POR: Gilberto Nieto Aguilar / columnista
Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad.
-A. Einstein
El día 10 de febrero de 1519 partió la tercera expedición de la isla de Cuba, con 11 navíos, a la península de Yucatán. Varios sobrevivientes de las exploraciones anteriores se unieron a ésta, que fue capitaneada por Hernán Cortés para iniciar la historia de la conquista del Anáhuac. El viaje comenzó como el anterior, abasteciendo provisiones para siete días y navegando hasta la isla de Acuzamil (Cozumel).
Se presumía, por las evidencias recolectadas, que las nuevas tierras descubiertas poseían inmensas riquezas y a Diego Velázquez le tentaba la avaricia y la ambición. Así que tuvo que arriesgarse a enviar a un hombre que tuviera la pretensión, la inteligencia, la capacidad de maniobra para tal empresa, aunque sintiese una justificada desconfianza sobre su lealtad personal.
El juego de intereses, intrigas y suspicacias de grupos leales y opositores, de acciones sesgadas en torno al objetivo central, comenzó después del nombramiento de Cortés, en un estilo que al correr del tiempo habría de tomar carta de naturalización en la operatividad de la política en las provincias conquistadas. Cortés, hombre de excepcionales dotes políticas y militares, tuvo la suficiente persuasión y liderazgo para evitar la suspensión del viaje o la destitución de la Capitanía General de la expedición.
Si tuviésemos que encontrar alguna diferencia entre las tres expediciones que partieron de Cuba hacia tierra firme, la respuesta tal vez sería que Hernán Cortés la había equipado para entrar en guerra. Armada con cañones, caballos y soldados, la tentación de colonizar estaba presente. Los soldados no eran sobrevivientes de las dos expediciones anteriores, sino llamados mediante el pregón. No eran delincuentes, sino personas de la pequeña nobleza que soñaban con incrementar sus riquezas. También se unieron expertos que habían participado en los anteriores viajes, como Bernal Díaz del Castillo y Juan Díaz, que dejarían escrito su testimonio para la posteridad.
En este tercer viaje comienza la imposición formal de una nueva cultura que habrá de mezclarse con las culturas autóctonas. Al llegar al santuario de Ix Chel, Cortés ordenó que fueran derribadas las figuras de las deidades y en su lugar colocaron una cruz, complemento idóneo en la invasión y la conquista física, geográfica y cultural que estaba por iniciar. Los recorridos, aventuras y desventuras de los expedicionarios decididos a ser conquistadores son de sobra conocidos, relatados en crónicas y códices que dan fe de ello como testimonios directos de la valentía y pundonor de los pueblos conquistados y del tesón de los conquistadores.
En Cozumel Cortés se enteró de la existencia de unos supervivientes españoles cautivos en tierras mayas. Decidió buscarlos. Pensó que ayudarían en el conocimiento de las tierras que exploraba y que serían excelentes traductores. No fue difícil pues cuando se disponían a partir llegó una canoa con varios hombres vestidos como los mayas y entre ellos iba fray Jerónimo de Aguilar quien hacía más de ocho años había naufragado junto con otros españoles y sólo sobrevivían él y Gonzalo Guerrero, quien se había casado con una lugareña principal y era considerado un noble en aquel lugar, donde tenía hijos y no deseaba volver con los españoles.
Siguieron su recorrido hasta Champotón, donde Hernández de Córdoba había perdido una cruenta batalla. Se reabastecieron de provisiones y alimentos pero la curiosidad de Cortés por marchar tierra adentro provocó una nueva batalla en la que, pese a los muertos y heridos, la victoria estuvo de su lado. Durante la batalla uno de sus intérpretes, Melchorejo, huyó sin que se volviera a saber nada de él. Pero Cortés pensaba ya en el futuro: tenía muy clara la idea de conquistar estas tierras pródigas.
gilnieto2012@gmail.com