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GATOPARDO: RETÓRICA DEL PODER MALOGRADO

Superiberia

Aleluya Moreno Lorenses Oropesa
Columnista

Mientras nos dan atole con el dedo electoral, el programa de expropiación de la riqueza nacional a favor del capital financiero internacional es un hecho legalizado bajo la mascarada del neoliberalismo, ahora en crisis por el ascenso de tendencias proteccionistas reaccionarias en los Estados Unidos de los supremacistas ortodoxos: con Donald Trump a la cabeza y de Netanyahu en Israel.
México, remiso. Durante casi 40 años el imperio del capital financiero remontó contradicciones propias de cualquier país convulso, que de manera tardía y condensada vivió el tránsito de una sociedad de castas existente antes de la conquista española de 1521 y sometido a 300 años de explotación colonial, hasta que las leyes de Reforma Juaristas dieron base legal al desarrollo capitalista. En la misma línea de dependencia, la dictadura de Porfirio Díaz favoreció la penetración del capital europeo.
Orquestada desde los Estados Unidos, la Revolución Mexicana de 1910-17 puso fin a su influencia aposentando sus reales sobre el subdesarrollo mexicano favorable a altas tasas de ganancias monopolistas impuestas a la economía petrolizada y políticas populistas del Estado Benefactor, como fue la inversión en estructura sólo posible entonces a cuentas de la deuda nacional con pingües intereses: la expropiación petrolera, la nacionalización bancaria. Nacionalización de industrias productivas clave para la acumulación de capital: generación de luz, beneficio del agua, construcción de carreteras, vías de comunicación aérea y ferrocarrilera.
Nos planchó el capital financiero. Así nacieron, crecieron y se avejentaron la clase media y la burguesía nacionalista mexicana, siempre en riña por despojos del poder en contra de los sectores subordinados al capital, especialmente en el ámbito del Gobierno y del Congreso.
De la confrontación surgen progresistas, conservadores y reaccionarios nostálgicos agrupados para procurar sus ralos beneficios económicos en asociaciones de todo tipo (CANACO, CANACINTRA), partidos políticos, y, últimamente, frentes, uniones y congeniadas en tres ligas “por México”.
El desarrollo nacional no ha sido un baile de carquis. Desde entonces, con altibajos, el segundo proceso legal de expropiación se ha llevado al cabo mediante las Reformas Constitucionales del 2013/17, pero ahora en contra de los nuevos propietarios integrantes de la clase media y la burguesía “nacional”; en su momento prohijadas por el avance colonial y capitalista.
Mucho tiempo se ha llevado el proceso debido a peculiaridades propias de un País subordinado, con tradición importante de tendencias mancomunadas, luchas y logros que hubo de destruir ilegalmente con represión y paz de los sepulcros, así como con leyes siempre tardíamente impuestas en ese doloroso contexto histórico, durante el cual se borró el “México Bronco”.
Mejor échanos una del Llanero Solitario. Salida del anónimo imaginario colectivo, la frase representa con certeza la chunga que envuelve como con finas hojitas de elote el tamal de tenmeacá de elecciones democráticas limitadas al verbo; pues ni siquiera son políticas, menos económicas.
La inocentada invocación del ermitaño justiciero, con el “Indio Toro” de su lado, pero pasos detrás del cuaco “Rayito de Plata”, representa la imagen del poder centrado en un sujeto excepcional nacido en las entrañas del invasor mirando por la seguridad comunitaria de la sociedad expoliada.
¿Será que los golpes de pecho calan profundo en los sentimientos de la bestia? O, ¿Es que el diablo es incapaz de ganarle a la vena humanoide de su conciencia?
Choros mentirosos. Dicen los expertos lingüistas, sociólogos y psicólogos que así se propaga la idea dominante de hacernos caer en una trampa: suponer que las decisiones buenas, y, las malas acciones, dependen de la voluntad de un sujeto. De ser así, Dios nos libre de maquiavélicos perversos.
Excluida la oligarquía y su petit comité de contacto ocasional electorero, la masa no tiene acceso ni derecho a saber la verdad sobre los intereses que facilita el ejercicio implacable del poder, en la clasista sociedad mundial, regional y local contemporánea.
Al punto y por ejemplo. Es correcto –pero incorrecto a la vez, señalar a Tomás Ríos Bernal exalcalde de la ciudad de Córdoba, Veracruz en dos períodos (1995-1997 y 2014-17) como responsable de acciones de gobierno fracasadas, entre otras: la construcción onerosa del festinado “Dos Puentes de la calle dos”, el malogrado proyecto emblemático de la ruta turística del zócalo a Toxpan, el abandonado Mercado Revolución; las fallas técnicas en la ampliación inconclusa de banquetas del Centro de la ciudad; por la injusta instalación de parquímetros y el abandono de la seguridad social.
Si bien es correcto y hasta justiciero encausarlo a proceso legal, en el fondo se repite la historia de ocultar tras capas de lodos mentirosos a los verdaderos beneficiarios económicos de la obra pública; que lo incluye y no en primera línea.
Banqueteo banquetero. Éstos, como la constructora responsable del remozamiento de banquetas, además de ser parte importante del fracaso señalado tanto como son los miembros de la comuna que intervinieron en la ideación, planeación, programación, ejecución, vigilancia y certificación de resultados operativos del ejercicio presupuestal público, igualmente deben ser señalados, encausados y penalizados por las graves fallas de su ejercicio de gobierno. Sí, pero, no.
Si bien es tolerante señalar a un responsable, y, aún, meterlo a la cárcel por corrupto, es imposible develar nexos maquinados del sistema de poder estructurado, pues prohibido está rascar costras sabiendo que sólo son sangrita reseca por expuesta, que, a la vez, protege.
Por deficiencia gobernante no hay más Litis que no volverlo a elegir o suspenderlo de la función pública por cierto tiempo, y, ni esto en México es seguro, pues el páramo hiede de acahuales que asimismo se protegen, con cositas como esa del “Sufragio Efectivo, Sí a la Reelección”.


