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Falacias y ego

Superiberia

La democracia en México tiene una historia singular. Hablando de falacias, los candidatos de antaño preparaban los discursos como una formalidad y por cumplir un protocolo. No necesitaban justificarse. Pese a esto, sus piezas oratorias eran extensas muestras de lo que podría hacerse desde el Gobierno con un poco de buena voluntad. Pero esa buena voluntad, junto con la ética, ha sido motivo de menosprecio por parte del político mexicano de ayer y hoy.

Como estaban seguros de ganar la contienda, los discursos los elaboraban sus colaboradores más cercanos. Los candidatos sólo los leían por mera fórmula, sin importarles su contenido. Igual sucedía con los discursos oficiales a lo largo de su mandato: eran un escaparate para cuidar la imagen pública, esa imagen por la que siempre se exigió respeto.

El pueblo fue sumiso y de escasa participación. Así que los caminos de la disidencia siempre fueron controlados de diferentes formas, violentas o pacíficas, según las condiciones de cada movimiento. Sin embargo, los engranajes del sistema político se desgastaron, la gente se despabiló un poco, y cada vez ha resultado más difícil operar imposiciones y fraudes, u ocultar los malos actos de Gobierno. 

Los candidatos ahora se tienen que batir en duelo con los demás, máxime si no tienen un buen respaldo que los sostenga y los apoye. En las extrañas condiciones que rodean a la política electoral mexicana, da la impresión de que existen más partidos políticos que candidatos a los puestos de elección. Por eso muchos candidatos van de relleno, como simples comparsas del partido en el poder. Además, procuran dar la impresión de una feria, un carnaval, para que no se quejen los mexicanos de la fuga económica que representan las campañas para el erario público.

Tal vez hoy haya más confianza en las instituciones electorales. Quizá se blindó el sistema para que no se caiga. Pero aún así, mucha gente desconfía de los acuerdos cupulares, aquellos que se hacen en lo oscurito, en las más altas esferas del sistema político, para proteger los intereses particulares o de grupo. Cada vez que se rumoran “acuerdos”, convierten un acto trascendental como son las elecciones, en una farsa y una burla para el pueblo, ese ente sin rostro, sin nombre, sin importancia.

La falacia es un engaño o mentira. Un argumento falso pero en apariencia verdadero para inducir a error o engaño. La Real Academia la define como «engaño, fraude o mentira con que se intenta dañar a alguien». Así pues, las falacias son expresiones que acomodan una verdad a la conveniencia o interés de una persona o grupo.

Son verdades a medias. O mentiras que se repiten para abrir caminos en las mentes de los ciudadanos. ¡Ay de aquél que las escucha sin razonar! Abundan todos los días en las redes sociales, en las noticias digitales, en el papel, en la radio o la televisión. Distinguirlas es una tarea que requiere esfuerzo, sentido común, flexibilidad mental, información previa y conocimientos. Cualquiera las entiende, pero no cualquiera las distingue.

El ambiente generado en las elecciones pasadas es un claro ejemplo del uso de falacias. Mezcladas con verdades conocidas, dio mucho lugar a las agresiones y descalificaciones que fueron más importantes que las propuestas. Un pueblo que no analiza lo que escucha y mira, que no exige claridad en los mensajes, implica que se deja llevar porque quiere con pasión creer en algo o porque es presa fácil de las falacias.

También el ego juega un papel importante. Cegado por las adulaciones, hace perder el piso a los candidatos –o a los gobernantes–, y la realidad es rebasada por las falacias que crea la soberbia. El ego es destructivo, pues impide dimensionar la realidad y terminan algunos sintiéndose dioses.

La ciudadanía se pierde en las falacias porque marean y enturbian el proceso de pensar. Es lamentable. Y aunque la gente está participando bien, necesita crecer más, evolucionar más rápido, para atraer a los apáticos y a los no participativos, hacer sentir su presencia y exigir transparencia en todos los actos de Gobierno.

gilnieto2012@gmail.com

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