Como nunca antes en la historia de las reformas económicas, el Presidente tiene la mesa puesta para conducir una cirugía mayor en Pemex.
Sus antecesores —Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón— nunca consiguieron construir en el Congreso una mayoría dispuesta a pagar el costo del relanzamiento de la industria petrolera.
Pero con apenas ocho meses en Los Pinos, Enrique Peña cuenta con la disposición del PAN y del PRD para entrarle al tema.
Independientemente de los condicionamientos que panistas y perredistas plantean, ambas fuerzas han puesto sus cartas sobre la mesa de negociación y se asumen como actores comprometidos con la reforma energética.
Y mientras unos defienden la idea de que sólo con cambios a la Constitución habrá futuro petrolero, los otros argumentan que antes de tocar el sagrado artículo 27 hay que quitarle a la empresa sus cargas fiscales y de corrupción.
El Presidente y el PRI escuchan hasta donde pueden y quieren llegar sus dos aliados, los mismos con los que sacó adelante las reformas educativa y en telecomunicaciones.
Por eso César Camacho, dirigente del partido, hace consideraciones que a nadie lastiman. Y en el Congreso, los presidentes de las comisiones de Energía optan por el bajo perfil. El senador David Penchyna adelanta que la propuesta del Ejecutivo será integral y el diputado Marco Antonio Bernal guarda silencio.
Antes de presentar su iniciativa, antes de desgastarse en la crítica que los extremos siempre le propinan a los proyectos presidenciales, Peña y sus secretarios, de Gobernación, Miguel Osorio Chong; de Hacienda, Luis Videgaray, y de Energía, Pedro Joaquín Coldwell, así como el titular de Pemex, Emilio Lozoya Austin, asisten cual cómodos espectadores al cabildeo que cada partido hace internamente de sus apuestas petroleras.
¿Con quién se irá el Presidente? ¿Tomará camino con los blanquiazules para abrirle la puerta a las inversiones privadas? ¿O preferirá la ruta administrativa de los perredistas? Tales son las preguntas que circulan.
Son dudas pertinentes en atención a nuestro pasado inmediato. Por supuesto que Zedillo habría levitado si los panistas de entonces —Felipe Calderón, Carlos Castillo y Diego Fernández— le hubieran dicho “sí” a la apertura del capital privado.
Otra sería la historia de Fox si la entonces operadora legislativa priista Elba Esther Gordillo hubiera convencido a Roberto Madrazo, a Beatriz Paredes y a Emilio Chuayffet, entre tantos reticentes, a superar en serio al rezago petrolero.
Y la parálisis parlamentaria que padeció Calderón se habría superado si los perredistas hubieran hecho, como ahora, un catálogo de sus irreductibles antes de salirse a marchar conAndrés Manuel López Obrador.
La tentación de construir esa mayoría calificada ausente durante 18 años está ahí. Y a manos llenas. Porque se trata de dos caminos posibles.
Habrá quienes apuesten doble contra sencillo a que Peña optará por sumarse a los azules, aprovechando el cierre de filas que en torno al tema comienza a darse en el PAN.
Porque al margen de su pelea por el dinero y el poder, Gustavo Madero, presidente del PAN, y el senador Ernesto Cordero, al frente de lo que queda del calderonismo, coinciden en abanderar una apuesta liberal, afín al empresariado y a las tendencias mundiales de éxito que inyectan dinero privado a las administraciones públicas de las petroleras del Estado.
También se escuchan los pronósticos festivos de los perredistas: Peña se sumará a la cautela de la izquierda dialogante y optará por una reforma que, sin tocar a la Constitución, goce de la legitimidad que un cambio de esa naturaleza requiere.
Y es que el escenario de un Presidente que se inclina por la visión estatista, sería como cumplir el cuento de hadas de la dirigencia del PRD: acallar a sus detractores internos al demostrarles que valió la pena compartir agenda con el gobierno. Y echarle a perder a López Obrador el guión de las catarsis colectivas contra los traidores a la patria que quieren vender el petróleo.
Me temo sin embargo que, con la mesa servida, Peña se dará el lujo de rechazar la ruta de una mayoría a secas.
Pensar en un desenlace excluyente es cerrar los ojos a la capacidad de formular acuerdos del Pacto por México.
Creer que el gobierno dejará colgado de la brocha al ala perredista que se sentó a departir con él, es mirar esta coyuntura desde la frustración del pasado reciente.
Peor todavía: pretender que el Presidente se irá por la ruta de Luis Echeverría, la de una imposible modernización populista, dándole la espalda al PAN, es hacerse de la vista gorda frente a los tropiezos que su administración afronta en seguridad y economía.
La invitación está hecha: negociar una reforma energética que convierta al gobierno en el árbitro del juego; legitimar al Pacto por México y a sus firmantes.
Porque si Michoacán empaña la estrategia de bajarle el volumen a las malas noticias y las proyecciones de crecimiento siguen a la baja, a Peña no le queda más que la mesa puesta de la política.