Es el caso de familiares, amigos y conocidos que se pelotean entre sí las mieles de gozar del presupuesto público, sin importar que una vez la hagan de alcaldes, de voceros, o de porteros.
A la caza del voto de castigo. Neta que la cosa será más sencilla de cachar cuando la sociedad se organice entre productores y consumidores, donde los intermediarios no sean otros más que ellos mismos realizando la contraparte. Pero, mientras el reino de la Tierra esté atascado de intermediarios, entre ellos la prudencia pierde cuando una de sus eternas partes se descoca motivada por infinidad de razones, entre otras, la separación de quien se siente superior al resto.
Pasa en familia cuando el primogénito por el simple hecho natural de serlo, exige ocupar la vacante del superior ausente. Acontece cuando el patrón congenia su contacto con los trabajadores, a base de supervisores. Sucede cuando la gente acepta –gustosa peor- que políticos de oficio la representen en los ámbitos gubernamentales.
Ya quisiera cualquier capitán de industria tener la seguridad al 100% sobre la fidelidad de sus administradores, de los cuales a menudo sale quien lo entierra.
La mayoría sucumbe a malignas tentaciones. Delegar el mando, ya sea por iniciativa propia, inducida o impuesta, repercute con más negativos que positivos sobre el común de la gente. Es el caso de la elección mediante el voto personal y secreto de representantes de todos, ya sea en calidad de presidentes, diputados, senadores y cabildos.
La soberbia, la gula, el gusto por el oro deslumbran por lo común, a legos; cierto. Pero, no pocos –paradójicamente- han sido destrozados por negarse a ser perversos, a prostituirse, a mentir, a robar, a engañar al pueblo.
¿Quién podría encauzar a pésimos funcionarios? Con respecto a la fuerza y validez del gobernante en turno, sólo 4.5 de cada 10 mexicanos expresaron su apoyo, convicciones y simpatías en campaña a quienes solicitaron el voto. Gobernando la ciudad un Cabildo fragmentado que seguramente, ha de negociar todo acuerdo.
Lo peor es cuando en el trayecto y al cabo de ejercer el mando, el ungido va perdiendo la escasa representatividad oficialmente lograda, pues, no se omita: en realidad quien se sienta en la presidencial lo hace en promedio por el voto de más o menos dos de esos cuatro y medio de cada 10 mexicanos en edad de hacerlo; con nula, o, escasa legitimidad.

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