Por catón columnista
“Estoy engañando a mi mujer –les contó muy ufano Babalucas a sus cuates. Me dijo que tienen tres meses de embarazo, y no sabe que hace dos años me hice la vasectomía”… Uno de los mayores aciertos de López Obrador fue entregar al pueblo la residencia oficial de Los Pinos, antes coto privado del poderoso en turno, ahora lugar de paseo e instrucción para los mexicanos. ¿Por qué el Presidente no hace lo mismo con el avión presidencial? Se me perdonará que a este respecto traiga a cuento una experiencia personal, pero ése es el único tipo de experiencias que tengo: las personales.
Era yo un jovenzuelo “sin Baudelaire, sin rima y sin olfato” cuando un gran señor, don Felipe Sánchez de la Fuente, rector de la Universidad de Coahuila, me encomendó la Dirección de Difusión Cultural de la institución. Lo primero que hice al asumir el cargo –después de asustarme– fue poner sobre mi escritorio un letrero que decía: “Una diaria”. En él mostraba mi intención de llevar a cabo una actividad de cultura cada día. El lema no le gustó al señor rector. Hombre parsimonioso y atildado –aún alcancé a verlo usar polainas– me dijo que el lema era anfibológico y se prestaba a interpretaciones sicalípticas.
Lo retiré, pero cumplí el propósito: durante el tiempo que estuve en esa dirección, antes de pasar a ser secretario general de la Universidad, promoví una acción cultural diaria: conferencias, cine club, teatro, exposiciones, recitales de música y danza, presentaciones de libros, cafés literarios y una variada variedad de etcéteras. Los fines de semana ofrecíamos a los estudiantes un programa llamado “Conoce Coahuila”. Llevábamos en autobuses a grupos de muchachos y muchachas a conocer las diversas regiones de Coahuila –la Laguna, la Carbonífera, los Cinco Manantiales, la frontera–, pues había universitarios de Saltillo que no conocían Torreón, Monclova o Piedras Negras.
Pienso que ese elefante blanco que es el jet presidencial podría ser convertido en avión de pasajeros y llevar en él a niños, jóvenes, y aun adultos de las zonas indígenas y marginadas del País a que conozcan la Ciudad de México, y de ese modo sientan la historia de su patria y la grandeza de sus monumentos. Lo mismo se haría con escolares de la Capital de la República que no han tenido la oportunidad de ver Chichén Itzá o Monte Albán. Y así un grupo cada semana o cada mes. Mejor sería eso que una frustrada venta, una rifa de difícil realización o tener el avión estacionado sin ningún provecho. Se dice que los escribidores criticamos pero no proponemos.
Con el mayor respeto le hago esa sugerencia al señor Presidente, tras de lo cual, según antigua usanza –como aquella de las polainas–, me suscribo como su más atento y seguro servidor… Don Inepcio no estaba satisfecho con el desempeño conyugal de su mujer. “Es muy fría –le comentó a su compadre Pitorrango, experto en lides de colchón. No le interesa el sexo”. Le indicó el compadre: “A veces la rutina en el acto del amor provoca esa frialdad. La próxima vez hazlo en un ambiente exótico, oriental, como de serrallo, gineceo o harén. Contrata a un tipo que se disfrace de esclavo nubio y los abanique con una hoja de palmera mientras llevan a cabo el in and out.
Esa fantasía erótica hará seguramente que mi comadre cobre interés mayor en el asunto”. Don Inepcio siguió el consejo, pero la señora siguió igual de fría. Sin embargo a la mitad del acto ella sugirió: “¿Por qué el esclavo nubio no viene conmigo y tú nos echas aire con la hoja de palmera?”. Así lo hicieron, y con el esclavo la señora empezó a revolverse y a dar gritos de placer. Comentó, despectivo, don Inepcio: “Nubio pendejo. No abanicaba bien”… FIN.