Por: Catón / Columnista
Terminó el partido de fútbol y en la puerta de salida del estadio se formó una gran apretura. Un tipo que iba con su esposa se puso delante de ella para abrirle paso. De pronto la señora le dijo con acento lamentoso: “Mi amor: un hombre me viene agarrando las pompas acá atrás”. “No te apures, mi vida -replicó el sujeto-. Yo me estoy vengando acá delante”. Empate, pues. De empates trata hoy esta columneja. Ejemplos. Al final del juego entre Argentina y Brasil dijo con sonorosa voz el cronista argentino que reseñó el encuentro: “El partido termina empatado a cero. Brasil: cero goles. Argentina: cero ¡¡¡golazos!!!”. Un cínico proverbio afirma: “El que peca y reza empata”.
En esta ocasión López Obrador también empata. El Presidente hace muy bien al resistir el chantaje de las bandas que no son de campesinos, sino de líderes explotadores de campesinos, que pusieron sitio a la Cámara de Diputados como medida de presión para obtener dinero. Alguna resina o goma tienen en las manos esos líderes, que en ellas se les quedaba pegada la mayor parte de los fondos que debían hacer llegar a los trabajadores del campo. Negarse a sus extorsiones es combatir una añeja forma de corrupción. Bien por AMLO. En cambio se equivoca el Presidente cuando hace distinción de palabra y obra entre indígenas y mestizos. Eso tiene un claro tinte de racismo, tanto que resulta inevitable traer a la memoria las doctrinas de pureza de raza surgidas en pasados tiempos. En situación de pobreza todos deben ser tratados en condiciones de igualdad. Una de cal, entonces, para López Obrador, y una de arena.
Empate, pues cinco amigos, hombres jóvenes originarios y vecinos de Calzonete, pequeño pueblo de provincias, oyeron hablar de un cierto burdel, congal o manfla que en la capital estaba muy de moda por su lujo y el alto costo de los servicios que ahí brindaba un selecto personal a una selectísima clientela. Carecían de dinero para ir todos a ese emporio de lujuria, de modo que acordaron hacer una polla, o sea un fondo común, y rifarlo entre los cinco. El que ganara el sorteo iría en nombre y representación de los otros, y a su regreso les contaría su experiencia. Así los demás disfrutarían también de la ocasión, siquiera fuese por interpósita persona. Se llevó a cabo la rifa y la ganó Pitorro, el más joven de los cinco. Fue a la gran ciudad y estuvo en el lugar supracitado. A su regreso lo esperaban los amigos, ansiosos por oír su narración.
La hizo en la cantina del lugar. “Llegué –empezó-y fui recibido por una hermosa mujer llamada Jostes, vestida sólo con una como bata transparente. Se le veía todo, todo. No hay nada igual en Calzonete”. “¿Y luego?” –lo apresuraron los amigos. “Luego me llevaron a una sala con piso de mármol, alfombras finas, tapices de terciopelo y cortinajes de brocado. No hay nada igual en Calzonete”. “¿Y luego? ¿Y luego?” –lo apremiaron los otros. “Luego llegaron las señoras que ahí prestan sus servicios. Rubias, morenas, pelirrojas; altas y menuditas; unas de caderas gruesas, otras finas. Había entre ellas africanas, orientales, europeas. No hay nada igual en Calzonete”. “¿Y luego? ¿Y luego? ¿Y luego?” –lo urgieron los amigos. “Luego escogí una, y me llevó a un cuarto a media luz en el que flotaban aromas como de nardos o jazmines.
Había ahí una cama redonda con sábanas de seda negra y espejos en las paredes y en el techo. Se desvistió con lentitud, me desvistió y suavemente me llevó de la mano a la cama. Nos acostamos”. “¿Y luego? ¿Y luego? ¿Y luego? ¿Y luego?” –acezaron los amigos en el culmen de la excitación y la ansiedad- “Luego –concluyó Pitorro- todo fue exactamente igual que en Calzonete”.
FIN.