POR: Gilberto Nieto Aguilar
Cansada, pero con muchas ganas de platicar aquel último día del año, la abuela estaba feliz de poder recibir por la noche al Año Nuevo. “Ya acumulé bastantes”, decía, con una sonrisa que nos recordaba que acababa de cumplir el centenario. Estos momentos me los había dedicado a mí y me sentía complacido de escucharla.
«Veo que te inquieta mucho lo que pasa en las escuelas, con los alumnos, los maestros y los padres de familia. Ahora las cosas son muy diferentes en cuanto a las relaciones y da la impresión de que los que mandan para mal son los alumnos. El aula despintada, el pizarrón, los niños sentaditos y un profesor que explica el lenguaje y las ciencias, sigue siendo lo mismo.
Desde que nacen, los niños participan de las penas y las alegrías de su familia, donde aprenden las primeras actitudes y habilidades para vivir, desarrollan confianza en los demás, seguridad en sí mismos y fortalecen su autoestima. La familia afectuosa forma a los niños en valores y esto favorece las relaciones armoniosas con los demás.
Por desgracia, hay familias que no viven en relaciones cordiales, respetuosas y honestas. Algunos padres o madres de familia no encuentran formas de resolver sus problemas cotidianos y recurren a la violencia y los malos tratos. Hoy sabemos que la violencia se enseña, se aprende, se legitima y forma un ciclo que se repite sucesivamente en los hechos y crea hábitos en las personas.
En estas épocas de prisas, descuidos y globalidad, los niños reciben mensajes de violencia en el hogar, los escuchan en televisión y radio, los leen en medios impresos y digitales, los juegan en sus consolas. También en Internet. Antes esto no pasaba. Ya existía lo que hoy llaman bullying, pero se resolvía de manera casera, sin tanto escándalo, porque no estaba tan generalizado. Las familias eran más conscientes y, lógicamente, los niños también.
Los niños son seres indefensos. Nunca hay que humillarlos, amenazarlos o golpearlos. Es cierto que hay que enseñarles límites y corregirlos, pero debe ser con cariño, tanto en la casa como en la escuela. En ninguno de estos lugares deben ser maltratados por malos padres o malos maestros. Porque debes reconocer –me dice la abuela, señalándome, como si fuera un acusado– que también hay malos profesores que no cumplen en forma adecuada con su trabajo.
En familia aprendemos a vivir. Cada familia tiene su propia historia, pero no cabe duda de que en ella los niños forman hábitos, aprenden costumbres, maneras de actuar, de pensar, de tratarse con los demás; aprender a ser honestos o aprenden lo contrario. Comprenden las necesidades económicas y las dificultades para conseguir el sustento. Aprenden a ser honestos o bribones.
Algunas familias resuelven sus problemas con facilidad, pero es evidente que en otras, la vida puede ser más complicada.
Con las nuevas disposiciones legales de atención al público y los Derechos Humanos, muchas gentes han encontrado una manera de abusar y hacer valer sus caprichos. En las escuelas, los niños con buenas calificaciones que se portan correctamente, por lo general no presentan problemas con los padres. Pero los niños flojos, mal portados, tienen tras ellos a padres igualmente conflictivos, muy problemáticos para la vida escolar».
Me quedé callado, pensando en sus palabras. Es cierto que los padres no pueden dejar por completo en manos de la escuela la tarea de educar a sus hijos. Es un grave error si piensan que cumplen con sólo mandarlos a la escuela. La familia es responsable de lo que el niño hace y aprende, para bien o para mal, en la calle, en los medios de comunicación, en el Internet, con sus amigos y familiares, en sus ratos libres. La escuela, en cambio, es la institución encargada de transmitir en forma ordenada y masiva, el conocimiento humano que requieren las nuevas generaciones. También busca desarrollar competencias que estimulen la inteligencia, nuevas formas de pensar, aprender a estudiar por sí mismos y asumir actitudes para enfrentar la incertidumbre. Ambicioso proyecto que sólo puede lograrse con la preparación permanente de los maestros y la participación decidida de los padres.
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