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GATOPARDO  

Superiberia

Por: Aleluya Moreno Lorenses Oropesa  / columnista

FLATULENCIAS DE ESTADO

Al acercarse el primero de julio del 2018, día de elecciones federal, estatales y locales los partidos políticos incrementan sus actividades proselitistas a la caza de más cuotas de poder público, deseando todos acceder a la Presidencia Nacional.

Si éste fuera un País de leyes, costumbres y trabajo orientado por principios democráticos ciertos, el evento sería una gran fiesta de masas pero la traza histórica y contemporánea de México marcada por la creciente omisión de libertades políticas, justicia, igualdades económicas e identidad, inhibe la decisión de participar en la contienda electiva a más de la mitad del padrón electoral integrado por 86 millones de congéneres.

Sólo el 45% –menos, no, más de la mayoría; como diría el Primer Licenciado de la República–participa en el juego electoral, frustrado por amargas experiencias de vida, como son la insuperable miseria, el abuso de poder, el robo sexenal de recursos públicos, así como por el más cruel porcentaje de explotación del trabajo impuesto a los 34 países integrantes de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE).

55% se abstiene

Gran parte del electorado castiga al sistema votando por rencor, más no por conciencia. Otros votan por conveniencias corruptas -le ofrecen dinero, o beneficios materiales a cambio de su preferencia–.

Por miedo participan quienes compran la idea de qué si votan por zutano o perengano, peor nos irá sin captar que la inmensa mayoría de los políticos mexicanos siendo como el banano verde, guango o maduro sin importar que sean dominicos, roatán, manzanos, machos, morados, azules, rojos, anaranjados o amarillos, plátanos son.

De todas las mañas exhibidas sin recato para ganar la contienda, la más fácil es utilizar a quien cuenta y canta decisiones personales asentadas en las boletas electorales.

Programas de computación permiten cambiar cifras inflando los resultados, o tergiversándolos. Tan grave es este fraude, que, inmediatamente, los resultados oficializados son transformados en secreto de Estado: acceder a ellos para verificar cifras, resulta peor que caminar de dedos sobre una cama de alfileres.

Legalizando lo ilegítimo

La ilegitimidad de quienes asumen cargos públicos mediante elecciones pobres es resultado natural de las condiciones objetivas de una sociedad hastiada, acumuladas durante décadas de fraudes sexenales metódicamente maquinados.

Ocultando que el centro de poder -Tlacaélel– es el mismo, se candidatean fieles sin importar que sean militantes o ciudadanos libres. Pasadas opacas campañas, con escasos votos reales es ungido oficialmente el ganador de la contienda; sin legitimidad social el gobernante es un problema en todos los sentidos, destacando los siguientes.

Quien gana legalmente con tan pocos votos a su favor, llega desgastado al cargo, porque no representa la voluntad mayoritaria y, contra ella gobierna. Fue el caso de Felipe Calderón, que hizo un briago de él y a nosotros nos llevó la chimoltrufia.

Sostener un Gobierno débil sale caro, como el de Peña Nieto, pues todos sus opositores cotizan al alza sus condicionados apoyos, dado que la legalidad de su encargo no deviene de la legitimidad deseada, sino de un juego político estadístico maniqueo, al que se presta, del que ya se sabe y, se conocen sus reglas: para sostener al sistema, gana quien sea necesario.

En las últimas tres campañas, desbocados punteros terminaron perdiendo, sobre todo porque su objetivo no era ganar, sino calentar la participación y las apuestas.

Al borde del naufragio

Dada la imposibilidad de convencer a todos de participar en la contienda electoral o por lo menos a la mayoría nominal, el sistema ha creado las condiciones para que gane quien nomás obtenga la mayoría relativa de la minoría participante.

Pero esas son cuentas alegres de la hegemonía, pues lo cierto es que Peña Nieto siendo favorecido con el 5% de más de votos que el segundo lugar no pudo superar, ni minimizar, el repudio del 93% de los mexicanos, a pesar de los más de sesenta mil millones de pesos destinados a su decore en medios de comunicación de masas. Contradictoriamente, sus cuentas sexenales no están tan mal si consideramos que el 6% de quienes simpatizan con él -un mexica sin cabeza, de cada diez– entorno del 1% integrado por poderosos capitalistas financieros, son felices pues como nunca una gestión gobernante les facilitó incrementar su riqueza. Y, a pesar del rechazo, la derrama económica ingresó en sus cuentas bancarias.

De infarto

Acostumbrados a lograr máximos beneficios por los recursos económicos invertidos en cualquier proceso, en las sociedades democrático burguesas los resultados esperados de las contiendas electorales deben responder a su retórica mayoritaria, cuando menos eso espera el círculo de poder, de tal manera que, contraría al sistema de mercado los pobres resultados obtenidos.

Para resarcirse de sus pérdidas, donde lúcidos inversionistas deciden no echarle más dinero bueno al malo retirándose de la mesa de juego, obnubilados por el poder no dudan en invertirle más a su proyecto a pesar de las escasas posibilidades de obtener ganancias. Es cuando la mayoría enajenada decide entrarle a la corrupción como método para recuperar su dinero, sin importar los modos empleados y las consecuencias, sobre todo por creerse intocables e impunes.

Jugadas de mano maestra

La ideología del sistema ejerce sus reales entorno de figuras y sucesos distorsionados alejados de procesos de transformación, enclaustrándolos en el marco de reformas posibles, mientras no se toque –por ser invariante– la posición dependiente del país en la división internacional del trabajo capitalizado. El salario de 11.03 centavos por hora, a riesgo de resultar inflacionario ha de permanecer así hasta la próxima temporada, sin importar que el financiamiento, la banca, el comercio, la industria, aumenten sus cuotas de ganancia, como les plazca.

