparada indica que las mujeres obtienen mayores espacios políticos en sistemas de representación proporcional que en sistemas de mayoría relativa. Esto se debe a que es más fácil integrar una lista de candidatos y candidatas plurinominales relativamente balanceada en cuanto a sexos, que garantizar que las candidatas de mayoría relativa sean postuladas a demarcaciones competitivas y eventualmente obtengan la victoria. Por razones similares es más fácil observar una mayor presencia de mujeres en congresos y asambleas, que en cargos unipersonales como gubernaturas o presidencias municipales.

Por último, la experiencia de otros países también ofrece resultados paradójicos. Tanto en Chile como en Brasil hay una menor proporción de mujeres en el Congreso que en México. Sin embargo, en ambos países una mujer ha llegado a la presidencia. Por ello hay que ponderar cuáles son las barreras más importantes y cuáles son más fáciles de cambiar.

Twitter: @javieraparicio

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