Por: Andrés Timoteo / columnista
Los filósofos dicen que la libertad es una condición inherente al ser humano. Que nace con ella y su deber es hacerla plena. Los místicos aseguran que es el regalo que el Dios-creador dio a los hombres, uno del que no gozan los entes divinos –arcángeles, ángeles y querubines-. El libre albedrío permite al hombre manejar su vida, cuestionar su entorno y hasta desafiar a Dios o a los dioses. Es, por lo tanto y al mismo tiempo, su salvación y su perdición.
La libertad es una idea tan socorrida y a la vez tan peligrosa. Una bandera que a lo largo de la historia ha acarreado desde tragedias domésticas hasta catástrofes mundiales. En nombre de ella, como en nombre de Dios, se han desatado guerras y perpetrado las peores masacres. Y la libertad va siempre acompañada de la tolerancia, pues si ella, deriva en conflicto.
La reflexión anterior viene al caso porque desde el viernes pasado comenzó a recorrer la Entidad el –mal- llamado “Autobús de la libertad” que estuvo en Cancún, Quintana Roo donde se celebró la asamblea de la Organización de Estados Americanos (OEA) y en Veracruz tocará varias ciudades. El fin de semana estuvo en Coatzacoalcos, la conurbación Veracruz-Boca del Río y Xalapa.
Se trata de un vehículo portador de propaganda de organizaciones conservadoras –lideradas por la Iglesia Católica- contra, paradójicamente, la libertad de preferencia sexual. El mensaje es para condenar la llamada “ideología de género” y defender el derecho de los padres a educar a sus hijos en la doctrina católica tradicional. Se repudia todo concepto ajeno a lo que ellos mismos llaman: familia tradicional o “natural”, es decir: padre, madre e hijos, un atrimonio heterosexual –de hombre y mujer- hecho para procrear hijos y nada más.
Todo lo que se salga de ese marco, es indebido, inmoral y pretenden mantenerlo como ‘ilegal’. Por eso repudian los proyectos para legislar sobre el matrimonio igualitario, la adopción de niños por este tipo de uniones, impiden que se reconozcan los derechos de personas con distinta preferencia sexual y condenan la educación sexual no católica que se ofrece a los pequeños en la escuela.
La intolerancia es tal, que se llega a emitir amenazas por parte de los ministros religiosos contra gobernantes y parlamentarios. Usan el chantaje de promover el castigo electoral entre el electorado católico y conservador para detener cualquier legislación que reconozca derechos de aquello que, no está en la sintonía de sus creencias. La intolerancia plena en nombre de la libertad.
Pero de la otra parte no andan mejor, pues las organizaciones civiles defensoras de la diversidad sexual se portan de manera similar. El sábado, por ejemplo, fue vandalizado el “Autobús de la libertad” al ser rociado con pintura. A ese vehículo lo han llamado “autobús homofóbico”, “bus transfóbico” y “Autobús nazi”, pero los activistas no se conformaron con la denuncia verbal y recurrieron a la agresión física. La intolerancia, de nueva cuenta, en nombre de la libertad.
Y de la intolerancia se brinca a la incongruencia y hasta la doble moral. Los mensajes mismos que lleva el famoso autobús lo demuestran. En España, el vehículo se llamaba “HazteOír” y portaba la siguiente leyenda: “Los niños tienen pene. Las niñas tienen vulva. Que no te engañen. Si naces hombre, eres hombre. Si eres mujer seguirás siéndolo”. Vaya sutileza para grabar esa idea de una biología de sometimiento en los niños pequeños.
En México el autobús porta otro mensaje que es, a la vez, de doble filo y que hasta se les puede volver en contra: “¡Dejen a los niños en paz! #ConMisHijosNoSeMetan”. Esos dichos pueden estar dedicados a quienes imparten clases de sexualidad en las escuelas y a los activistas que reclaman igualdad de género y transgénero, pero también la Iglesia Católica que reboza de sacerdotes pederastas.
¡Dejen a los niños en paz!, es lo gritan muchos al enterarse de la pedofilia ejercida por los religiosos y “Con mis hijos no te metas”, es una advertencia que bien pueden decir los padres a muchos capellanes, párrocos, obispos, arzobispos y cardenales. ¿No creen?
Por eso la libertad es un arma de doble filo. ¿Qué hacer ante este conflicto?, recurrir a las mentes preclaras que ya dejaron enseñanza sobre ese tipo de controversias. Una de ellas, la del primer presidente indígena que tuvo México, don Benito Juárez, quien dijo que “entre los hombres como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.
Aterrizada la realidad actual, un autobús puede recorrer las ciudades con mensajes conservadores y los activistas que repudian ese conservadurismo lo deben tolerar. Al igual que se deben tolerar las manifestaciones públicas en pro de la diversidad sexual. Nadie tiene derecho de impedir lo uno ni lo otro.
También cada quien es libre de criar a sus hijos conforme a su criterio, pero no tienen el derecho de condicionar la educación escolar a un credo. Todos son libres de llevar su vida sexual como mejor les convenga, mientras no se cometan delitos que dañen a personas indefensas –niños, ancianos, discapacitados o animales- y tampoco les asiste el derecho de agredir a los demás ni uniformarlos en colores ni en actos ni actitudes. Ellos también deben respetar y tolerar sus creencias, por muy conservadoras que sean.
El Estado debe velar para que lo anterior sea posible. El quehacer gubernamental es tutelar los derechos de ambos. Y los que hacen leyes y los encargados de hacerlas cumplir tienen la misión de garantizar la libertad fuera de ideologías y credos. La laicidad no es una opción sino un deber para la cosa pública. Juárez lo supo y lo plasmó en sus Leyes de Reforma que hicieron de México un País de vanguardia. Ni los duros ni los blandos deben imponerse, el dominio debe ser la Ley.