Sabemos que en épocas remotas tales como la Edad Media, el Renacimiento y -posteriormente- la Época de la Colonización en Norteamérica; un gran número de mujeres fueron acusadas, juzgadas y sentenciadas a la horca o a la hoguera por el delito de “brujería”. Sin embargo, es importante mencionar que -de acuerdo con investigaciones históricas posteriores- estos sucesos estuvieron relacionados con valientes demostraciones de insubordinación, por parte de ellas, con respecto a ciertos asuntos socio-económicos y religiosos que eran los que determinaban -al igual que ahora- las normas morales de aquellos tiempos. Lo que resulta muy notorio es que, aunque también hubo casos de hombres perseguidos por las mismas razones, la proporción de mujeres ejecutadas fue mucho mayor. Claro que esto cobra sentido si también nos enteramos de que las autoridades de aquel entonces, llegaron a la conclusión de que ellos sólo eran unas víctimas indefensas de los poderosos hechizos que utilizaban aquellas malvadas brujas para orillarlos a cometer esos actos delictivos, valiéndose de diabólicos encantamientos en los que el sexo era su más irresistible recurso.
A lo quiero llegar, al referirme a estos acontecimientos, es que desde los tiempos bíblicos (ahí tenemos a Eva) hasta la época actual, la mujer ha sido considerada como ‘ese obscuro objeto del deseo y de la tentación’ que provoca en los hombres conductas inaceptables y fuera de su control (¿?). Prejuicio que se ha utilizado -frecuentemente- como excusa para justificar diversas acciones relacionadas con los ultrajes que muchos hombres cometen hacia ella en diferentes contextos, incluyendo el seno familiar. Hechos reprobables -éstos- en los que evidentemente existe un abuso del poder que los sistemas políticos y económicos imperantes, les han conferido a los varones, frente al ‘desacato femenino’ con respecto a determinadas normas sociales (familiares, educativas, laborales y hasta legales) establecidas generalmente por ellos. O simplemente porque consideran que las mujeres son seres devaluados o inferiores que deben permanecer bajo su dominio. Sin tener que citar más injusticias históricas, en este sentido, podemos mencionar -como un trágico ejemplo- el alarmante índice de feminicidios, que sigue siendo actualmente una terrible y dolorosa realidad en nuestro país…
Paradójicamente, la mujer también ha sido considerada -desde tiempos inmemoriales- como un ‘Ser Divino’ cuyas virtudes de carácter moral se han exaltado (incluso a través del arte) hasta ir conformando esos patrones puritanos que hoy subsisten -con un gran peso- en nuestra cultura latina y que tienen como finalidad la preservación del prototipo de la “mujercita buena y candorosa” (fácilmente manejable), destinada a tener como papel principal el de ‘digna esposa y madre’. Modelo que, desafortunadamente, todavía se utiliza para educar a los infantes -de ambos sexos- para conservar las ‘buenas costumbres de la gente decente’ en el que se incluyen desde formas de comportamiento aceptables -para ellas- hasta cánones de elegancia y de buen gusto; pasando por algunas reglas de urbanidad (exclusivas para una ‘dama’) bastante absurdas. Obviamente, tales códigos se relacionan principalmente con esos encantadores comportamientos como son: la obediencia, la sumisión, la pureza, la inocencia, la castidad, la docilidad y la abnegación; tan celebrados… en la mujer.
Por supuesto, las cualidades físicas de acuerdo a los estereotipos de belleza femenina vigentes, también son rasgos que se ponderan en este concepto de ‘Mujer Divina’. Así tenemos que, entre los modelos a seguir actualmente, están desde las Princesas de Disney hasta las actrices y cantantes sexys de gran éxito, que las chicas (y no tan chicas) pretenden imitar para conquistar a un príncipe azul; que en el futuro deberá encargarse de cumplir ‘a cabalidad’ con las expectativas femeninas (de todo tipo) y de hacerlas felices para siempre. Por su parte, los muchachos no deberán conformarse con menos que una linda, sensual y dócil muñequita como ésas que vemos en los cuentos de hadas, las películas taquilleras o los vistosos comerciales. Lo más triste es que quienes se encargan de la educación (padres de familia y maestros) persisten en seguir alentando a los niños y jóvenes de ambos sexos a establecer relaciones de parejas fundamentadas en esos prototipos fantasiosos que sólo conducen a un rápido hastío, decepciones amargas, grandes insatisfacciones y otros pesares innecesarios…
En contraste con todo lo anterior, resulta sumamente interesante echarle un vistazo a ese fenómeno social llamado Feminismo que se originó en Europa hacia finales del S. XVIII y que se caracterizó por la ardua lucha que sostuvieron, durante muchas décadas, grupos de mujeres vanguardistas con el afán de mejorar las condiciones socio-económicas y políticas de su género. Como sabemos, todo esto tuvo un impactante resurgimiento entre los años sesentas a ochentas del siglo anterior; dando lugar a lo que se conoce como el Movimiento de Liberación Femenina y a sus repercusiones obvias, tales como el hecho de que muchas mujeres de las generaciones actuales, ya disfrutan de algunos de sus logros más importantes, por ejemplo: el acceso a estudios universitarios y a puestos laborales o políticos que antiguamente eran exclusivos para los hombres. Sin embargo, aún hay metas importantes que alcanzar, como la erradicación de posturas machistas y misóginas con las que muchos grupos de hombres y -desafortunadamente- también de mujeres, todavía se manejan en nuestro sistema. Con respecto a esto último, creo que sería muy saludable desterrar en forma definitiva el concepto de la mujer como ‘objeto’. ¿Qué clase de objeto? Bueno pues: decorativo, sexual, de consumo, de explotación y de propiedad privada. Y que, en cambio, accediéramos todos -hombres y mujeres- al ideal de la igualdad de derechos, en el que prevalezca el respeto mutuo, así como el hecho de asumirse por las acciones y omisiones que cada uno decida, desarrollando así una actitud de responsabilidad por la propia existencia y de armonía con el entorno.
María teresa lezama
EL BUEN TONO