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FIN DE LA FIDELIDAD

Superiberia

52… 51… 50… 49… y ¡zas!… 48… la cuenta regresiva de los días se detuvo en seco, a poco más de mes y medio de la fecha tan anhelada por todos. Javier Duarte de Ochoa, ese que algún día se aventuró a decir que sería “el mejor Gobernador en la historia de Veracruz”,  fue obligado a separarse de la Gubernatura a pesar de que juraba hasta el cansancio que terminaría su período Constitucional. Obviamente faltó a su palabra, pero no es sorpresa. Siempre fue un mentiroso compulsivo.

Su corta vida pública –que data de apenas hace 12 años, cuando asumió la Subsecretaría de Finanzas en el Gobierno del innombrable- está plagada de mentiras e incumplimientos y el final no tenía porqué ser distinto. Y no se fue por voluntad propia, sino que desde el Centro del País lo obligaron a tragarse sus palabras y a dimitir de una manera vergonzante: primero renunció ante Televisa, el gran brazo mediático del sistema, y luego hizo el trámite en el Congreso Local.

Es el segundo Gobernador en tiempos recientes que se separa del cargo obligado por las circunstancias, aunque éstas sean distintas al primer caso. En noviembre de 1988, Fernando Gutiérrez Barrios solicitó licencia a la Gubernatura, dos años después de haber asumido el poder –en 1986-, pero lo hizo porque se incorporó al gabinete de Carlos Salinas de Gortari, como titular de la Secretaría de Gobernación.

Hoy, la historia es diferente. Duarte de Ochoa se va por la puerta trasera y acorralado por las investigaciones judiciales que podrían llevarlo a prisión. A Gutiérrez Barrios lo aclamaron los veracruzanos, bautizándolo como “El Hombre Leyenda”, porque logró pacificar la Entidad, envuelta en una “ola” de violencia, porque su antecesor, Agustín Acosta Lagunes, le dio permiso a los grupos caciquiles y delincuenciales, obrar libremente, y Duarte es ya leyenda, pero de lo peor. Ejemplo de lo negativo.

Deja a Veracruz sumido en la criminalidad, empapado en sangre, con un desastre económico y social sin precedentes. En la medición social, retrocedió 30 años a la Entidad, aportando medio millón de pobres y en materia financiera, ató a Veracruz a una deuda bursátil de 40 años y a un pasivo general que llevará medio siglo en corregirlo. A Duarte no lo vitorean los veracruzanos, sino que estos escupen al suelo cada vez que oyen su nombre. Si se llega a presentar en público, ahora que ya no es gobernante, se arriesga a ser linchado.

Ejemplo fue lo de ayer que, en un arranque de nostalgia, cumplió un último deseo: visitar por última vez su oficina de Palacio de Gobierno, en el Centro Histórico de Xalapa. Empero, lo hizo a hurtadillas. Aprovechó que no había manifestaciones en esa parte de la ciudad y que la opinión pública estaba distraída en el bullicio de la noticia de su petición de licencia para escabullirse en el edificio. Así termina su vida política, como un funcionario huidizo en sus últimos instantes de poder y que difícilmente va a poder presentarse en público si logra evadir la cárcel.

Y su salida abrupta también es simbólica, porque con ella se concluye el poder transexenal del innombrable, cerrándose una de las páginas más negras y pestilentes en la historia de Veracruz. Cae Duarte y el siguiente en tambalearse debe ser su impresentable antecesor, pues fue el gestor de todo el plan para exfoliar la riqueza estatal y entregarle el territorio a los cárteles del narcotráfico. Ya se dijo, pero es necesario repetirlo para que la opinión pública no se vaya con la finta: usando el ejemplo de un paciente oncológico, Duarte es la insuficiencia renal que provoca la muerte, pero el cáncer es el innombrable, el origen de todo el mal. No se puede sanear a Veracruz sin ocuparse del innombrable, extirparlo de la vida pública y castigarlo por las fechorías que hizo. Entonces, la fidelidad se acabó, pues, y ahora debe venir la rendición de cuentas.

Por otro lado, se diga lo que se diga, los hechos son evidentes y la defenestración de Duarte de Ochoa es otro logró de Yunes Linares, autor de algunas de las principales denuncias penales que desahoga la Procuraduría General de la República, por los delitos: peculado, enriquecimiento ilícito e incumplimiento de deberes legales. Sin haber asumido el poder, Yunes ya le pisa la sombra así como al resto de sus colaboradores, actuando en función de los intereses de las mayorías.

Por esta razón, lo de ayer no fue el final, sólo la conclusión de un sexenio desastroso y de un docenio criminal. No, ahora tendrá que haber paso a la aplicación de la Ley. Ayer mismo, Yunes Linares lo refrendó: “Javier Duarte se va con las bolsas llenas y deja un Veracruz incendiado (pero), les vaciaré las bolsas para devolver a los veracruzanos lo robado y apagaré el incendio para recuperar la paz y la tranquilidad”.

Tal es el clamor de todos los veracruzanos y prueba de eso es que ayer mismo la prensa y las redes virtuales, hirvieron con la exigencia surgida de todos los ámbitos –empresarial, político, religioso, estudiantil, intelectual y ciudadano-, de no permitir que Duarte de Ochoa se escape físicamente –mentalmente ya tiene tiempo evadido, cuenta la leyenda-. Es lo que ronda en el imaginario colectivo, su inminente huida y nadie le cree eso de que permanecerá en la Entidad para enfrentar la indagatoria judicial, porque nunca cumple lo prometido. Si dice que no va a huir, debe entenderse lo contrario.

Algunos piden vigilancia especial en aeropuertos, puertos y carreteras, otros, que se le gire cuanto antes por lo menos una orden de arresto domiciliario y otros más, que de plano le echen el guante de una vez.  Finalmente, sobre el escenario que prepara Televisa para poner a debatir a Duarte con Yunes Linares, el tema es ocioso. No hay nivel, el Gobernador electo no debe prestarse al rejuego de la televisora ni al distractor del desahuciado, no es su papel y tal debate no tiene efectos vinculantes más allá del rating televisivo. “Duarte debe debatir con los Agentes del Ministerio Público, no con el Gobernador electo de Veracruz”, lo dijo Yunes y lo dijo bien.

¿Y el Gobernador sustituto? Hasta el momento de concluir este texto no se sabía su identidad, pero eso es lo de menos. El seleccionado no estará más que 47 días en la silla estatal. Su mando estará acotado, no tomará decisiones medulares ni gobernará en los hechos.  Si acaso cortará algún listón o acudirá a ciertos eventos. Su posición será decorativa para que el cargo no quede vacío y para que el proceso de entrega-recepción con la nueva Administración se haga con el protocolo habitual. La verdadera noticia es que la fidelidad ya se acabó. ¡Albricias! 

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