Aquí yace la criatura del Estado que lo desafió y fracasó al hacerlo tan abiertamente. Aquí yace la mujer que fue arrojada del pináculo al cual había podido ascender gracias a Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón. Pensándose majestuosa. Creyéndose indispensable. Sintiéndose omnipotente. Ignorante frente a la realidad de lo que representaba y en quién se había convertido. Sentada en su palacio en San Diego, despotricando contra sus adversarios, dando órdenes, lanzando dictados, profiriendo amenazas. Elba que supuestamente todo lo sabía, todo lo controlaba, todo lo decidía. La reina decrépita del coto corporativo de un país que la odiaba. La emperatriz estirada de México cuyo poder fue guillotinado por el mismo Estado que la creó.
Aquí yace la mujer que en un acto de arrogancia incontenible decidió demostrar quién mandaba en México, oponiéndose a la reforma educativa, llamando “ignorante” al Secretario de Educación Pública, chantajeando a Enrique Peña Nieto con las posibles movilizaciones del SNTE. Ella por encima del presidente y el gabinete y los dirigentes partidistas y los electores y los ciudadanos. Vanagloriándose del poder que tenía y que Felipe Calderón – por debilidad – le había permitido acumular. Entronizada por cuatro presidentes a los cuales les recordaba, de cuando en cuando, cómo le debían a los maestros el mantenimiento de la estabilidad y la “paz social”.
Aquí yace la mujer temible, ante quien la clase política entera se arrodillaba por miedo a la movilización. Allí estaban los gobernadores postrados, los senadores encogidos, los diputados buscando protección, agazapados a sus pies. Cortesanos, todos. Temiendo que ella agitara a quienes tomaban las calles y paralizaban a los estados y amenazaban con tumbar a los gobernadores. Temiendo que ella usara a sus siervos del Panal para llenar urnas y conseguir votos y determinar resultados electorales. Ahora sola ante el silencio del séquito que se disciplina frente a Peña Nieto, por temor a ser el siguiente tras las rejas. El siguiente investigado. El siguiente encarcelado. El siguiente castigado.
Aquí yace la lideresa delante de quien los maestros se postraron por todo aquello que les daba, todo aquello que les regalaba. Primas y prestaciones; ascensos y aguinaldos; salarios y sobresueldos; candidaturas y curules. Las glorias compartidas que su reino ininterrumpido – desde hace 24 años – repartió entre los disciplinados. Y por ello, los maestros le besaban la mano. Acudían presurosos a refrendarla en cada elección. Consejeros convertidos en lacayos; dirigentes convertidos en súbditos; el SNTE convertido en juglar del Palacio. La autonomía sindical usada como escudo para el fortalecimiento del poder personal.
Aquí yace un ícono de la corrupción porque durante años el Estado le permitió que lo fuera. La maestra rural convertida en majestad real, con cuentas en Suiza y departamentos en México y casas en San Diego y compras por dos millones de dólares en Neiman Marcus. Producto de un sistema clientelar y una de sus principales beneficiarias. Más preocupada por defender su feudo personal que por mejorar la educación de quienes lo habitaban. Más interesada en ostentar su poder, que en usarlo para bien de México. La que “salvaba” al país de la inestabilidad política, para condenarlo a la mediocridad educativa.
Aquí yace un poder fáctico que el propio Estado engendró al permitir que ejerciera el poder como lo hizo: de manera impune, de forma arbitraria, con opacidad. Porque Felipe Calderón lo fomentó. Porque la Secretaría de Hacienda lo avaló. Porque la Secretaría de Educación Pública no lo pudo o no lo quiso impedir. Sólo así se explica el silencio de Los Pinos cuando Elba Esther atacaba a Josefina Vázquez Mota. O conseguía “pilones” de 500 millones de pesos en cada negociación salarial. O conseguía el incremento en el porcentaje de becas controladas por el sindicato. O conseguía exenciones fiscales voraces y claramente injustas. O conseguía la persistencia de viejos intereses, encubiertos en cada sexenio bajo una nueva retórica.
Aquí yace la que cayó en una cloaca donde Peña Nieto decidió empujarla. Para legitimarse y para librarse de un poder retador y para presentarse como un nuevo priista y para impulsar la reforma educativa y para acrecentar su popularidad y para afianzar su autoridad. El presidente manda el mensaje de que sólo sin la presencia de Elba Esther puede reformar a la educación y modernizarla. Sólo sin Elba Esther puede recentralizar el poder en la presidencia y fortalecerla.
Cada vez que La Maestra presumía el poder que decía tener, exponía a presidentes panistas que se lo habían entregado. Al actuar como lo ha hecho, Peña Nieto rehusa pasar el sexenio sentado en su regazo como lo hicieron sus predecesores. Y logra también un “efecto demostración” para otros líderes malolientes como Carlos Romero Deschamps y Víctor Flores y Leonardo Rodríguez Alcaine. Disciplina o cárcel. Apoyo o arresto. Lealtad incondicional o investigación judicial. Entendimiento o epitafio.