Mientras cada día, al segundo, el capital financiero actuando como un embudo concentra en sus cuentas el resultado de la riqueza nacional y de la fuerza de trabajo, vemos cómo mariposas encandiladas destinan sin recato sus esfuerzos a descalificarse sin reparos, en aras de ganar para su grupo de poder las mejores prendas. A falta de cultura democrática verdadera, sin mayores razones tunden con falacias a sus contrarios.

Del argumento al meme

La diatriba es el recurso discursivo predilecto de los grupos de poder ansiosos por sacar del poder público a quien lo ocupe, pues -excepto frituras– nada trascendente para el pueblo sale de cada sexenio. Siendo un engarce por sus hechos sin importar sus dichos, los políticos de oficio son lo mismo. ¿Entonces por qué son capaces de mentarse hasta la madre sin recato en medios?

Porque es parte de la fiesta electorera simuladora de cambios de piel, asegurando la continuidad del Sistema y su Estado. Excepto en la estridencia publicitaria -en realidad propaganda impuesta– manejada por medios de comunicación de masas, parientes y “casas encuestadoras de bolsa”, la mayoría de la sociedad no participa en la fiesta.

Es cuando para animar la pálida contienda, el Estado profundo promueve desde todos sus frentes de poder el discurso descalificativo personal ad hominem, a partir del manejo torcido de resultado de encuestas, emitidos por negocios empresariales, tantas veces fantasmas.

Atácalo por quien lo dice, no por lo que afirme

“Ad hominem” ataca al otro no por sus convicciones, sino por defectos personales, como puede ser su gusto por la idolatría, la megalomanía, el gasto suntuario, las actividades superfluas, su preferencia sexual, su sexo, su grado de estudios; por su origen y posición de clase, pero no por su conciencia de clase.

Ad hominem, es quien con aspavientos atrae los reflectores públicos para ocultar o sesgar el peso real de los grupos de poder en el concierto parlamentario del Congreso y del Cabildo; hacen alharaca con tal de esfumar la presencia determinante del Estado profundo y su comunicación de masas en la vida nacional, a favor del Capital Financiero.

El falso discurso impuesto destaca el ataque a los contrarios con descalificativos personales para atrapar audiencias, con argumentos de telenovela; mejor, si los diálogos incluyen mentadas de madre, nunca de padre, y términos mundanos del sentido común.

Por ejemplo: en vez de analizar el programa de regeneración del Peje con rigor científico, el discurso periodístico de mala nota lo trata como si fuera nota delictiva; con el petate del muerto, hasta lo asemeja con Maduro, tanto como con el dictador norcoreano y el loco de Donald Trump más nunca con el auto–declarado populista Obama, quien dijo –si porque trabajo a favor de las mayorías, soy populista, pues populista soy.

Del acto mundano al fetiche

Se entiende que, en política, si con una grosería evitas un choro mareador, pues lánzala para atrapar la atención de cándidos lectores; pero atente a las consecuencias: los descalificativos personales son insustanciales y, a la larga, el medio es atrapado por el discurso dominante, seguidamente porque no busca no serlo.

Aun entre quien se dice promotor de la verdad, la honestidad, y el beneficio para todos, el lenguaje de pasquín es irreverente porque adormila la conciencia social.

Expresiones homofóbicas, misóginas, racistas, van al alza en medios de comunicación de radio, televisión e internet. Convertidos en un receptáculo del discurso falaz, impolítico, domina el improperio sobre la criticidad de hechos y dichos, trasmitidos en forma de digestos. Breves notas sobre todas las cuestiones son atravesadas por mensajes publicitarios insulsos.

El “me ignaro” ha vuelto el rey del argumento, atrapando la atención de los curiosos a la usanza de los viejos pasquines “Alerta”, “Alarma”, del “Esto” y del “Por esto”.

Las insolencias: flatulencias de avestruz enchilado

Bien harían los analistas en centrar más la atención de sus plumas en preguntarse, por ejemplo, ¿por qué en las 18 páginas sintéticas de presentación del programa de Morena no aparece mencionada –ni una vez– su preocupación por las condiciones de trabajo del pueblo mexicano?, mientras su vocero principal continúa descalificando con diatribas personales a sus supuestos rivales. Obvio, porque su programa de desarrollo es el mismo de Peña Nieto, con leves insustanciales variantes.

José Antonio Meade Kuribreña, tecnócrata formado en los centros de investigaciones económicas neoliberales de México y los EU, ha sido nombrado precandidato del PRI. Al instante, voces en toda la nación expresaron su felicidad por la unción del -obrero, campesino y profesional pleno de principios morales y valores cristianos; el mejor y más amoroso de la Patria. Honesto, amigo cabal y militante ardiente-. El discurso falaz anula su reciente pasado calderonista, de quien fuera secretario de Hacienda del 2009 al 2012.

Ahora resulta que, porque “lo dice el señoritongo”, los midistas, que no Meaderos, serán quienes no nos sacarán del despeñadero omitiendo que Meade (se “Meade”, no Mid; ni Mid–e) ha sido responsable del continuismo de decisiones hacendarias planeadas en contra de los intereses mayoritarios de los mexicanos, como son el gasolinazo, el Fobaproa/Ipab, la determinación de criterios para el constante aumento del precio del petróleo y el uso de ingresos extraordinarios, a discreción de Tlacaélel.

En medio de insultos, se vela que Meade durante los últimos siete años de gobiernos de transición avaló el destino directo de recursos del erario, a quienes, como Josefina Vázquez Mota y Alberto Anaya, ejecutan extrañas actividades de Estado, aparte de servir de representantes públicos–parapeto.

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