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Escuelas rurales son olvidadas por la SEP

Superiberia

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Nochixtlán.- Adelaida Alavés Cruz enseña a su grupo multigrado, en la escuela bilingüe Adolfo López Mateos, la pirámide alimenticia. Los lácteos, los cárnicos y las legumbres. En las paredes del aula hay dibujos: una chuleta, un litro de leche. Hay cartulinas sobre las propiedades de las vitaminas y minerales, pero los niños que ahí estudian van sin desayunar o con una tortilla con sal en el estómago.

Unos, dice Adelaida, llevan una bolsita de plástico con una tortilla de trigo para el recreo, con salsa. Otros, nada. Y la maestra, para explicar la pirámide alimenticia, lleva algunas muestras de alimentos para que los conozcan. En ocasiones sólo envolturas.

La escuela no está en la cabecera del municipio. Es un pequeño plantel de tres aulas, ubicado a 35 kilómetros de terracería de Nochixtlán, en Llano del Sabino Apazco, una comunidad indígena mixteca, en donde los niños hablan primero su lengua y después el Español.

“Trabajo con otro compañero. Atiendo tres grados: cuarto, quinto y sexto. Las condiciones de la escuela y de la comunidad son precarias, tengo niños que caminan para llegar más de una hora. Esté lloviendo o haga calor. Algunos llegan sin desayunar y otros que tomaron cafecito con un taco, un huevo o sopa”, dice Adelaida.

En la comunidad viven unas cuantas familias, pero a la escuela llegan también niños de preescolar desde puntos aledaños, pequeños asentamientos sin electricidad. En total hay 42 alumnos, la mayoría de primaria.

El material didáctico es escaso y la escuela sólo tiene dos computadoras viejas y obsoletas de segunda mano, donadas por el municipio. Las aulas tienen vidrios rotos por donde se cuela el viento helado del invierno y ventanas que se cierran con ganchos de ropa.

No hay una Dirección como tal, pues está ocupada como dormitorio de la maestra, debido a que el lugar destinado para los maestros son unos cuartos a punto de derrumbarse.

Adelaida acondicionó una de las aulas para guardar materiales: papel china, resistoles, colores, lápices, algunos juguetes didácticos y papelería. Ahí llena sus actas y hace las juntas con los padres.

Las aulas tienen pupitres despostillados y en las paredes hay cuadros sinópticos y cartulinas sobre distintos tópicos, hechas por los alumnos.

En la primaria hay una Biblioteca a la que no se puede entrar, pues el techo está a punto de caerse. A un lado hay un salón derrumbado que alguna vez fue un aula. Los alumnos tienen prohibido acercarse por ahí. Podrían sufrir un accidente.

Los niños de Adelaida comen dos veces al día. En la mañana antes de irse a la escuela y por la tarde, entre las cinco y las seis.

Cuando llueve, llegan empapados y con los pies mojados. La maestra debe interrumpir la clase, pues los alumnos tienen los pies fríos y no se pueden concentrar en la clase. Entonces empiezan a jugar, para que sus cuerpos generen energía y puedan concluir con la jornada.

Un niño con hambre, explica la maestra, difícilmente puede apropiarse de conocimientos o rendir lo que debe en el salón de clases. El alumno antes de poner atención a lo que se escribe en el pizarrón, o a la exposición del maestro, piensa en comer.

Verónica Jacobo Gaytán, presidenta del Comité de padres, y madre de tres niños, dos de ellos estudian quinto y sexto grado en la escuela de la comunidad, dice que sus hijos desayunan antes de irse a la escuela y vuelven a comer al caer la tarde.

“A veces les traigo un taquito a la escuela para que aguanten para la tarde. En la noche cenan un café o un atole”, dice. La mujer invierte 500 pesos a la semana para alimentarse ella, su esposo y sus tres hijos.

Jacobo explica que la comunidad siembra para autoconsumo trigo, maíz, frijol, chícharo y habas. Los niños trabajan la yunta para ayudar a su familia. Es una comunidad de migrantes.

Adelaida gana 4 mil 500 pesos a la quincena. Gasta 700 en ir a la ciudad de Oaxaca los fines de semana y 500 pesos en materiales para que los niños que no tienen dinero para comprar, puedan trabajar y hacer sus tareas.

La maestra vive en la comunidad durante la semana en un cuarto azul, que era la Dirección de la escuela primaria donde da clase. Lleva seis ciclos escolares y la profesora que estaba asignada antes que ella, vivía en un cuarto de adobe, que está a punto de caerse.

Por eso, la Dirección es el dormitorio de Adelaida. Aunque está en mejores condiciones que el cuarto viejo de adobe, el lugar no es para nada acogedor.

La profesora vive ahí con su hija de cuatro años. Duerme sobre cuatro mesas, con una colchoneta sobrepuesta, porque no tiene cama. El techo es de lámina galvanizada y está agujerado. Para que no le caiga agua, Adelaida colocó un hule que pende de unas vigas de madera apolillada, que sostienen la lámina. Eso impide, además, que durante el invierno el frío les queme la cara.

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