El perro del hortelano no come ni deja comer. Así, saltada de las páginas de Lope de Vega, la izquierda extremista mexicana es el personaje que se planta en el sainete político de nuestros días y tozudo se interpone a que fuerzas, incluso las de su propia casa, que sí quieren hacer algo por la patria, modernicen las estructuras productivas del país.
El rechazo de AMLO a las consultas promovidas por el PRD en los temas energéticos y fiscales es un ejemplo más. Refuerza su deslinde convocando para el 8 de septiembre otra marcha al Zócalo capitalino con su correspondiente mitin.
Pero la negatividad de la izquierda ultramontana es histórica; viene desde lejos. No se piense que la izquierda extrema en cualquiera de sus múltiples avatares ha tenido otro comportamiento que el de estar sistemáticamente en contra de toda propuesta para remediar los males del país si cree que ello puede beneficiar al régimen en el poder. Ni arregla los problemas ni deja que otros lo hagan.
La razón es simple. Más allá de anécdotas francesas o inglesas sobre la historia del término, la “izquierda” es la posición política comprometida a forzar al gobierno en turno a los cambios sociales y económicos contra los intereses de los grupos de poder territorial o económico. Es fácil entender que se caiga en la crítica compulsiva.
No hay remedio, la izquierda estará siempre en contra de todo aquello que no proceda de ella misma. Con tal estandarte, en nuestro Congreso al PRD se le conocía como el “Partido de la Negativa Institucional”.
Las condiciones actuales de México están haciendo, sin embargo, cada vez más difícil la subsistencia de partidos que no tienen respuesta realista a los diarios retos que día a día enfrenta una ciudadanía cada vez más consciente.
La crítica social como ejercicio característico de la izquierda es su aporte más útil para velar por la salud de la nación. Hay que asumirla para cernir una posición equilibrada. Pero las posiciones que tienen por objeto sanear lo que está mal no tienen que ser destructivas. El mal, donde quiera que se encuentre, debe ser develado y eliminado de la comunidad.
En la coyuntura actual las dirigencias de las diversas izquierdas mexicanas tienen que ubicarse para atender la urgencia de modernizar la actividad económica del país. Las consultas a las que son tan adictas deben servir para organizar ciudadanos en proyectos sectoriales productivos que eleven el nivel de vida de sus participantes.
La experiencia que va desenvolviéndose con el Pacto por México es significativa porque recluta a una parte de las izquierdas en acciones parlamentarias coincidentes. Demuestra que agendas ideológicas contrapuestas son compatibles si saben sumarse dentro de un espíritu de servicio a la colectividad.
Salvo por grupos disidentes, violentos opositores del gobierno, los sindicatos obreros en México siempre se han ostentado como de “izquierda”, lo que no les impidió figurar como crucial sostén de los sucesivos regímenes priistas. Así, el papel de los sindicatos como apoyos a la tranquilidad nacional ha sido ampliamente reconocido por el empresariado.
Hoy, dos grandes sindicatos, la CTM y la UNT, se han acercado a firmar acuerdos de cooperación con la Secretaría de Trabajo dentro del convenio marco con la OIT, y para acercar a México al Sistema Social Universal promovido por el gobierno.
Es muy positiva la noticia de que el presidente del PRD viaje a Brasil para intercambiar proyectos económicos que los gobiernos perredistas puedan usar. Será útil que se asome a las operaciones de Petrobras, modelo del que tanto se habla en México como una opción para Pemex. Los programas sociales brasileños también deben conocerse a fondo.
Cada vez más se juzgará al político por sus frutos, por el servicio que proporcione a la comunidad. Ha terminado la etapa en que la izquierda es un estorboso llenador de calles y glorietas que sabotea soluciones. Al electorado lo que le importa es que sus necesidades sean atendidas. El político o el partido que mejor lo haga será ganador en las urnas.